25/11/10

Casta Jijona

Toro de casta Jijona – Autor: Pablo Moreno Alcolado (óleo sobre papel)


Orígenes

Tras un peregrinaje prehistórico desde Oriente Medio hasta el oeste del continente europeo, agrupaciones de ganado bovino de la especie bos taurus fueron entrando en la Península Ibérica y se fueron asentando en sus distintas áreas geográficas. Una de esas regiones de asiento fue la Meseta Central, tanto en la parte norte como en la sur, ocupando las cuencas fluviales del Duero, por un lado, y las del Tajo y Guadiana, por otro.

Por los muchos miles de años que conllevó ese proceso, y por lo amplio y diverso que es el territorio de la Meseta Central, es lógico deducir que el ganado que la ocupó no fue de una única agrupación y que, por tanto, no tenía una misma morfología. Además, la configuración natural del ganado salvaje también se pudo ver alterada por comarcas a partir del Neolítico, con la introducción por el hombre de reses domesticadas que, fruto de ese proceso, ya habían sufrido modificaciones morfológicas. No obstante, cuando los tratadistas clasificaron las distintas raíces originarias del toro de lidia, decidieron englobar a todas las agrupaciones del centro de la Península en una única rama a la que denominaron “raíz castellana”.

Mapa de asiento de las tres raíces del toro de lidia (trazo continuo) y de la ubicación en la submeseta sur de la vacada primigenia de casta Jijona


Y si parece que eran evidentes las diferencias entre los toros de la submeseta norte y los de la submeseta sur, también se puede mantener que, dentro de esta última, debió haber toros con una variada conformación morfológica. Así, si los toros que se criaban en las riberas del Jarama eran, generalmente y entre otras características, de pelaje negro y de cuernos cortos, según los describió Jerónimo de la Huerta en el siglo XVI; en otras zonas de la submeseta sur también debieron criarse toros que, predominantemente, fueran de pelaje colorado y con cornamentas muy desarrolladas.

Se desconoce si llegaron a ser predominantes en todo ese vasto territorio las reses de pelaje colorado; o si, por el contrario, sólo se localizaban en alguna parte de los Montes de Toledo, del valle de Alcudia o de cualquier otro lugar de las estribaciones de la Bética. Pero se dice que fue con reses de pelaje colorado encendido con las que se conformó en el valle del Guadiana una de las más renombradas y carismáticas castas fundacionales del toro de lidia: la “casta Jijona”.


Casta fundacional Jijona

La teoría más extendida afirma que Juan Sánchez Jijón, aprovechando las posibilidades que le ofrecía su cargo de intendente en la vacada del Real Patrimonio, fundó hacia 1618 una ganadería en Villarrubia de los Ojos, seleccionando toros de la Real Vacada de Aranjuez que se caracterizaban por ser de gran alzada, mucha corpulencia, cornamenta desarrollada y, de manera muy significativa, por tener un pelaje colorado encendido.

La importancia que esa vacada alcanzó con las sucesivas generaciones de ganaderos de la familia conllevó, entre otras consecuencias, que al pelaje colorado encendido de los toros se le conociese con el término “jijón” en honor al apellido principal de dicha saga de ganaderos; y, sobre todo, que a su vacada se la reconociese la categoría de casta fundacional del toro de lidia, otorgándola la denominación de casta “Jijona”.

Siguiendo con la teoría más extendida sobre la fundación de la casta Jijona, también se dice que fue Juan Jijón, un nieto del fundador de la vacada, quien realmente seleccionó la ganadería y la dedicó específicamente a la cría de toros de lidia, fijando además su prototipo racial.

No obstante esa teoría, en el presente 2010 se publicó en esta bitácora un documentado estudio titulado “Linajes de los primeros criadores de Toros Jijones”, en el que sus autores, los hermanos Candelas y Cecilio Naranjo González, demuestran que esa teoría mayoritaria debe ser revisada.

Toro de casta Jijona – Autor: Pablo Moreno Alcolado (óleo sobre papel)


En dicho estudio se pone en evidencia, en primer lugar, que no existe documento alguno en el Real Patrimonio que haga referencia al supuesto cargo de intendente de Juan Sánchez Jijón en la Real Vacada de Aranjuez y que, por tanto, no es ese el motivo de creación de la ganadería.

Por contra, los autores del trabajo han demostrado que en Villarrubia existían dos ramas familiares apellidadas Jijón que, históricamente, eran criadores de ganado de cerda, lanar y caballar; y que debió ser cerca de la mitad del siglo XVII cuando decidieron introducir el vacuno entre sus ganados, ya que han documentado un proceso de incremento de reses vacunas de su propiedad entre 1645 y 1657, así como la carencia de dependencias y terrenos acotados y específicos para su cría, por lo que dicho ganado invadía las tierras de los agricultores y la Justicia de Villarrubia abrió en esos años sendos expedientes contra las dos familias de ganaderos. Así, los fundadores o, mejor dicho, los impulsores de la vacada de los “Jijones”, que es como eran conocidos en la localidad, fueron los respectivos cabezas de familia de esas dos ramas emparentadas: por un lado, don Pedro Jijón González, y, por el otro, Juan Jijón de Salcedo (verdadero nombre de este ganadero, pues el compuesto “Sánchez-Jijón” es un artificioso añadido posterior).

Del mismo modo, los hermanos Naranjo también han demostrado que esas dos ramas familiares actuaban conjuntamente en la administración del ganado, por lo que hay que decir que sus respectivas ganaderías conformaban una única explotación. Y también han probado que, gracias a una política de casamientos entre hijos e hijas de esta primera generación de ganaderos, la administración conjunta de la explotación continuó con dos de los respectivos sucesores: Pedro Jijón y Juan Jijón, que habían pasado a ser cuñados.

La bibliografía taurina no concedía a este segundo Juan Jijón ningún papel relevante en la historia de la ganadería. En cambio, los autores del estudio han acreditado con contratos que dicho Juan Jijón y su cuñado Pedro Jijón ya destinaban ganado para la lidia en 1678 y 1679, y que ellos debieron ser los primeros ganaderos que con ese apellido lidiaron en Madrid; concretamente, el 25 de septiembre de 1679. Y otro hecho significativo: que tuvo que ser en esta época cuando debió quedar fijado el prototipo racial de la casta Jijona.

Cuadro generacional de los criadores con la división del tronco Jijón original
Elaboración: hermanos Naranjo González


Según los hermanos Naranjo, a la muerte en 1684 de esta segunda generación de ganaderos, representada por los cuñados Pedro Jijón y Juan Jijón, la ganadería se dividió entre sus respectivos sucesores, de los cuales han logrado elaborar el árbol genealógico, y de él se deduce una conclusión que no admite dudas. Como es bien sabido, de casta Jijona se denominaban los toros de la rama más célebre de la familia: la de los sucesores de Juan Jijón, que fueron los hermanos Juan y José Jijón, y posteriormente los hijos de este último, José y Miguel Jijón. Pero igualmente eran de casta Jijona las reses de la otra rama de la familia, la hasta ahora desconocida de Pedro Jijón, pues en ella se ubican ganaderos como Blas Jijón y, sobre todo, doña Elena Jijón; y es por todos conocido que esta ganadera poseía reses de casta Jijona que adquirieron Manuel Aleas y Gil Flores. Por tanto, si eran de casta Jijona las reses de las dos ramas de la familia Jijón, la conclusión lógica es que hay que convenir que el prototipo racial de la casta Jijona se tiene que dar por fijado antes de que se dividiese la vacada primigenia. Y que, por tanto, tal honor se debe conceder a los cuñados Pedro Jijón y Juan Jijón; y siempre antes de su muerte en 1684.


Con ello, los autores de este documentado estudio desmontan la teoría que hasta ahora dominaba toda la bibliografía taurina, que afirmaba que fueron los hermanos Juan y José Jijón quienes fijaron el prototipo racial de la casta Jijona después de recibir la ganadería de su padre en herencia en 1684.


“Edad de Oro” de la casta Jijona y la brusca desaparición de la familia de sus fundadores

Escudo de los Jijón de Salcedo. Foto: Fernando Beneytez Peñuelas


Retomando el estudio que sirve de base a esta entrada, hay que volver a citar el momento en el que los cuñados Pedro Jijón y Juan Jijón fallecen en 1684. Fue entonces cuando se rompió el gran acuerdo familiar que había permitido mantener unida la mayor parte de la explotación ganadera de los “Jijones”, y las reses que la componían se dividieron en tres partes, al menos.

1) Una parte de lo correspondiente a Pedro Jijón lo heredó su hijo Cristóbal, que fijó su residencia en Valdepeñas. El ganado de esta línea pasaría a su hijo Juan Antonio Jijón, y a éste le sucedió una hija llamada Elena Jijón (a la que antes se hacía referencia), que en 1790 debutó en Madrid. Doña Elena murió sin descendencia, desapareciendo con ella esta línea de los fundadores de la casta Jijona; y su ganado, previo paso posiblemente por Benito Torrubia, acabaría siendo adquirido por Manuel Aleas y Gil Flores.

2) La otra parte de lo de Pedro Jijón fue heredado por su hijo Blas Jijón, que continuó en Villarrubia. El hecho de que este ganadero naciese en 1667 rebate lo escrito por Cossío sobre que lidió en Madrid en 1654. Cuando realmente lidió Blas Jijón en la Villa y Corte fue en 1690; y se sabe que hacia 1750 lo hizo en Valencia su hijo Pedro Jijón, que fue quien le sucedió en su vacada. Con éste ganadero se cerró esta otra línea de los fundadores de la casta Jijona, pues murió sin descendencia, y su ganado terminaría pasando a la rama familiar más célebre de los Jijones (la que veremos a continuación), viendo aumentado así el número de sus reses.

3) Y, por último, la parte de Juan Jijón pasó a sus hijos Juan y José Jijón, que permanecieron en Villarrubia. Nunca dividieron la herencia, pero fue el mayor de los dos, Juan Jijón, el que dedicó más trabajo a esta ganadería de la rama más célebre de los Jijones, pues superaba en dieciocho años la edad de su hermano, y éste sólo contaba con cinco cuando murió su padre. Por ello, hasta que alcanzó la mayoría de edad, Juan Jijón empezó administrando la ganadería en nombre de ambos. Además, como fue José el que falleció primero y sus hijos eran menores por entonces, Juan Jijón volvió a llevar la administración en solitario desde 1735 a 1743.

A este último período corresponde la corrida que en 1737 se lidió a nombre de Juan Jijón en la primera plaza circular que se construyó en Madrid, la del Soto de Luzón, levantada por la Archicofradía de la Sacramental de San Isidro.

Tras fallecer los hermanos Juan y José Jijón, los hijos de éste: José y Miguel, se constituyeron en propietarios de la vacada; aunque por entonces seguían siendo menores de edad y fueron los albaceas quienes empezaron ejerciendo la administración. Posteriormente, tras lograr José Jijón que se le reconociera la capacidad de obrar, fue él quien tomó las riendas.

La ganadería de esta rama familiar alcanzó la más alta cota de éxito y fama durante la titularidad de los hermanos José y Miguel Jijón, encumbrándose a la cima ganadera en aquella época. Son innumerables las tardes que lidiaron y los éxitos que cosecharon. No obstante, la relación personal entre los dos hermanos fue muy tensa por el carácter de José, llegando a enzarzarse entre ellos en litigios judiciales. Así, si en un principio se anunció la ganadería a nombre de don José y don Miguel Jijón; a partir de 1766, como consecuencia de la ruptura de las relaciones entre ellos y, sobre todo, de la sentencia dictada en un procedimiento en el que ambos eran las partes, Miguel Jijón pasó a ser el administrador único de la vacada y a su nombre se anunció hasta su muerte en 1791; soltero y sin descendencia. Por ello, a partir de aquel año la ganadería pasó íntegramente a José Jijón, anunciándose a su nombre.

De las dos ramas familiares sólo quedaba por entonces José Jijón. Llegaría a casarse, pero lo hizo ya con más de setenta años y no tubo descendientes. Así, con él murió el último representante de los fundadores de la casta Jijona.

La ganadería se anunció durante un año a nombre de su viuda, doña Leonor del Águila, y después pasó a hacerlo a nombre del segundo marido de ésta: don Bernabé del Águila. Finalmente, la incursión de éste en el mundo de la política acarreó al matrimonio un serio deterioró de su patrimonio, y esa debió ser la causa de que, dos décadas después, sus toros comenzasen a verse anunciados a nombre de don Manuel Gaviria y doña Manuela de la Dehesa.


Prototipo racial

Toro de casta Jijona – Autor: Pablo Moreno Alcolado (óleo sobre papel)


Hasta el presente, la falta de fuentes documentales nos impide saber cuál fue el origen de las reses que se usaron para crear la vacada primigenia de los “Jijones”. Ello conlleva que sólo sean conjeturas asegurar que procedían de la ribera del Jarama, de la Real Vacada de Aranjuez, de los Montes de Toledo, del valle de Alcudia o de cualquier otro punto concreto de la submeseta sur.

Y, del mismo modo, también sería una simple teoría afirmar que las reses jijonas eran, desde el inicio, mayoritariamente de una determinada capa. Ahora bien, la selección se hizo en algún momento de la historia de esta casta fundacional; porque si por algo se caracterizan los toros de casta Jijona en las descripciones de nuestra bibliografía taurina es por su mayoritario pelaje de tono rojizo; desde el melocotón al castaño, pero predominando de forma característica el colorado encendido.

También se dice que eran de gran alzada, corpulencia y peso; y que tenían unas cornamentas muy desarrolladas y de tono acaramelado.

A modo de hipótesis de todo este conjunto de nociones, tengo anotado de Rafael Cabrera Bonet un comentario que hizo en una conferencia referente a que esos toros colorados pudieran no estar muy alejados de las reses de raza retinta que se asentaban especialmente en la zona sur y occidental de la Península Ibérica, y que podrían haber ascendido hasta la región castellano-manchega siguiendo el curso del Guadiana.


Una vez desaparecidos los ganaderos de las dos ramas familiares que fundaron esta casta, sus reproductores sembraron con su sangre otras muchas vacadas, especialmente de la zona de Colmenar Viejo, lo que provocó la fusión con los denominados “Toros de la Tierra” y contribuyó a que esas nuevas ganaderías alcanzaran renombrados éxitos en el siglo XIX. Y es que el comportamiento de esos toros se ajustaba de forma muy especial a la concepción de la lidia que imperaba por entonces, basada fundamentalmente en el primer tercio, ya que salían fuertes, duros y correosos, sin que fuera trascendente que tendieran a desarrollar sentido y a convertirse en broncos y defensivos según transcurría el tercio de varas.

Por ello mismo, los toros de esa procedencia dejaron de ser “apropiados” para la nueva concepción del toreo basado en el último tercio que se fue forjando hacia finales del siglo XIX y principios del XX. Comenzaron entonces los cruces en las ganaderías, especialmente con reses de casta Vistahermosa; y a las lógicas resultantes que se derivaron de la absorción de sangres se unieron las devastadoras consecuencias que para todo tipo de ganado vacuno conllevó la Guerra Civil para provocar la práctica desaparición de la carga genética Jijona en nuestra cabaña brava.

Esa creencia era prácticamente unánime hasta hace unos pocos años, pero el catedrático Javier Cañón, con sus estudios sobre genética, ha abierto una ventana de esperanza en los interesados en una futurible recuperación.


NOTA:
Deseo mostrar mi agradecimiento a los autores de las obras e imágenes publicadas en este texto por su desinteresada aportación. Y, por ello mismo, debo hacer constar que todo aquél que pretenda incluirlas en otros espacios de la red deberá citar su autoría.
.

15/11/10

In Memoriam (III)

........................ Foto: Rafael G. Riancho (Lunada)


En la vida de un corredor de encierros hay días en los que aparecen las dudas, y con ellas la inseguridad. Entonces pareciera como si su mundo se viera azotado por el más terrible de los temporales. Y los que hemos sufrido la desgracia de que un compañero cercano haya fallecido como consecuencia de su participación en un festejo taurino popular, sabemos muy bien que ese es un momento en los que un corredor debe afrontar la más dura galerna que nunca habría llegado a imaginar. Te lo planteas todo. Hasta lo que te niegas a pensar sistemáticamente.

Pero, finalmente, y aunque pueda parecer contradictorio, los compañeros que nos dejan terminan convirtiéndose en el mayor apoyo para nuestra afición, en un referente muy querido. Esos compañeros se erigen en las adversidades con la misma fortaleza que lo hace un faro costero, que en plena noche o en medio de un temporal siempre está ahí: para auxiliarnos, para reconfortarnos... para admirarlos.


A todos los corredores de encierros que nos han dejado, y a los aficionados que han perdido la vida participando en algún festejo taurino popular, a TODOS...

.................... ¡Descansad en paz, compañeros!

Lagun
.
Nota: Pulsando el enlace que está insertado en el nombre de Rafael G. Riancho, podréis acceder a la web donde está publicada la espectacular y maravillosa fotografía que encabeza esta entrada, así como muchas más obras de este gran fotógrafo. A quien ruego que me permita mantener la fotografía elegida para ilustrar este texto, ya que con esta bitácora no tengo fines lucrativos.
.

3/11/10

Fira de Onda 2010



Asistir a la Fira de Onda es encontrarte, no ya con el pasado, sino con lo que siempre fueron los festejos taurinos populares. Pero es que, además, allí también obtienes la convicción de que nunca desaparecerá la afición por el Toro y por correrlo en las calles.

Se pueden comentar muchas cosas de la Fira, de hecho los compañeros que en estos días formamos allí cuadrilla así lo hicimos durante la celebración de los festejos y, especialmente, cuando nos reunimos para comer. Podría decir, y sería muy fácil, aunque sincero, que lo más atrayente de la Fira de Onda es el trapío de los toros que allí se corren y se exhiben. Pero lo que a mí, personalmente, más me sedujo fue ver la gran cantidad de niños que había en la parte superior de los cadafales. Ver sus caras, sus miradas, sus gestos de asombro, de admiración... Y la conclusión que obtuve de ello es que la Fira y los festejos taurinos populares tienen el futuro asegurado.

Ahora bien, respecto a los verdaderos protagonistas de la Fira, lo cierto es que a Onda va el TORO-TORO. Ese toro que ya ni recuerdan “Los Siete Magníficos” que ahora andan de supuestos salvadores de la Tauromaquia por los ministerios de Interior y Cultura. Ese toro que impone miedo de tanto trapío, tanto cuajo y tanto temperamento que presenta y demuestra de salida. Porque el toro, para ser digno de su ancestral historia, debe ser así: debe dar miedo con su presencia y tiene que tener movilidad y, sobre todo, casta. Esas son las condiciones básicas para que perdure la Fiesta. Porque el “otro toro”, el que vemos a diario junto a las figuras del toreo, a lo que evoca es a uno más de los tiernos animales de la factoría Disney, y lo único que inspira es lástima. De ahí, de ese “otro toro” que nos quieren “vender” los mandamases del taurinismo oficial provienen muchos de los problemas que actualmente padecen los festejos taurinos.

Pero ese no es el caso de la Fira de Onda.


Allí, desde los cadafales, los niños ven y aprenden lo que es un Toro. Contemplan y captan como se respeta al toro. Observan y asimilan como los mozos, a cuerpo limpio, consiguen parar a un toro de salida. Según sale del toril o del cajón, sin probaduras previas ni un tercio de varas de por medio. Valiéndose únicamente del cuerpo, dándole el pecho, y sin necesitar un amplio capote con el que darle una larga cambiada. Y yo veía en la cara de esos niños que soñaban con ser ellos los que dentro de unos años corten, rueden y paren a toros con ese mismo trapío.

Allí, los chavales disfrutan viendo como un mozo puede pegar con una rebeca, no ya un chaquetazo, sino toda una señora verónica, templada y rematada, a un toro que sólo se ve en Pamplona y algunas tardes en Madrid. Y yo veía en las miradas de esos jovencísimos aficionados que ellos deseaban ser los que en el futuro puedan dar ese lance. Con una chaqueta o (¿quién sabe?) con un capote y vestido de luces.

En fin, allí, los niños también asisten al encierro desde lo alto de los cadafales. Pero, en ese caso, les juro que no pude fijarme en ellos cuando la carrera transcurría por mi tramo. No obstante, me puedo imaginar que esos chiquillos también tienen la intención de correr encierros algún día. No ya cuando reciban la llamada del Toro, pues puede que entonces no les dejen hacerlo aún, sino cuando se lo permita el reglamento.

Y no pude fijarme en los chavales durante el transcurso del encierro porque, si ya en todo encierro no cabe distracción alguna, en Onda menos aún, porque al hecho de que tienen un trapío impresionante los toros que allí se corren hay que añadir que las carreras suelen ser muy rápidas y muy intensas.

No sé si será por el perfil llano de su recorrido, por los cadafales del inicio, por los constante variación de la anchura y configuración de sus calles, por los continuos cambios de luz o, simplemente, por la casta de las reses; el caso es que, en Onda, la manada suele correr a gran velocidad, los toros miran mucho y es normal que alguno rompa la configuración de la manada para subirse a la acera de cualquiera de los lados. O a las dos a la vez, con un animal por cada lateral mientras el resto de la manada ocupa el centro de la calzada. Al margen, la curva de, prácticamente, 180 grados que da paso al tramo final del encierro tiene una gran dificultad técnica y es muy peligrosa.


Todo ello conlleva que el encierro de Onda resulte muy atractivo para el corredor, al tiempo que trepidante y espectacular, pero también comprometido y difícil de correr. Sobre este particular, la jornada de esta edición 2010 en la que los toros protagonizaron el encierro más vibrante y peligroso fue la del sábado, que se corrieron cinco ejemplares de Zalduendo y uno de Santiago Domecq; en consonancia, también fue el día en el se vieron y vivieron las carreras más comprometidas por parte de los corredores. No obstante, también hay que destacar el rápido y bonito encierro del viernes, protagonizado por seis reses de la ganadería de Hnos. Lavi Ortega, todas ellas de un pelaje entre colorado y castaño, con muchos kilos y gran trapío. El más agrupado y limpio de todos fue el del miércoles, con toros de El Pizarral.

Respecto a las pruebas, junto con las reses que se corrieron en los encierros de cada mañana, en esta Fira 2010 se han exhibido un total de 28 toros, entre los que figuraban ejemplares de ganaderías tan prestigiosas como las de Victorino Martín o Juan Pedro Domecq. Este último fue un precioso cinqueño, de pelo castaño y un trapío tremendo. Si hubiese que destacar la salida de algún toro, entre las que pude ver personalmente y las que comentamos los compañeros frente a la mesa, habría que citar al de la ganadería de Manuel Villau, un ejemplar con una arboladura tremenda y que realizó una salida espectacular, plena de velocidad y acometividad.


Este conjunto de características de la Fira, y especialmente la tan reiterada del trapío del ganado, provocan que cada año seamos más los corredores que, desde distintas comunidades autónomas, decidimos ir hasta Onda en la última semana de octubre.

Repasábamos en una de las comidas que, además de corredores de todo Levante, en los dos últimos días habíamos visto en Onda a muchos compañeros de Castilla y León: segovianos, vallisoletanos y zamoranos, cuando menos; a un nutrido grupo de Madrid, así como a algún alcarreño, toda una cuadrilla de guipuzcoanos y hasta unos compañeros franceses. Eso, cuando menos. Y, aunque no sea mi estilo, me gustaría resaltar que para mi fue un motivo de gran satisfacción compartir una vez más carrera e incluso tramo esta vez con una vallisoletana que, desde hace tiempo, está totalmente integrada en nuestro colectivo y que en todos los encierros a los que acude, que son muchos, da muestras de su calidad y valentía como corredora.

Y he realizado esta alusión personal porque desde aquí quiero animar a todas aquellas mujeres que, íntimamente, desean correr encierros para que se incorporen a esta apasionante afición. No sólo serán bienvenidas; es que, además, su participación será beneficiosa para los propios encierros, pues contribuirá a mejorar su imagen entre los menos aficionados.


Los comunicados de prensa de la organización informan que el sábado, entre participantes y espectadores, se habían contabilizado unos 10.000 asistentes en la última jornada de encierros de la Fira. Ya sabemos que esas cuentas se hacen siempre de forman aproximada, pero lo que sí es cierto es que el sábado estaba abarrotado todo el recinto.


Una participación y una expectación más que evidente al mediodía, que es cuando tiene lugar el encierro y las primeras exhibiciones, pero que también se hace patente en las pruebas de la tarde y, como no, en las emboladas nocturnas.


Porque en Onda, como en todo Levante, existe una verdadera pasión por los toros embolados. Es toda una cuestión de culto. Su celebración se siente como algo consustancial al bagaje cultural del conjunto de dicha sociedad, y la intervención individual en una embolada es motivo de orgullo para los participantes directos; ya sea embolando al toro, ya sea cortando la soga que le sujeta al poste, ya sea coleándolo una vez que queda suelto. Esta noción colectiva y personal de los toros embolados en Levante ya me la enseñó y demostró un amigo en el pasado. Y ahora, en la Fira, la he visto confirmada.


Sólo me resta decir que, además de disfrutar de unos días fantásticos en Onda, he tenido la suerte de poder participar en sus encierros. Algo que nunca olvidaré y que me ha dejado como poso el deseo de volver a repetir la experiencia. Por otro lado, y también a nivel personal, con estos encierros de Onda he tenido la fortuna de cerrar con bien mi temporada de 2010. Un hecho que me lleva a acordarme del resto de mis compañeros y de las distintas circunstancias en que ellos puedan encontrarse. Así:

Quiero compartir mi sensación de fortuna con los compañeros que también hayan acabado su temporada con bien o, al menos, sin sufrir lesiones de consideración. Quiero enviar un saludo a aquellos otros que hayan resultado heridos y desearles una pronta y total recuperación. Respecto a los compañeros que han sufrido lesiones tan sumamente graves que, en principio, parecen irreversibles o de difícil recuperación, quiero mandarles mi abrazo más afectuoso y mis mejores deseos para el nuevo horizonte de vida que tienen por delante. Por último, para los compañeros y aficionados que han tenido el infortunio de dejarnos definitivamente con motivo de su participación en festejos taurinos populares quiero dejar constancia del recuerdo que me evoca su memoria... Y, por supuesto, quiero adelantar que a ellos irá dedicada la próxima entrada de esta bitácora.

Lagun