31/12/10

A por el 2011


La imagen que encabeza esta entrada no es una tarjeta de felicitación al uso. Ni, mucho menos, es alegre. Al fin y al cabo, la situación que actualmente tenemos en España tampoco lo es; ya que, de hecho, y por si alguien lo ha olvidado, estamos viviendo aún en estado de alarma y, por otro lado, nos tienen alarmados nuestros parámetros sociales, laborales y económicos.

Un nivel de paro galopante, la eliminación de subsidios, la rebaja de sueldos, la subida de impuestos y el aumento inmisericorde de los precios, incluido el escandaloso de la luz, conforman una serie de vectores que rompen el suelo de las economías familiares de nuestro país y nos sumergen en un nuevo horizonte, decadente y cada vez más sombrío. Además, para remate, el retraso de la edad de jubilación y el aumento del número de años de cotización para el cómputo de la pensión.

Un amigo me ha deseado, directamente, un “Feliz 2015... ó 2017”, que son los años donde Rodríguez Zapatero ha resituado recientemente el desarrollo de sus flemáticos brotes verdes. Claro que, primero, y en base a muchas “tacitas de café”, habrá que afrontar el inminente 2011.

Será un año difícil, pero estoy convencido de que los días que vayamos de encierro sí que serán gozosos. Él, el Toro, se entregará y nos lo dará todo.

Junto a esos momentos, para todo el conjunto del año, os deseo que no os falte trabajo, que la salud os respete y, a ser posible, un...

.............................¡¡¡ FELIZ 2011 !!!
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Lagun
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20/12/10

El culto al Toro en Grecia


Desde el 2600 a.C., aproximadamente, la mayor parte del área geográfico del mar Egeo ya se encontraba bajo la influencia de la primera civilización europea, la minoica, que tuvo su asiento en la isla de Creta y, desde allí, controlaba gran parte de las islas y de la zona costera del continente.

Fue hacia el 1800 a.C. cuando un pueblo indoeuropeo, denominado por la tradición como los aqueos, se adentró desde el norte en la península balcánica, se extendió hasta el Peloponeso y, tras dominar a sus habitantes primitivos, creó la civilización micénica; llamada comúnmente así porque fue en la ciudad de Micenas donde erigió su reino más importante.

Ambas civilizaciones llegaron a coexistir, pero en el 1450 a.C. desapareció la minoica por causas aún no concretadas con exactitud, y fue la micénica la que pasó a ostentar la supremacía en toda la región. Incluso, según las narraciones épicas, los aqueos llegaron a controlar el estrecho de los Dardanelos, en la costa del Asia Menor, al triunfar las tropas que comandaba el rey Agamenón de Micenas en la guerra de Troya.



Según algunos tratadistas especializados, hubo otros pueblos indoeuropeos que, al tiempo, también fueron asentándose en distintas zonas de la península balcánica; como los jonios, que se afianzaron en el Ática, y los eolios, que lo hicieron en Tesalia.

El dominio de los aqueos debió durar hasta el 1200 a.C., pues fue por entonces cuando los dorios, otros indoeuropeos más, se internaron desde el norte y se impusieron, entre otras circunstancias, gracias a que ya dominaban la técnica de la fundición del hierro y su armamento era notablemente superior al de bronce de los aqueos. El lugar principal de asiento de los dorios fue el Peloponeso, y Esparta su ciudad más importante.

Resulta difícil determinar si la entrada de cada uno de estos pueblos fue determinando el desplazamiento de los anteriores o si, como parece, hubo algún grado de fusión poblacional. Pero, en todo caso, fue bajo esas bases tribales como se fue formando la población helena.

La configuración que adoptaron sus sociedades en un primer momento fue la de unos reinos independientes, que comprendían la comarca dominada con una ciudad como eje central. Y la forma de gobierno evolucionaría desde esas primeras monarquías a un poder ejercido por oligarquías de aristócratas que, luego, derivaron en las denominadas “tiranías” y finalizaron en la mayoría de los casos con regímenes basados en la democracia, siendo Atenas el motor y el ejemplo de este último tipo de gobiernos.

La civilización griega protagonizó un proceso de expansión por todas las zonas costeras del Mediterráneo, lo que dio lugar a la fundación de un gran número de colonias que contribuyeron en la difusión de la cultura helena y, como parte de ella, de su religión.


Aspectos generales de la religión en Grecia

Los habitantes primitivos de la península balcánica y de las islas del mar Egeo tenían una cultura mediterránea, eran agricultores y, por ello, oficiaban ritos de fertilidad y rendían culto a divinidades relacionadas con el cultivo de la tierra. En cambio, todos los pueblos que fueron invadiendo la región eran de cultura indoeuropea y su panteón divino se componía de dioses celestiales. Así, la religión griega se fue conformando en un largo proceso de fusión entre ambos tipos de culto, y se caracterizó finalmente por ser politeísta, pues se rendía culto a numerosos dioses, y también por ser antropomórfica, pues se representaba a los dioses con forma humana y se les dotaba de las mismas características, virtudes y defectos que los hombres; salvo su inmortalidad y sus poderes sobrenaturales.


Entre los principales dioses de la religión en la Antigua Grecia hay que destacar a Afrodita, Apolo, Ares, Artemisa, Atenea, Demeter, Dionisio, Hades, Hefesto, Hera, Hermes, Hestia, Poseidón, y, sobre todos ellos, Zeus: el dios supremo; soberano de los dioses, de los hombres y del mundo. Todos ellos residían en la cumbre del Olimpo, la montaña más alta de Grecia. Además, en un grado inferior a estos dioses mayores, también había una serie de divinidades secundarias y, por otro lado, unos héroes, todos ellos mortales, entre los que cabe destacar a Hércules, Teseo, Icaro o Perseo.

Otra de las características de la religión griega es que careció de un libro sagrado y, por ello, que no era dogmática. Lo que sí tenía era una serie de mitos y leyendas respecto a la naturaleza del mundo y sus orígenes, sobre los cultos religiosos y prácticas rituales que oficiaban a sus dioses, así como sobre las memorables acciones de los héroes antes citados. El conjunto de esos mitos y leyendas conforma la denominada mitología griega.

Dado el marcado antropomorfismo de la religión en la Antigua Grecia, en su panteón divino no aparece el Toro como uno de sus dioses. Y, al contrario de lo que ocurría en otras religiones de la antigüedad, en la generalidad de las divinidades griegas tampoco encontramos ya la conjunción, combinación o confusión de figuras hombre-toro. Ahora bien, en la mitología sí hay pasajes en los que el dios Dionisio aparece con figura de toro, para relacionarlo con el concepto de fecundidad; o Eros adornado con un toro; o Poseidón asociado al caballo y al toro, para relacionarlo con el concepto de potencia; y no se debe olvidar que uno de los atributos de Zeus era el Toro, como símbolo de poder y fecundidad, y que para raptar a Europa adoptó la figura de un toro blanco.

Lo que sí resulta muy frecuente en la mitología griega es encontrarnos a toros en las acciones de los dioses y en las hazañas de los héroes; o asociados al concepto de belleza e inspirador del amor en la mujer; o, incluso, como seres mitológicos, individualmente hablando. Son múltiples los mitos al respecto, pero podemos encadenar varios de ellos para encontrar todos esos supuestos.


Minos, que era hijo del dios Zeus y de Europa, pidió apoyo a Poseidón para que fuese él, entre todos sus hermanos, el elegido a suceder al rey de Creta Asterión. Poseidón le ayudó, y Minos le prometió en señal de agradecimiento que sacrificaría al animal que el dios eligiese. Entonces, Poseidón hizo surgir del mar a un hermoso toro blanco, pero Minos quedó maravillado del animal y, olvidando su promesa, lo ocultó entre su rebaño y sacrificó a otro toro.

Al enterarse, Poseidón se llenó de ira y decidió vengarse de Minos a través de su esposa, Pasifae. Para ello, Poseidón inspiró en Pasifae un incontenible deseo por el toro blanco; y la reina, para satisfacer su pasión, recurrió a Dédalo, quien construyó con madera una figura de vaca hueca para que se introdujese en ella Pasifae y, de esa manera, pudiese ser montada por el toro blanco. El resultado de esa relación zoofílica fue que Pasifae quedó encinta y parió un monstruo con cuerpo de hombre y cabeza de toro: el Minotauro.

Dada la monstruosidad del ser, así como su maldad y voracidad por la carne humana, el rey Minos mandó a Dédalo que construyese un intrincado laberinto en cuyo centro encerraría al Minotauro para que no pudiese salir de él.

Al tiempo, un hijo de Minos fue asesinado en Atenas después de quedar campeón en una competición olímpica. En venganza, el rey de Creta atacó a Atenas, y ésta se rindió. Entre las condiciones que impuso Minos para aceptar la rendición fue que Atenas entregase a Creta un tributo anual consistente en siete jóvenes y siete doncellas como sacrificio para el Minotauro.

Cuando correspondía la tercera entrega del tributo, un hijo del rey de Atenas llamado Teseo se ofreció voluntario para ser uno de los jóvenes ofrecidos al Minotauro y, así, poder enfrentarse a él y tratar de matarlo. Una vez que Teseo fue conducido a Creta, se enamoró de él una hija del rey de Minos, Ariadna, y planeó una estrategia para ayudar a su amado a matar al Minotauro y poder regresar del interior del laberinto. Así, Teseo ató a la puerta del laberinto un cabo del ovillo de hilo que le había dado Ariadna y, después, se introdujo en su interior. Una vez que se encontró con el Minotauro, Teseo se enfrentó a él y consiguió matarlo con una espada mágica que también le había dado Ariadna. Después, recogiendo el hilo del ovillo, consiguió realizar el camino de vuelta y salir del laberinto.


Son varias las leyendas que ya han quedado encadenadas en el anterior relato, pero aún se puede enlazar una más, en la que el protagonista es el máximo exponente de los héroes de la mitología griega: Hércules.

Uno de los doce trabajos encomendados a Hércules fue capturar al Toro de Creta, que era, precisamente, el hermoso toro blanco con el que se apareó Pasifae y que, después de aquel suceso, fue enloquecido por Poseidón y comenzó a causar estragos por toda Creta.

Hércules y el Toro de Creta – Louis Tuaillon


Hércules se trasladó a Creta y, tras obtener el permiso del rey Minos, buscó al toro por la isla. Una vez que le localizó se enfrentó a él y, agarrándolo por los cuernos, consiguió inmovilizarlo y someterlo. Después, cargándoselo sobre las espaldas, lo llevó al continente, a la ciudad de Micenas, para entregárselo a Euristeo. Éste, al ver su ferocidad, lo dejó libre, y el toro comenzó a causar daños allá por donde iba. Tras cruzar el istmo de Corinto, el toro llegó a la llanura de Maratón, donde finalmente le mató el héroe ateniense Teseo.


Al igual que ocurría en el mito del rapto de Europa por parte de Zeus, en el de Pasifae se nos está presentando al toro asociado a una divinidad, en este caso a Poseidón, y como exponente de potencia fecundadora.


Sacrificios de toros en la religión griega


A modo de simples apuntes de todo lo recogido por Francisco J. Flores Arroyuelo en su libro “Del Toro en la Antigüedad: animal de culto, sacrificio, caza y fiesta”, cabe decir que el Toro perdió entidad como divinidad en el proceso de fusión entre la religión de los habitantes más primitivos de Grecia y la de los pueblos indoeuropeos que la fueron invadiendo, pero se mantuvo asociado mitológicamente con Zeus, Poseidón, Eros o Dionisio como vestigio de su antigua categoría de deidad.

Ahora bien, aunque perdiese la categoría específica de divinidad, el toro siguió siendo un animal venerado en la región griega, ya que su ritual más frecuente e importante fue el de los sacrificios y, en ellos, el toro se mantuvo como la ofrenda preferida de los dioses.

Esa catalogación del toro, lejos de ser banal, tiene una gran importancia religiosa. El sacrificio era un eslabón que unía al hombre con la divinidad, al considerarse, por un lado, como un ritual de purificación, en el que se entregaba una víctima expiatoria para apartar las impurezas o los males de la comunidad; y, por otro, como un ritual de comunión, en el que a la víctima, al toro en nuestro caso, no sólo se la otorgaba carácter sagrado, sino que se la identificaba con la divinidad para que los fieles, al alimentarse con la carne del animal sacrificado, pasaran a unirse con dicha divinidad.

A veces, incluso, se llegaba al extremo de comerse la carne cruda, como aparece en rituales orgiásticos dedicados al dios Dionisio y como queda descrito en la tragedia de Eurípides Las Bacantes.

El hecho de que los griegos considerasen que el animal inmolado pasaba a la esfera de lo sagrado resulta más evidente, si cabe, con el análisis de Martin P. Nilsson en su obra “Historia de la Religión Griega”, donde expone que: si bien la carne del animal, como materia corrupta, la consumían los fieles, pues los hombres son mortales y también están condenados a la putrefacción; la osamenta del animal, como no se descompone fácilmente, se consideraba que pertenecía a los dioses porque eran inmortales, y era a ellos a quien se ofrecía esa parte del animal, ya fuese en enterramiento o en incineración.

Y, si había ocasiones o ritos concretos en los que los animales elegidos podían ser cerdos, corderos, carneros o perros, el preferido por los griegos para los sacrificios fue, sin duda alguna, el toro. De hecho, en el sacrificio más famoso de todos, denominado “hecatombe”, se llegaban a inmolar hasta cien reses.


Las celebraciones taurinas en Tesalia

Relieve de Taurokathapsia - Ashmolean Museum de Oxford


Sabido es que en la isla de Creta hubo unas celebraciones taurinas durante el II milenio a.C en las que jóvenes practicaban arriesgados saltos de toros. Lo que ya no es tan conocido a nivel popular es que, unos mil años después, en Grecia también hubo celebraciones taurinas. Tomando como fuente un estudio de don Manuel Serrano Espinosa, profesor titular de la Universidad de Alicante, vamos a conocer los festejos taurinos que en la Grecia Clásica se celebraban en la región de Tesalia.

No se conoce la denominación exacta de los juegos taurinos de Creta; en cambio, gracias a la documentación de la época clásica de Grecia, sí sabemos que la tauromaquia de Tesalia recibía el nombre de “Taurokathapsia”. Y, en lo que respecta a su cronología, las piezas numismáticas que se han conservado indican que la taurokathapsia de Tesalia tuvo lugar a principios del siglo V a. C., y no se descarta que incluso se remontara al siglo VII a.C.

La taurokathapsia de Tesalia era una modalidad de festejo taurino diferente a los saltos del toro. En primer lugar, no se trataba de saltadores a pie, sino jinetes que, a lomos de sus cabalgaduras, encelaban a los toros con carreras y requiebros que tenían la intención de minar las fuerzas del animal para, después, poder saltar desde el caballo al cuerpo del toro y, agarrándole por la cornamenta, tratar de derribarlo y quebrarle el cuello. Una vez concluido el lance, la cabeza del toro era ofrecida a la divinidad local como símbolo de poder y ofrenda de fertilidad.


El testimonio literario más antiguo de la taurokathapsia de Tesalia lo tenemos en Eurípides; aunque es una referencia indirecta, ya que sólo menciona las habilidades de los tesalios en la doma de caballos y en el sacrificio de los toros. Heliodoro, en cambio, nos ofrece una versión más pormenorizada de la celebración. La sitúa en Etiopía, pero el protagonista es un tesalio de nombre Teagenes que logra derribar al toro, y después, ante un público enfervorizado, se presenta ante el rey etíope Hidapes para pedir, y obtener, la mano de su hija.

Otro testimonio es el de Artemidoro, que preconiza un origen jonio de la taurokathapsia. Según dice, llegaron desde Éfeso (ver el mapa de la segunda imagen) y se expandieron por el Ática; aunque también aclara que el lugar donde destacaron fue en Larisa, en Tesalia. Platón, por su parte, describe una ceremonia similar procedente de Tracia, en la costa norte del mar Egeo.


Las inscripciones que se conservan constituyen un grupo esencial para el estudio de varios aspectos de estas celebraciones. Paradójicamente, las primeras que nos atestiguan su existencia no proceden de Tesalia, sino del Asia Menor (lo que podría sugerir cierta coincidencia con lo afirmado por Artemidoro). Ahora bien, el grueso de las inscripciones con esta temática pertenecen a la región de Tesalia. Y es muy destacable que todas nos indican que las taurokathapsias se encontraban ligadas a cultos locales y adscritas al ámbito religioso.


Por otro lado, la Numismática nos proporciona varios ejemplos de la popularidad que estos juegos adquirieron en la Tesalia de la época clásica. La mayoría de las monedas datan del período 480-400 a.C.; dato importante porque nos indica la antigüedad de tales celebraciones. En las monedas podemos observar un esquema que se repite con asiduidad: una de las caras representa al joven jinete en el instante que agarra al toro por los cuernos e intenta pasarle una especie de banda entre la cornamenta, mientras que en el reverso aparece el caballo galopando sin jinete con la inscripción del topónimo "Larisa".


En el reverso de algunas monedas aparece la imagen de la divinidad Zeus Eleutherios, lo que prueba su adscripción a festividades religiosas donde se honraba a Zeus Eleutherios, y también a Poseidón Taurios.


Por último, indicar que se conservan dos relieves con representaciones de taurokathapsias. En uno de ellos, procedente de Esmirna, y que se conserva en el Ashmolean Museum de Oxford, se muestra una escena completa dividida en sus distintas fases: las carreras y quiebros a caballo, el salto del jinete para asirse a los cuernos del toro y el desenlace final, con el toro ya derribado. En cambio, en el otro relieve, que se conserva en el Museo de Arqueología de Estambul, sólo se muestra el momento en el que el jinete se ha lanzado desde su montura y está agarrado a los cuernos del animal.


Sin duda, la taurokathapsia de la época clásica de Grecia difiere de la tauromaquia cretense en varios aspectos de su realización, y no se puede decir que tenga su antecedente directo en Creta, pero sí existe un elemento común: todos los documentos hallados hasta el momento nos hablan claramente que los certámenes taurinos se hallaban adscritos en la época clásica a festividades y cultos de carácter religioso, lo que confiere a estas celebraciones un carácter que supera el ámbito del mero espectáculo deportivo o profano.
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Lagun
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Off topic: dada la proximidad de las fiestas de Navidad, les quiero desear a todos unos días de paz, felicidad y, con los tiempos que corren, de trabajo.

...............¡¡¡Feliz Navidad!!!
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Y, como es obligado, ruego a los propietarios de los derechos de autor de las imágenes que he publicado con este texto que me permitan mantenerlas, pues con esta bitácora no tengo fines lucrativos, y el hecho de haberlas incluido se debe únicamente a querer facilitar su conocimiento a los usuarios de esta página para una mejor comprensión del texto.
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4/12/10

Visita a “Zahariche”


Quisieron los dioses que el pasado 27 de noviembre lloviese en la cuenca del Guadalquivir; y, concretamente, las tierras de la provincia de Sevilla recibieron, de media, el obsequio de cincuenta litros por metro cuadrado. Lora del Río no fue una excepción, y también fue agraciada con su ración de agua correspondiente. Y en Zahariche...

Podría haber llovido cualquier otro día; pero, no, el elegido por los dioses fue el mismo que nosotros habíamos acordado semanas antes con la familia Miura para visitar la finca de su histórica ganadería.

Los efectos de ese fenómeno meteorológico condicionaron, sin duda, nuestra visita a Zahariche, pero no impidieron que la jornada del 27 de noviembre de 2010 pase a engrosar mi listado de fechas inolvidables.

Así, al cruzar su singularísima cancela de entrada sentí como un estremecimiento recorría mi cuerpo: entraba en la finca de los miuras. Y una vez que llegamos al cortijo, al pasar a su patio de entrada, no pude evitar la evocación de la imagen de don Eduardo Miura Fernández con sus particulares patillas. Sí. Pese a las inclemencias del tiempo, las sensaciones brotaban de continuo.


Entre esas sensaciones, a todos nos llamó la atención la rusticidad del patio, sin ningún tipo de concesiones de cara a la galería, por lo que intuimos desde el primer momento que la palabra que siempre ha debido ser imperante en la ganadería es: “trabajo”. Allí, en Zahariche, desde 1941; pero en esta familia ganadera desde 1842, que fue el año en el que don Juan Miura Rodríguez fundó la vacada.


Al cabo de unos breves minutos, que aprovechamos para asomarnos a las caballerizas, se presentó en el patio don Manuel García, el mayoral, montado a caballo y enfundado en un poncho de agua que sólo dejaba al descubierto sus ojos y poco más. Desde su montura, dadas las condiciones meteorológicas, nos hizo la pregunta de rigor. Y nuestra respuesta no lo fue menos: “p’alante”.


Don Manuel se puso al frente de la marcha, componiendo bajo aquel persistente aguacero una imagen que resultaba impactante y, a la vez, emocionante. Abriendo y cerrando cancelas, nos fue acompañando hasta los cercados donde se encuentran los toros de saca para la próxima temporada. Nueve corridas, según me dijo él, personalmente; ocho, según nos contó a todos don Eduardo Miura, con el que estuvimos compartiendo impresiones al final de la visita.


Zahariche es una finca de unas 600 hectáreas, y los dos cercados que vimos están en consonancia: grandes, extensos, con unos límites que en parte se pierden entre las suaves ondulaciones que presenta el terreno. Por ello, los miuras se encontraban algo desperdigados y el mayoral se tuvo que emplear a fondo para moverlos.


Como es habitual en la ganadería, son variopintos los pelajes de los toros de esta camada, pero los que más atraen la atención son los de unos ejemplares salineros.


Respecto a las hechuras, como es lógico, aún están por rematar; y, además, el ganado andaba algo encogido por la lluvia. Pero ya se les veía su habitual conformación: altos de agujas, largos y con una gran caja, pero sin aparentar el peso que luego dan en la báscula, puesto que no son barrigones.


Un prototipo racial que parece estar fijado en la ganadería desde 1854, que fue cuando se terminaron de realizar las compras masivas de ganado, se concretaron las primeras grandes selecciones y se practicaron los cruces más básicos.

A este respecto, hay que recordar que don Juan Miura Rodríguez fundó la vacada en 1842 con reses de don Antonio Gil Herrera, de origen Gallardo; y que siete años después, en 1849, se compraron reses del mismo origen a don José Luis Alvareda. Posteriormente, entre 1850 y 1852, la vacada se consolidó con la compra de la mayor parte del ganado que había pertenecido a don José Rafael Cabrera, cuyo origen pasó a ser preponderante en la ganadería. Y que, por último, en 1854 se incorporaron dos sementales de don José Arias Saavedra, que eran de casta Vistahermosa por la rama de Barbero de Utrera.

Con esas compras realizadas en el espacio de doce años fue con lo que se conformó la base de la ganadería Miura. No obstante, hay que constancia de que se han ido añadiendo otros sementales, aunque la finalidad buscada no era ya la modificación del tipo del ganado, sino atemperar su comportamiento.

Así, se sabe de la incorporación de un toro de casta Navarra llamado “Murciélago”, que el diestro Lagartijo le regaló a don Antonio Miura tras lidiarlo en Córdoba y lograr su indulto. Era un ejemplar colorado y ojo de perdiz que descendía de la ganadería de Pérez Laborda, aunque ya llevaba el hierro de Joaquín del Val. En este caso sí que se comenta que pudo influir en la aparición en la ganadería Miura de los pelajes colorados y castaños.

Es sabido también que se añadió otro toro del duque de Veragua, aunque su influencia en la vacada debió ser escasa, pues murió muy pronto como consecuencia de una pelea con otros toros. Finalmente, hacia 1920 se incluyó como reproductor el semental “Banderillero”, de la Marquesa de Tamarón, encaste Parladé. Y se habla de otro más del Conde de la Corte. A partir de ahí, todo queda en el secreto de la familia; como es la supuesta incorporación de algún semental de Palha a cambio de los miureños que forjaron el célebre encaste de la ganadería portuguesa.


Volviendo a la visita, los responsables de la ganadería suelen comentar que los miuras son muy temperamentales, por lo que son habituales las peleas entre ellos; de ahí que los mantengan en grandes grupos y no los aparten hasta pocos días antes de las corridas. También suelen comentar que, por la misma razón de su carácter, es muy complicado el manejo de estos toros en el campo, por lo que no es raro que se produzcan arrancadas imprevistas hacia los criadores, vaqueros y, más aún, a los extraños. Y, vive Dios, en nuestra visita tuvimos una buena muestra de ello.

Andaba el mayoral afanándose en reagrupar uno de los grupos, y todas las reses parecían moverse en la dirección deseada, cuando uno de los toros (del que me reservaré el número que lucía en el costillar para no fomentar prejuicios), de repente, se nos vino hacia nosotros con una velocidad tremenda y en clara actitud de acometida.


Resultó evidente que la alambrada le impidió culminar sus intenciones. Pero, aún así, siguió mostrándose desafiante y muy agresivo, moviendo reiteradamente la cabeza y tratando de levantarla por encima de la cerca, incluso.


Y no se vino una vez sólo. Puesto que, aunque regresó junto a sus hermanos tras el primer arreón, en ningún momento dejó de medirnos, y volvió a repetir la arrancada una segunda vez.

Fue, sin duda, la anécdota de la visita. Al menos, la más comentada entre nosotros.

Tanto fue así que salió a relucir el incidente con don Eduardo Miura, que vino a atendernos al final de la visita. Y, al margen de decirnos que era algo normal en la ganadería, nos contó otra anécdota que guarda relación, aunque se remonta a tiempos de 1910, más o menos, y su protagonista fue el propietario de otra ganadería: don José Anastasio Martín.

Se cuenta, según don Eduardo, que por la finca de don José Anastasio solía ir periódicamente el “recovero” (persona que se dedicaba a la compra de huevos, gallinas y otras cosas semejantes para después revenderlas), y que un día le dijo al ganadero: “Don José, hay un toro que, cada vez que vengo a su finca, me mira mal”. A lo que le contestó el interpelado: “Vístete de picador y cruza tranquilo”.

¡Jugosísima la historia!

Como decía antes, don Eduardo Miura y, posteriormente, su hermano don Antonio estuvieron compartiendo con nosotros y respondieron a cuantas preguntas les hicimos. Las más recurrentes hicieron referencia a los resultados de la pasada temporada, las perspectivas para la que se avecina y, como no, a la conflictiva prohibición de los toros en Cataluña, que don Eduardo contestó con la solvencia y las tablas obtenidas a lo largo de su experiencia de ganadero y los cargos que ha ocupado. Fue al hilo del último tema de los indicados cuando el ganadero se refirió al mundo de los festejos taurinos populares. Y dijo que él y su hermano son muy partidarios de este tipo de festejos, puesto que las corridas de toros sólo son el vértice de la amplia pirámide que conforma el mundo del toro, pero que toda ella se sustenta en una gran base, que es la que conforman los festejos taurinos populares. Y que, por eso, ellos siempre los defenderían.

También salió a relucir el tema de las normativas europeas sobre el ganado bravo, referido al hecho de que éste esté incluido en el mismo grupo que todo el vacuno; a lo que el ganadero vino a decir que sí que sería muy interesante un tratamiento normativo específico para el ganado bravo.

No puedo dejar de reseñar que también estuvimos en otras dependencias de la ganadería. Así, pudimos ver el largo embudo que conduce al encerradero de la finca. En éste, por otro lado, se puede ver un azulejo que rememora que el toro con el que se inauguró dicho encerradero se llamaba "Tejón", herrado con el número 66, que fue encajonado el día 5 de julio de 1965 para la corrida que se lidió en Pamplona el día 12 del mismo mes y año en las Fiestas de San Fermín.

Allí fue donde me comentó el mayoral que la ganadería está formada actualmente por unas 650 reses; de las cuales, 260 son vacas de vientre y 8 los sementales. Y un dato curioso: me explicó que en la ganadería es común que salgan por camada más hembras que machos, unas 20 aproximadamente.

También se nos permitió entrar a su característica y muy peculiar plaza de tientas cuadrada. Respecto de ella, me dijo el mayoral que su forma obedece, simplemente, a la tradición. Como en todo lo que se hace en esta ganadería...

Desde que la fundara don Juan Miura y después la regentara su viuda, doña Josefa Fernández, pasando todo ese tiempo por la siempre comentada dirección del hijo mayor: don Antonio Miura, que luego también la regentaría. Continuando por su hermano menor: don Eduardo Miura, aquél de las célebres patillas, que hizo de la ganadería la más importante de su tiempo. Siguiendo por la regencia conjunta de los hermanos don Antonio y don José Miura, a los que dio continuidad don Eduardo Miura, hijo y sobrino, respectivamente. Para llegar a estas fechas, en las que nuevamente dos hermanos: don Eduardo y don Antonio Miura siguen al frente de la más histórica y carismática de nuestras ganaderías bravas. Todos ellos siguieron los ejemplos recibidos de sus antecesores y trataron de mantener tanto los usos tradicionales que de ellos aprendieron como la histórica línea ganadera que fueron heredando.


Cuando se escriben artículos sobre visitas a Zahariche se suele recurrir al término "leyenda" para aplicarlo a la historia, trayectoria y vicisitudes de la ganadería Miura; y también es muy común la utilización de expresiones como "legendarios" y "míticos" aplicadas a los toros que se crían en esta afamada finca. Pero los miuras no son una ficción, ni su historia forma parte de narraciones situadas fuera del tiempo histórico. Como dijo Rafael el Gallo: “el miura existe”. Por ello no he empleado en este texto aquellos términos fantasiosos tan al uso. Cuando pienso en Zahariche y en la ganadería Miura prefiero recurrir a términos como criterio, trabajo, fidelidad y tradición; y cuando en mi retina aparece la imagen de un miura: belleza, poderío y casta.


Cumplida la visita, lo que ahora deseo es que en el próximo 2011 pueda volver a Pamplona para encontrarme con seis de estos miuras que tuve la fortuna de ver en su finca el pasado 27 de noviembre. Y, como no, volver algún día al mojón que en la carretera de Lora del Río a La Campana marca la entrada a Zahariche.
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NOTA: Como muestras de agradecimiento, además de a los titulares, mayoral y vaqueros de la ganadería Miura, quiero dejar constancia que los autores de las fotos publicadas en esta entrada son: Miguel Pedrero, que se jugó su máquina por la maldita lluvia de aquel día; y Jesús Martínez, que me las ha remitido desde su página de referencia “elpuyazo.es”. También hay alguna de quien suscribe.
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Lagun
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25/11/10

Casta Jijona

Toro de casta Jijona – Autor: Pablo Moreno Alcolado (óleo sobre papel)


Orígenes

Tras un peregrinaje prehistórico desde Oriente Medio hasta el oeste del continente europeo, agrupaciones de ganado bovino de la especie bos taurus fueron entrando en la Península Ibérica y se fueron asentando en sus distintas áreas geográficas. Una de esas regiones de asiento fue la Meseta Central, tanto en la parte norte como en la sur, ocupando las cuencas fluviales del Duero, por un lado, y las del Tajo y Guadiana, por otro.

Por los muchos miles de años que conllevó ese proceso, y por lo amplio y diverso que es el territorio de la Meseta Central, es lógico deducir que el ganado que la ocupó no fue de una única agrupación y que, por tanto, no tenía una misma morfología. Además, la configuración natural del ganado salvaje también se pudo ver alterada por comarcas a partir del Neolítico, con la introducción por el hombre de reses domesticadas que, fruto de ese proceso, ya habían sufrido modificaciones morfológicas. No obstante, cuando los tratadistas clasificaron las distintas raíces originarias del toro de lidia, decidieron englobar a todas las agrupaciones del centro de la Península en una única rama a la que denominaron “raíz castellana”.

Mapa de asiento de las tres raíces del toro de lidia (trazo continuo) y de la ubicación en la submeseta sur de la vacada primigenia de casta Jijona


Y si parece que eran evidentes las diferencias entre los toros de la submeseta norte y los de la submeseta sur, también se puede mantener que, dentro de esta última, debió haber toros con una variada conformación morfológica. Así, si los toros que se criaban en las riberas del Jarama eran, generalmente y entre otras características, de pelaje negro y de cuernos cortos, según los describió Jerónimo de la Huerta en el siglo XVI; en otras zonas de la submeseta sur también debieron criarse toros que, predominantemente, fueran de pelaje colorado y con cornamentas muy desarrolladas.

Se desconoce si llegaron a ser predominantes en todo ese vasto territorio las reses de pelaje colorado; o si, por el contrario, sólo se localizaban en alguna parte de los Montes de Toledo, del valle de Alcudia o de cualquier otro lugar de las estribaciones de la Bética. Pero se dice que fue con reses de pelaje colorado encendido con las que se conformó en el valle del Guadiana una de las más renombradas y carismáticas castas fundacionales del toro de lidia: la “casta Jijona”.


Casta fundacional Jijona

La teoría más extendida afirma que Juan Sánchez Jijón, aprovechando las posibilidades que le ofrecía su cargo de intendente en la vacada del Real Patrimonio, fundó hacia 1618 una ganadería en Villarrubia de los Ojos, seleccionando toros de la Real Vacada de Aranjuez que se caracterizaban por ser de gran alzada, mucha corpulencia, cornamenta desarrollada y, de manera muy significativa, por tener un pelaje colorado encendido.

La importancia que esa vacada alcanzó con las sucesivas generaciones de ganaderos de la familia conllevó, entre otras consecuencias, que al pelaje colorado encendido de los toros se le conociese con el término “jijón” en honor al apellido principal de dicha saga de ganaderos; y, sobre todo, que a su vacada se la reconociese la categoría de casta fundacional del toro de lidia, otorgándola la denominación de casta “Jijona”.

Siguiendo con la teoría más extendida sobre la fundación de la casta Jijona, también se dice que fue Juan Jijón, un nieto del fundador de la vacada, quien realmente seleccionó la ganadería y la dedicó específicamente a la cría de toros de lidia, fijando además su prototipo racial.

No obstante esa teoría, en el presente 2010 se publicó en esta bitácora un documentado estudio titulado “Linajes de los primeros criadores de Toros Jijones”, en el que sus autores, los hermanos Candelas y Cecilio Naranjo González, demuestran que esa teoría mayoritaria debe ser revisada.

Toro de casta Jijona – Autor: Pablo Moreno Alcolado (óleo sobre papel)


En dicho estudio se pone en evidencia, en primer lugar, que no existe documento alguno en el Real Patrimonio que haga referencia al supuesto cargo de intendente de Juan Sánchez Jijón en la Real Vacada de Aranjuez y que, por tanto, no es ese el motivo de creación de la ganadería.

Por contra, los autores del trabajo han demostrado que en Villarrubia existían dos ramas familiares apellidadas Jijón que, históricamente, eran criadores de ganado de cerda, lanar y caballar; y que debió ser cerca de la mitad del siglo XVII cuando decidieron introducir el vacuno entre sus ganados, ya que han documentado un proceso de incremento de reses vacunas de su propiedad entre 1645 y 1657, así como la carencia de dependencias y terrenos acotados y específicos para su cría, por lo que dicho ganado invadía las tierras de los agricultores y la Justicia de Villarrubia abrió en esos años sendos expedientes contra las dos familias de ganaderos. Así, los fundadores o, mejor dicho, los impulsores de la vacada de los “Jijones”, que es como eran conocidos en la localidad, fueron los respectivos cabezas de familia de esas dos ramas emparentadas: por un lado, don Pedro Jijón González, y, por el otro, Juan Jijón de Salcedo (verdadero nombre de este ganadero, pues el compuesto “Sánchez-Jijón” es un artificioso añadido posterior).

Del mismo modo, los hermanos Naranjo también han demostrado que esas dos ramas familiares actuaban conjuntamente en la administración del ganado, por lo que hay que decir que sus respectivas ganaderías conformaban una única explotación. Y también han probado que, gracias a una política de casamientos entre hijos e hijas de esta primera generación de ganaderos, la administración conjunta de la explotación continuó con dos de los respectivos sucesores: Pedro Jijón y Juan Jijón, que habían pasado a ser cuñados.

La bibliografía taurina no concedía a este segundo Juan Jijón ningún papel relevante en la historia de la ganadería. En cambio, los autores del estudio han acreditado con contratos que dicho Juan Jijón y su cuñado Pedro Jijón ya destinaban ganado para la lidia en 1678 y 1679, y que ellos debieron ser los primeros ganaderos que con ese apellido lidiaron en Madrid; concretamente, el 25 de septiembre de 1679. Y otro hecho significativo: que tuvo que ser en esta época cuando debió quedar fijado el prototipo racial de la casta Jijona.

Cuadro generacional de los criadores con la división del tronco Jijón original
Elaboración: hermanos Naranjo González


Según los hermanos Naranjo, a la muerte en 1684 de esta segunda generación de ganaderos, representada por los cuñados Pedro Jijón y Juan Jijón, la ganadería se dividió entre sus respectivos sucesores, de los cuales han logrado elaborar el árbol genealógico, y de él se deduce una conclusión que no admite dudas. Como es bien sabido, de casta Jijona se denominaban los toros de la rama más célebre de la familia: la de los sucesores de Juan Jijón, que fueron los hermanos Juan y José Jijón, y posteriormente los hijos de este último, José y Miguel Jijón. Pero igualmente eran de casta Jijona las reses de la otra rama de la familia, la hasta ahora desconocida de Pedro Jijón, pues en ella se ubican ganaderos como Blas Jijón y, sobre todo, doña Elena Jijón; y es por todos conocido que esta ganadera poseía reses de casta Jijona que adquirieron Manuel Aleas y Gil Flores. Por tanto, si eran de casta Jijona las reses de las dos ramas de la familia Jijón, la conclusión lógica es que hay que convenir que el prototipo racial de la casta Jijona se tiene que dar por fijado antes de que se dividiese la vacada primigenia. Y que, por tanto, tal honor se debe conceder a los cuñados Pedro Jijón y Juan Jijón; y siempre antes de su muerte en 1684.


Con ello, los autores de este documentado estudio desmontan la teoría que hasta ahora dominaba toda la bibliografía taurina, que afirmaba que fueron los hermanos Juan y José Jijón quienes fijaron el prototipo racial de la casta Jijona después de recibir la ganadería de su padre en herencia en 1684.


“Edad de Oro” de la casta Jijona y la brusca desaparición de la familia de sus fundadores

Escudo de los Jijón de Salcedo. Foto: Fernando Beneytez Peñuelas


Retomando el estudio que sirve de base a esta entrada, hay que volver a citar el momento en el que los cuñados Pedro Jijón y Juan Jijón fallecen en 1684. Fue entonces cuando se rompió el gran acuerdo familiar que había permitido mantener unida la mayor parte de la explotación ganadera de los “Jijones”, y las reses que la componían se dividieron en tres partes, al menos.

1) Una parte de lo correspondiente a Pedro Jijón lo heredó su hijo Cristóbal, que fijó su residencia en Valdepeñas. El ganado de esta línea pasaría a su hijo Juan Antonio Jijón, y a éste le sucedió una hija llamada Elena Jijón (a la que antes se hacía referencia), que en 1790 debutó en Madrid. Doña Elena murió sin descendencia, desapareciendo con ella esta línea de los fundadores de la casta Jijona; y su ganado, previo paso posiblemente por Benito Torrubia, acabaría siendo adquirido por Manuel Aleas y Gil Flores.

2) La otra parte de lo de Pedro Jijón fue heredado por su hijo Blas Jijón, que continuó en Villarrubia. El hecho de que este ganadero naciese en 1667 rebate lo escrito por Cossío sobre que lidió en Madrid en 1654. Cuando realmente lidió Blas Jijón en la Villa y Corte fue en 1690; y se sabe que hacia 1750 lo hizo en Valencia su hijo Pedro Jijón, que fue quien le sucedió en su vacada. Con éste ganadero se cerró esta otra línea de los fundadores de la casta Jijona, pues murió sin descendencia, y su ganado terminaría pasando a la rama familiar más célebre de los Jijones (la que veremos a continuación), viendo aumentado así el número de sus reses.

3) Y, por último, la parte de Juan Jijón pasó a sus hijos Juan y José Jijón, que permanecieron en Villarrubia. Nunca dividieron la herencia, pero fue el mayor de los dos, Juan Jijón, el que dedicó más trabajo a esta ganadería de la rama más célebre de los Jijones, pues superaba en dieciocho años la edad de su hermano, y éste sólo contaba con cinco cuando murió su padre. Por ello, hasta que alcanzó la mayoría de edad, Juan Jijón empezó administrando la ganadería en nombre de ambos. Además, como fue José el que falleció primero y sus hijos eran menores por entonces, Juan Jijón volvió a llevar la administración en solitario desde 1735 a 1743.

A este último período corresponde la corrida que en 1737 se lidió a nombre de Juan Jijón en la primera plaza circular que se construyó en Madrid, la del Soto de Luzón, levantada por la Archicofradía de la Sacramental de San Isidro.

Tras fallecer los hermanos Juan y José Jijón, los hijos de éste: José y Miguel, se constituyeron en propietarios de la vacada; aunque por entonces seguían siendo menores de edad y fueron los albaceas quienes empezaron ejerciendo la administración. Posteriormente, tras lograr José Jijón que se le reconociera la capacidad de obrar, fue él quien tomó las riendas.

La ganadería de esta rama familiar alcanzó la más alta cota de éxito y fama durante la titularidad de los hermanos José y Miguel Jijón, encumbrándose a la cima ganadera en aquella época. Son innumerables las tardes que lidiaron y los éxitos que cosecharon. No obstante, la relación personal entre los dos hermanos fue muy tensa por el carácter de José, llegando a enzarzarse entre ellos en litigios judiciales. Así, si en un principio se anunció la ganadería a nombre de don José y don Miguel Jijón; a partir de 1766, como consecuencia de la ruptura de las relaciones entre ellos y, sobre todo, de la sentencia dictada en un procedimiento en el que ambos eran las partes, Miguel Jijón pasó a ser el administrador único de la vacada y a su nombre se anunció hasta su muerte en 1791; soltero y sin descendencia. Por ello, a partir de aquel año la ganadería pasó íntegramente a José Jijón, anunciándose a su nombre.

De las dos ramas familiares sólo quedaba por entonces José Jijón. Llegaría a casarse, pero lo hizo ya con más de setenta años y no tubo descendientes. Así, con él murió el último representante de los fundadores de la casta Jijona.

La ganadería se anunció durante un año a nombre de su viuda, doña Leonor del Águila, y después pasó a hacerlo a nombre del segundo marido de ésta: don Bernabé del Águila. Finalmente, la incursión de éste en el mundo de la política acarreó al matrimonio un serio deterioró de su patrimonio, y esa debió ser la causa de que, dos décadas después, sus toros comenzasen a verse anunciados a nombre de don Manuel Gaviria y doña Manuela de la Dehesa.


Prototipo racial

Toro de casta Jijona – Autor: Pablo Moreno Alcolado (óleo sobre papel)


Hasta el presente, la falta de fuentes documentales nos impide saber cuál fue el origen de las reses que se usaron para crear la vacada primigenia de los “Jijones”. Ello conlleva que sólo sean conjeturas asegurar que procedían de la ribera del Jarama, de la Real Vacada de Aranjuez, de los Montes de Toledo, del valle de Alcudia o de cualquier otro punto concreto de la submeseta sur.

Y, del mismo modo, también sería una simple teoría afirmar que las reses jijonas eran, desde el inicio, mayoritariamente de una determinada capa. Ahora bien, la selección se hizo en algún momento de la historia de esta casta fundacional; porque si por algo se caracterizan los toros de casta Jijona en las descripciones de nuestra bibliografía taurina es por su mayoritario pelaje de tono rojizo; desde el melocotón al castaño, pero predominando de forma característica el colorado encendido.

También se dice que eran de gran alzada, corpulencia y peso; y que tenían unas cornamentas muy desarrolladas y de tono acaramelado.

A modo de hipótesis de todo este conjunto de nociones, tengo anotado de Rafael Cabrera Bonet un comentario que hizo en una conferencia referente a que esos toros colorados pudieran no estar muy alejados de las reses de raza retinta que se asentaban especialmente en la zona sur y occidental de la Península Ibérica, y que podrían haber ascendido hasta la región castellano-manchega siguiendo el curso del Guadiana.


Una vez desaparecidos los ganaderos de las dos ramas familiares que fundaron esta casta, sus reproductores sembraron con su sangre otras muchas vacadas, especialmente de la zona de Colmenar Viejo, lo que provocó la fusión con los denominados “Toros de la Tierra” y contribuyó a que esas nuevas ganaderías alcanzaran renombrados éxitos en el siglo XIX. Y es que el comportamiento de esos toros se ajustaba de forma muy especial a la concepción de la lidia que imperaba por entonces, basada fundamentalmente en el primer tercio, ya que salían fuertes, duros y correosos, sin que fuera trascendente que tendieran a desarrollar sentido y a convertirse en broncos y defensivos según transcurría el tercio de varas.

Por ello mismo, los toros de esa procedencia dejaron de ser “apropiados” para la nueva concepción del toreo basado en el último tercio que se fue forjando hacia finales del siglo XIX y principios del XX. Comenzaron entonces los cruces en las ganaderías, especialmente con reses de casta Vistahermosa; y a las lógicas resultantes que se derivaron de la absorción de sangres se unieron las devastadoras consecuencias que para todo tipo de ganado vacuno conllevó la Guerra Civil para provocar la práctica desaparición de la carga genética Jijona en nuestra cabaña brava.

Esa creencia era prácticamente unánime hasta hace unos pocos años, pero el catedrático Javier Cañón, con sus estudios sobre genética, ha abierto una ventana de esperanza en los interesados en una futurible recuperación.


NOTA:
Deseo mostrar mi agradecimiento a los autores de las obras e imágenes publicadas en este texto por su desinteresada aportación. Y, por ello mismo, debo hacer constar que todo aquél que pretenda incluirlas en otros espacios de la red deberá citar su autoría.
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15/11/10

In Memoriam (III)

........................ Foto: Rafael G. Riancho (Lunada)


En la vida de un corredor de encierros hay días en los que aparecen las dudas, y con ellas la inseguridad. Entonces pareciera como si su mundo se viera azotado por el más terrible de los temporales. Y los que hemos sufrido la desgracia de que un compañero cercano haya fallecido como consecuencia de su participación en un festejo taurino popular, sabemos muy bien que ese es un momento en los que un corredor debe afrontar la más dura galerna que nunca habría llegado a imaginar. Te lo planteas todo. Hasta lo que te niegas a pensar sistemáticamente.

Pero, finalmente, y aunque pueda parecer contradictorio, los compañeros que nos dejan terminan convirtiéndose en el mayor apoyo para nuestra afición, en un referente muy querido. Esos compañeros se erigen en las adversidades con la misma fortaleza que lo hace un faro costero, que en plena noche o en medio de un temporal siempre está ahí: para auxiliarnos, para reconfortarnos... para admirarlos.


A todos los corredores de encierros que nos han dejado, y a los aficionados que han perdido la vida participando en algún festejo taurino popular, a TODOS...

.................... ¡Descansad en paz, compañeros!

Lagun
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Nota: Pulsando el enlace que está insertado en el nombre de Rafael G. Riancho, podréis acceder a la web donde está publicada la espectacular y maravillosa fotografía que encabeza esta entrada, así como muchas más obras de este gran fotógrafo. A quien ruego que me permita mantener la fotografía elegida para ilustrar este texto, ya que con esta bitácora no tengo fines lucrativos.
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3/11/10

Fira de Onda 2010



Asistir a la Fira de Onda es encontrarte, no ya con el pasado, sino con lo que siempre fueron los festejos taurinos populares. Pero es que, además, allí también obtienes la convicción de que nunca desaparecerá la afición por el Toro y por correrlo en las calles.

Se pueden comentar muchas cosas de la Fira, de hecho los compañeros que en estos días formamos allí cuadrilla así lo hicimos durante la celebración de los festejos y, especialmente, cuando nos reunimos para comer. Podría decir, y sería muy fácil, aunque sincero, que lo más atrayente de la Fira de Onda es el trapío de los toros que allí se corren y se exhiben. Pero lo que a mí, personalmente, más me sedujo fue ver la gran cantidad de niños que había en la parte superior de los cadafales. Ver sus caras, sus miradas, sus gestos de asombro, de admiración... Y la conclusión que obtuve de ello es que la Fira y los festejos taurinos populares tienen el futuro asegurado.

Ahora bien, respecto a los verdaderos protagonistas de la Fira, lo cierto es que a Onda va el TORO-TORO. Ese toro que ya ni recuerdan “Los Siete Magníficos” que ahora andan de supuestos salvadores de la Tauromaquia por los ministerios de Interior y Cultura. Ese toro que impone miedo de tanto trapío, tanto cuajo y tanto temperamento que presenta y demuestra de salida. Porque el toro, para ser digno de su ancestral historia, debe ser así: debe dar miedo con su presencia y tiene que tener movilidad y, sobre todo, casta. Esas son las condiciones básicas para que perdure la Fiesta. Porque el “otro toro”, el que vemos a diario junto a las figuras del toreo, a lo que evoca es a uno más de los tiernos animales de la factoría Disney, y lo único que inspira es lástima. De ahí, de ese “otro toro” que nos quieren “vender” los mandamases del taurinismo oficial provienen muchos de los problemas que actualmente padecen los festejos taurinos.

Pero ese no es el caso de la Fira de Onda.


Allí, desde los cadafales, los niños ven y aprenden lo que es un Toro. Contemplan y captan como se respeta al toro. Observan y asimilan como los mozos, a cuerpo limpio, consiguen parar a un toro de salida. Según sale del toril o del cajón, sin probaduras previas ni un tercio de varas de por medio. Valiéndose únicamente del cuerpo, dándole el pecho, y sin necesitar un amplio capote con el que darle una larga cambiada. Y yo veía en la cara de esos niños que soñaban con ser ellos los que dentro de unos años corten, rueden y paren a toros con ese mismo trapío.

Allí, los chavales disfrutan viendo como un mozo puede pegar con una rebeca, no ya un chaquetazo, sino toda una señora verónica, templada y rematada, a un toro que sólo se ve en Pamplona y algunas tardes en Madrid. Y yo veía en las miradas de esos jovencísimos aficionados que ellos deseaban ser los que en el futuro puedan dar ese lance. Con una chaqueta o (¿quién sabe?) con un capote y vestido de luces.

En fin, allí, los niños también asisten al encierro desde lo alto de los cadafales. Pero, en ese caso, les juro que no pude fijarme en ellos cuando la carrera transcurría por mi tramo. No obstante, me puedo imaginar que esos chiquillos también tienen la intención de correr encierros algún día. No ya cuando reciban la llamada del Toro, pues puede que entonces no les dejen hacerlo aún, sino cuando se lo permita el reglamento.

Y no pude fijarme en los chavales durante el transcurso del encierro porque, si ya en todo encierro no cabe distracción alguna, en Onda menos aún, porque al hecho de que tienen un trapío impresionante los toros que allí se corren hay que añadir que las carreras suelen ser muy rápidas y muy intensas.

No sé si será por el perfil llano de su recorrido, por los cadafales del inicio, por los constante variación de la anchura y configuración de sus calles, por los continuos cambios de luz o, simplemente, por la casta de las reses; el caso es que, en Onda, la manada suele correr a gran velocidad, los toros miran mucho y es normal que alguno rompa la configuración de la manada para subirse a la acera de cualquiera de los lados. O a las dos a la vez, con un animal por cada lateral mientras el resto de la manada ocupa el centro de la calzada. Al margen, la curva de, prácticamente, 180 grados que da paso al tramo final del encierro tiene una gran dificultad técnica y es muy peligrosa.


Todo ello conlleva que el encierro de Onda resulte muy atractivo para el corredor, al tiempo que trepidante y espectacular, pero también comprometido y difícil de correr. Sobre este particular, la jornada de esta edición 2010 en la que los toros protagonizaron el encierro más vibrante y peligroso fue la del sábado, que se corrieron cinco ejemplares de Zalduendo y uno de Santiago Domecq; en consonancia, también fue el día en el se vieron y vivieron las carreras más comprometidas por parte de los corredores. No obstante, también hay que destacar el rápido y bonito encierro del viernes, protagonizado por seis reses de la ganadería de Hnos. Lavi Ortega, todas ellas de un pelaje entre colorado y castaño, con muchos kilos y gran trapío. El más agrupado y limpio de todos fue el del miércoles, con toros de El Pizarral.

Respecto a las pruebas, junto con las reses que se corrieron en los encierros de cada mañana, en esta Fira 2010 se han exhibido un total de 28 toros, entre los que figuraban ejemplares de ganaderías tan prestigiosas como las de Victorino Martín o Juan Pedro Domecq. Este último fue un precioso cinqueño, de pelo castaño y un trapío tremendo. Si hubiese que destacar la salida de algún toro, entre las que pude ver personalmente y las que comentamos los compañeros frente a la mesa, habría que citar al de la ganadería de Manuel Villau, un ejemplar con una arboladura tremenda y que realizó una salida espectacular, plena de velocidad y acometividad.


Este conjunto de características de la Fira, y especialmente la tan reiterada del trapío del ganado, provocan que cada año seamos más los corredores que, desde distintas comunidades autónomas, decidimos ir hasta Onda en la última semana de octubre.

Repasábamos en una de las comidas que, además de corredores de todo Levante, en los dos últimos días habíamos visto en Onda a muchos compañeros de Castilla y León: segovianos, vallisoletanos y zamoranos, cuando menos; a un nutrido grupo de Madrid, así como a algún alcarreño, toda una cuadrilla de guipuzcoanos y hasta unos compañeros franceses. Eso, cuando menos. Y, aunque no sea mi estilo, me gustaría resaltar que para mi fue un motivo de gran satisfacción compartir una vez más carrera e incluso tramo esta vez con una vallisoletana que, desde hace tiempo, está totalmente integrada en nuestro colectivo y que en todos los encierros a los que acude, que son muchos, da muestras de su calidad y valentía como corredora.

Y he realizado esta alusión personal porque desde aquí quiero animar a todas aquellas mujeres que, íntimamente, desean correr encierros para que se incorporen a esta apasionante afición. No sólo serán bienvenidas; es que, además, su participación será beneficiosa para los propios encierros, pues contribuirá a mejorar su imagen entre los menos aficionados.


Los comunicados de prensa de la organización informan que el sábado, entre participantes y espectadores, se habían contabilizado unos 10.000 asistentes en la última jornada de encierros de la Fira. Ya sabemos que esas cuentas se hacen siempre de forman aproximada, pero lo que sí es cierto es que el sábado estaba abarrotado todo el recinto.


Una participación y una expectación más que evidente al mediodía, que es cuando tiene lugar el encierro y las primeras exhibiciones, pero que también se hace patente en las pruebas de la tarde y, como no, en las emboladas nocturnas.


Porque en Onda, como en todo Levante, existe una verdadera pasión por los toros embolados. Es toda una cuestión de culto. Su celebración se siente como algo consustancial al bagaje cultural del conjunto de dicha sociedad, y la intervención individual en una embolada es motivo de orgullo para los participantes directos; ya sea embolando al toro, ya sea cortando la soga que le sujeta al poste, ya sea coleándolo una vez que queda suelto. Esta noción colectiva y personal de los toros embolados en Levante ya me la enseñó y demostró un amigo en el pasado. Y ahora, en la Fira, la he visto confirmada.


Sólo me resta decir que, además de disfrutar de unos días fantásticos en Onda, he tenido la suerte de poder participar en sus encierros. Algo que nunca olvidaré y que me ha dejado como poso el deseo de volver a repetir la experiencia. Por otro lado, y también a nivel personal, con estos encierros de Onda he tenido la fortuna de cerrar con bien mi temporada de 2010. Un hecho que me lleva a acordarme del resto de mis compañeros y de las distintas circunstancias en que ellos puedan encontrarse. Así:

Quiero compartir mi sensación de fortuna con los compañeros que también hayan acabado su temporada con bien o, al menos, sin sufrir lesiones de consideración. Quiero enviar un saludo a aquellos otros que hayan resultado heridos y desearles una pronta y total recuperación. Respecto a los compañeros que han sufrido lesiones tan sumamente graves que, en principio, parecen irreversibles o de difícil recuperación, quiero mandarles mi abrazo más afectuoso y mis mejores deseos para el nuevo horizonte de vida que tienen por delante. Por último, para los compañeros y aficionados que han tenido el infortunio de dejarnos definitivamente con motivo de su participación en festejos taurinos populares quiero dejar constancia del recuerdo que me evoca su memoria... Y, por supuesto, quiero adelantar que a ellos irá dedicada la próxima entrada de esta bitácora.

Lagun

25/10/10

Vicente Blasco Ibáñez: “Sangre y arena”


Al contrario de lo que ocurre en nuestra poesía, donde a todos nos resulta fácil enumerar una larga serie de autores ilustres que en algún momento de su carrera se sintieron inspirados por el tema taurino, en la novela encontramos más dificultad para elaborar una lista de escritores célebres que cuenten en su obra con títulos cuyo eje esté inspirado en el ámbito de los toros.

Siendo cierto lo anterior, hay que decir que no son pocos los literatos españoles que cuentan con alguna novela de reconocido prestigio basada en torno al mundo del toro y de la Fiesta. Así, a modo de ejemplo, Vicente Blasco Ibáñez es el autor de una de las más importantes novelas de temática taurina de toda nuestra literatura: “Sangre y arena”. Y, si determinar que ésta es o no la mejor novela taurina de nuestras letras siempre puede quedar relativizado por la subjetividad, lo que sí se puede afirmar de forma objetiva es que es la que más ha contribuido a popularizar en el mundo entero nuestra Fiesta. Un hecho que, sin duda, se ha visto favorecido por sus varias versiones y adaptaciones cinematográficas.


Vicente Blasco Ibáñez (1867 – 1928)



Valenciano de nacimiento, la biografía de Blasco Ibáñez es una combinación de episodios en los que se conjugan sus tres grandes vocaciones: la política, la periodística y la literaria. Esas inclinaciones se fueron fusionando a lo largo de su vida e hicieron de él una persona de gran vitalismo, muy comprometida y un gran escritor.

Como político, además de sus iniciativas juveniles, obtuvo acta de diputado republicano por Valencia en repetidas ocasiones. Su actividad política fue tan intensa y radical que llegó a sufrir arrestos y destierros.

Como periodista, su realización más importante fue el diario El Pueblo. Un periódico que Vicente Blasco Ibáñez también utilizaría como instrumento propagandístico de su ideario político republicano y un elemento de formación cultural, al publicar en él obras literarias en entregas diarias y semanales. Este diario tuvo una gran popularidad en Valencia, donde ejerció una notable influencia desde su fundación, en 1894, hasta su desaparición, en 1939.

Y como escritor, que es la faceta que aquí nos ocupa, Vicente Blasco Ibáñez fue uno de los máximos representantes del naturalismo en la literatura española. A lo largo de su carrera se aprecia muy claramente la sucesión de sus etapas como escritor: novelas valencianas, sociales, psicológicas, americanas, de guerra, históricas, de aventuras... Entre sus obras más célebres cabe destacar “Arroz y tartana” (1894), “La barraca” (1898), “Entre naranjos” (1900), “Cañas y barro” (1902), “La bodega” (1905), “La horda” (1905), “La maja desnuda” (1906), “Los muertos mandan” (1909), “Los argonautas” (1914), “Los cuatro jinetes del Apocalipsis” (1916)... y, por supuesto, en la que nos vamos a centrar aquí: “Sangre y arena”. Una novela, la única de su carrera, que es de temática taurina.


“Sangre y arena” (1908)


Aunque algunas de las versiones cinematográficas de “Sangre y arena” sí que pueden incurrir en los tópicos más folklóricos de las corridas de toros, hay que dejar sentado en primer lugar que la obra de Vicente Blasco Ibáñez no lo hace, y que es una excelente novela.

En primer lugar, porque tiene una gran calidad desde el punto de vista estrictamente literario. Blasco Ibáñez se muestra fiel a la escuela naturalista, imperante en los finales del siglo XIX, y nos presenta una obra con unas descripciones minuciosas y objetivas, con un estilo muy vivo y una notoria sensibilidad plástica.

En segundo lugar, porque el autor no se contenta con mostrar en la narración el capítulo más famoso de nuestra Fiesta, como es el de las corridas, sino que refleja todos sus ámbitos: la vida del toro en el campo y la de sus criadores, los ganaderos y los vaqueros; la animosa lucha de los aspirantes a ser toreros, forjándose de capea en capea; la triste existencia que sobreviene a los profesionales que en su carrera no logran alcanzar el éxito; la esplendorosa vida de los diestros que ven cumplido su sueño de ser figuras del toreo; la labor de los subalternos, apoderados, empresarios y otros profesionales y empleados ligados a la celebración de los festejos taurinos; las relaciones con personajes, masculinos y especialmente femeninos, que se mueven en el entorno de la Fiesta y sus protagonistas principales; y, como no, también quedan reflejados en la novela aficionados de todo tipo y el público, como masa, que acude a los festejos.

La inclusión de todo este heterogéneo conjunto de personajes, con intereses y sentimientos contrapuestos, conlleva que la novela ofrezca una visión de conjunto de la Fiesta que resulta muy rica en matices.

Y, sin ánimo de ser exhaustivo, en tercer lugar, porque la exposición de todo el intrincado mundo de los toros queda perfectamente enmarcada en un argumento de tinte melodramático, lo que permite a Vicente Blasco Ibáñez incidir en la interioridad de cada personaje y en su análisis psicológico. Una característica de la novela que marcó la época de su carrera en la que fue escrita: la de las novelas psicológicas.

Ahora bien, en “Sangre y arena” también se aprecian los rastros que van dejando sus anteriores fases como escritor, al reflejar la realidad social española, denunciando los males que aquejan a la nación, y al ofrecer un retrato de una región, en este caso, la andaluza.

Así, como ocurre con todas las obras literarias de importancia, “Sangre y arena” contiene una gran variedad de perspectivas y muchas posibles lecturas. Hay quien la ve como una descripción de la figura del héroe; hay quien la encuadra como una sociología del toreo; y también hay quien la define como una novela cuyo eje no es el del mundo taurino, sino el amor, aunque enmarcándolo, eso sí, en el ambiente de la Fiesta.


El argumento es sencillo, pero está elaborado con maestría. La carrera de un torero, Juan Gallardo, desde su fatigosos inicios, pasando por las épocas de esplendor y fama como máxima figura del toreo, la de su declive artístico y la del desprecio por el público, hasta su trágica muerte. Su vida como hombre, que pasa de ser un niño pobre a un personaje famoso y adinerado, rodeado de lujos y proclive a obtener fuera del matrimonio cuantos placeres carnales le facilita su posición. Y el choque entre ambas facetas: la pasión por el toreo que siente Juan Gallardo chocará brutalmente con el amor pasional por doña Sol, una atractiva mujer, caprichosa y voluble, que le seducirá para después rechazarlo como amante, provocando el desmoronamiento de la afamada carrera artística del torero y la ruptura de la relación matrimonial del protagonista con su fiel y abnegada esposa, Carmen. Y, siempre presente, el público: “...Rugía la fiera: la verdadera, la única...


Recoge Andrés Amorós en su libro “Escritores ante la Fiesta” el siguiente testimonio del propio Vicente Blasco Ibáñez:

“Yo, que escribí la novela del toreo, gusto muy poco de las corridas de toros y de las gentes que en ella intervienen”.

Testimonios como éste, amén de los ideales políticos del escritor, llevan a afirmar a muchos que Blasco Ibáñez era antitaurino. Andrés Amorós, en cambio, dice en su obra antes citada que no resulta fácil precisar con exactitud hasta qué punto era, no ya antituarino, sino aficionado. Y es que, efectivamente, la lectura de “Sangre y arena” lleva a pensar que sólo un aficionado a los toros puede ofrecer esa perfecta y preciosista ambientación que tiene la obra, tanta profusión de datos históricos sobre el toreo, tan detalladas descripciones de algunos de nuestros cosos o las plásticas representaciones de lances y de faenas. Puede que todo ello sólo fuese producto de la minuciosa documentación que gustaban atesorar previamente los escritores del naturalismo. Puede que, no obstante esa riqueza taurina que nos ofrece, a Blasco Ibáñez le gustasen “muy poco las corridas de toros” y que, simplemente, no fuese aficionado a las mismas, pero cuesta creer que de todo un antitaurino proceda esta obra de arte de la Fiesta de los Toros. Pues eso es “Sangre y arena”.


Aunque Vicente Blasco Ibáñez no cuente más que con esta novela ambientada en el mundo de los toros, sólo por ella es suficiente para situarle en la cima de la literatura taurina.

Por ello este texto quedará encuadrado dentro de la sección “Toro y Artes” de esta bitácora; pero, al mismo tiempo, como tal clasificación viene dada por una única obra, también será encuadrado en la sección “Biblioteca”. Y, ahora, que ya queda poco para que finalice la temporada de encierros, os recomiendo encarecidamente su lectura.
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Lagun
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NOTA: Las fotografías de Blasco Ibáñez están tomadan de la web “Fundación Centro de Estudios Vicente Blasco Ibáñez”, a la que ruego que se me permita mantenerlas publicadas, pues con esta bitácora no tengo fines lucrativos.
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13/10/10

Sobre el uso del CASCO en los encierros


Ya nos lo dijo un compañero en el almuerzo posterior a uno de los encierros de los pasados sanfermines: que varios corredores habían estado sopesando la posibilidad de usar casco protector, y que él, incluso, había empezado a mirar modelos.

Aquel día comentamos el tema; aunque, quizás, no tan ampliamente como merecía. Y es que, si bien tengo a dicho compañero como una persona seria y consecuente con lo que dice, no sé si los que estábamos junto a él en aquel almuerzo nos llegamos a creer del todo que, finalmente, llegaría a hacer lo que en ese momento nos estaba anunciando.

Mi sorpresa fue cuando me lo volví a encontrar en el encierro de Íscar con el casco ajustado a la cabeza. Y, claro está, lo que ya no me sorprendió fue verlo en SanSe con el susodicho protector. A él y, al menos, a otro compañero más.

Desde entonces, en varias ocasiones había tenido la tentación de dedicar a este tema una entrada; en la que yo, personalmente, tenía claro desde un principio que me manifestaría en desacuerdo con la decisión de correr encierros con un casco protector. Pero siempre desechaba la idea porque me imagino cuál es la razón que ha llevado a estos dos compañeros a tomar esa iniciativa y no sabía si debía abrir un debate al respecto.

Y es que hace dos años falleció uno de los miembros de nuestra cuadrilla como consecuencia de un traumatismo craneoencefálico que sufrió al golpearse la cabeza en un encierro de Las Rozas; y este año, en Ciudad Rodrigo, otro compañero sufrió la misma lesión, a consecuencia de la cual permaneció muchos días con un cuadro de extrema gravedad que, en su caso, afortunadamente, logró superar.

Es fácil imaginar que estos sucesos nos provocaron reflexiones a muchos corredores, como seguro que fue el caso de estos compañeros que han tomado la decisión de empezar a usar casco. Las reflexiones, en cuanto que son personales, me merecen todos los respetos; pero esta decisión concreta me parece contraria a la esencia de nuestro rito taurino y, si es manipulada, podría dar lugar a alterar el concepto y naturaleza del encierro.


Mis dudas respecto a tratar este tema se disiparon al leer en el último número de La Talanquera la entrevista realizada a un buen amigo, un gran aficionado a los festejos taurinos populares y que es, además, familiar del corredor herido en Ciudad Rodrigo. En ella recomienda a todos los corredores que usemos casco en los encierros, y hace la siguiente reflexión:

“... si en muchos encierros OBLIGARAN a llevarlo, ..., todos esos que vienen de las fiestas no podrían entrar porque no lo llevarían, con lo cual la calle más limpia y segura...”

Independientemente de lo que cada uno pueda pensar respecto a la idea del uso del casco, en la hipótesis coercitiva que para todo el colectivo contempla esa reflexión es donde se muestra uno de los errores de la decisión unipersonal de emplearlo. Al leer esa entrevista, y esa reflexión, ya no tuve dudas de que era conveniente abrir el debate.


El encierro, históricamente hablando, siempre se ha definido como un festejo popular, en el que la participación de los corredores es libre y voluntaria.

Pues bien, cuando se hace mención a estas dos últimas notas características, la libertad y la voluntariedad, sólo suele ser para advertir que todo corredor debe asumir la responsabilidad que conlleva su decisión de participar en un encierro. Pero con ello sólo se hace referencia a las consecuencias de tomar esa decisión. Conceptualmente hablando, lo que significa definir la participación en un encierro como voluntaria y libre es que toda persona puede hacerlo siempre que así lo desee, que es una decisión personal y que el organizador no puede impedírselo a nadie (salvo en los que concurran circunstancias psíquicas o físicas que los incapaciten) ni imponer requisitos para permitirlo basados, entre otros detalles, en su vestimenta o en su equipación (salvo que puedan implicar un peligro añadido a su persona y al resto de los participantes).

Es por ello por lo que, a modo de ejemplo, el Ayuntamiento de Pamplona no ha dado el paso de exigir la vestimenta blanca y roja para correr en sus encierros, tal y como viene pidiendo un sector de corredores. Aunque el actual Consistorio también es partidario de esa opción, y de hecho promovió este año una campaña para recomendarlo, sabe que su imposición va contra la concepción histórica del encierro y que, además, carece de cobertura legal en su específico decreto foral para exigirlo.

Pero eso es lo que ocurre en Navarra. La competencia normativa en materia de festejos taurinos populares corresponde a cada comunidad autónoma y ya hay varios casos de reglamentos en los que, siguiendo la tendencia que se marcó en el de la Comunidad de Madrid, se ha sentado la base para que el encierro pueda dejar de ser voluntario y libre al establecer en su articulado la posibilidad de exigir la inscripción previa de los corredores. De ahí a fijar unos requisitos que deberán cumplir los participantes que se inscriban, como puede ser el color de la vestimenta o el uso del casco, sólo es necesario un bando municipal. En ese preciso instante se habría finiquitado con las notas características históricas de voluntario y libre.

Ese paso, afortunadamente, aún no se ha dado en España. Pero...

Gracias a que la retransmisión televisiva de los encierros de SanSe que realiza Antena 3 es manifiestamente mejorable, no ha trascendido a la opinión pública y a los medios de comunicación que este año hubo al menos dos corredores que usaron casco para correr en dichos encierros. Pero estoy seguro que, si estos compañeros lo utilizan en los próximos sanfermines, entonces sí que habrá imágenes televisivas de ellos en el programa especial que emita TVE1. Repetidas y con primeros planos. Del mismo modo, estoy seguro que esas imágenes provocarán la apertura de algún debate en dicho programa sobre la seguridad personal de los corredores. Y no me quiero imaginar la tendencia y la repercusión que alcanzarían esas imágenes en nuestras cadenas “amigas”: Tele 5 y Antena 3. Tampoco me quiero imaginar sus “debates”.

Si, al hilo de esas imágenes, “Telecirco” y “Dapena 3” se empeñaran en imponer el uso del casco por todos los corredores, no me cabe ninguna duda que muy pronto aparecería un ayuntamiento que, teniendo cobertura legal en su reglamento autonómico y con la excusa de aumentar la seguridad en sus encierros, estableciese la obligación de la inscripción previa y fijase como requisito el uso del casco para todos los corredores.

Todo un éxito: encierros donde sólo participan corredores preparados para ello, bien entrenados, expertos y todos con casco.


¿Qué será lo siguiente?

Tirando de ironía, o de ciencia ficción, yo propondría que los famosos pantalones de la marca deportiva A... “ACME” se fabricasen con una capa de kevlar para minimizar el riesgo de cornadas a los corredores de encierros. También sus camisetas. Y, ya puestos, en vez de esas antiestéticas chichoneras, que se implantara el casco integral.
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Así, si todos los corredores de encierros nos presentáramos con un aspecto parecido a los “stormtroopers”, resolveríamos dos problemas de un plumazo: solventar por fin el asunto del anonimato en el encierro y minimizar todo tipo de lesiones. Lo seguiríamos apostando todo, pero sólo un poquito.


Lo más mágico, y dramático, de los rituales taurinos es que en cada uno de ellos se lleva a cabo una representación de la vida frente a la muerte, en la que el lidiador trata de superar ese reto con valor, con sabiduría... con arte, a ser posible; y los corredores de encierros, además, a cuerpo limpio.

En la actualidad, el Toro continúa manifestándose en el ritual del encierro como lo hacía antaño, como siempre lo ha hecho, y mi opinión es que los corredores también debemos presentarnos como siempre se hizo: sin artificios. Si no lo hacemos así, estaremos traicionando al Toro, pues él sí que nos lo da todo; estaremos desvirtuando el ritual, lo estaremos desnaturalizando. El rito habrá desaparecido para siempre y lo que estaremos interpretando será un papel en un mero espectáculo, en un show.
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Lagun
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Nota sobre los NOMBRES de nuestros compañeros. Como habréis podido comprobar, no he dado ningún nombre, y ruego que los que dejéis comentarios tampoco lo hagáis; ni tan siquiera los directamente implicados, a los que os pido que habléis en tercera persona, como si estuvieseis dando vuestra opinión al respecto.
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4/10/10

El encierro en el Madrid de los Austrias. Recorrido por la calle Toledo.

Puerta de Toledo (1865). Foto de Laurent (Flickr: Galería de Nicolas1056).


En los anteriores capítulos de esta serie dedicada a los encierros por la villa de Madrid vimos, en primer lugar, el recorrido por la calle Mayor, que era el clásico, el habitual de la Villa y Corte; y, después, un recorrido alternativo por la calle de Alcalá que se utilizó, cuando menos, en 1626 y 1627.

Como se puede ver, la primera parte del título de los distintos capítulos de la serie es común, y reza: “El encierro en el Madrid de los Austrias”. Con ello, no me refiero tanto al hecho de que hasta ahora nos estemos remontando, cuando menos, al siglo XVII, época en la que en España reinaban monarcas de la Casa de Austria, sino más bien a que esos dos recorridos transcurrían (en el primer caso) o finalizaban (en el segundo) por el barrio que en la capital se conoce con el nombre de: el Madrid de los Austrias.

Y aclaro lo anterior porque en este tercer capítulo vamos a tratar de un tercer recorrido que se utilizó para la celebración de encierros que también transcurre por el Madrid de los Austrias, pero al que se recurrió en unos tiempos en los que en España ya reinaba la dinastía Borbón.


En el año 1749, reinando Fernando VI de Borbón, se erigió en Madrid la primera plaza de toros estable y de materiales permanentes. Estaba situada en unas eras próximas a la Puerta de Alcalá, entre las actuales calles de Claudio Coello, Conde de Aranda y Serrano, pegada prácticamente al Retiro. Lógicamente, a partir de entonces, el necesario y previo encierro de las reses que se iban a lidiar dejó de transcurrir por la calle Mayor.

No obstante, para algunas celebraciones solemnes de la Casa Real aún se siguió eligiendo la Plaza Mayor como escenario de algunas corridas de toros. Y, para ello, fue preciso llevar a cabo el encierro de las reses por un recorrido que culminase en dicho escenario.

¿Cuál fue el recorrido del encierro elegido para la celebración de corridas de toros en la Plaza Mayor en tiempos de los Borbones?

Al menos, en sendas series de festejos taurinos que se celebraron en la Plaza Mayor de Madrid en los años 1803 y 1833 el recorrido elegido para el encierro no fue el clásico de la calle Mayor, sino otro distinto que se habilitó para dichas ocasiones: la calle Toledo.



El rey Carlos IV determinó que en julio de 1803 se celebraran fiestas reales en Madrid por el matrimonio que había contraido el Príncipe de Asturias don Fernando de Borbón, que posteriormente reinaría con el nombre de Fernando VII. Y, entre otros actos, se programaron tres corridas de toros en la Plaza Mayor para los días 20, 22 y 27 (Francisco López izquierdo, en su libro “Plazas de toros de Madrid y otros lugares donde se corrieron”, hace mención a que hubo una cuarta corrida de toros el día 30 de julio).

Como quiera que en uno de aquellos actos la calle Mayor formaba parte del itinerario que seguiría el sequito real para desplazarse desde Palacio hasta la iglesia de Nuestra Señora de Atocha, se debió considerar que unas talanqueras podrían deslucir los adornos y composturas con los que había sido engalanada dicha vía, por lo que el Ayuntamiento de la Villa y Corte decidió cambiar el recorrido clásico del encierro de las reses que se iban a lidiar en aquellos días y habilitó otro distinto por la calle de Toledo.

Así consta en el Bando del Ayuntamiento para el desarrollo de los encierros de dichas fiestas, que fue dictado el día 16 de julio de 1803 y publicado dos días después. De su encabezado se desprende que aquellos encierros tuvieron lugar las noches de los días 19, 21 y 26, a partir de las doce; y en su articulado recoge las siguientes disposiciones:

"I.- Ninguna persona, de cualquier clase y condición que sea, estará desde las doce en adelante de cada una de las tres citadas noches en la calle por donde se han de conducir los toros, que será desde la puerta de Toledo hasta la Plazuela de la Cebada, y desde ésta, por la misma calle, a la Plaza Mayor, cuidando de retirarse todos a sus casas o habitaciones, sin salir a caballo ni a pie por esta carrera, ni con pretexto de aficionados, pues para hacer los encierros están nombradas las personas inteligentes que deben concurrir únicamente para que puedan verificarlo sin embarazarse.

II.-Absolutamente se prohíbe que en sus bocacalles, en los balcones y ventanas de las casas se saquen hachas encendidas ni otras luces, se den gritos, silbidos, ni haga ruido al tiempo de pasar el ganado, o se tiren palos o piedras, por la contingencia de que se extravíe o cause algún daño, procurando los padres de familia y amos de casa que sus hijos y criados estén recogidos en aquellas horas.

III.-A los inquilinos de los cuartos bajos y principales de todas y cada una de las expresadas casas y calles se encarga que a las 12 en punto de las mencionadas tres noches tengan cerradas las puertas de los portales; previniéndose como se previene a los vecinos de los otros cuartos y habitaciones superiores que no lo pueden impedir, porque de cualquiera contravención que haya en esto, se tomará seria providencia. Lo mismo han de observar los mesoneros y posaderos que se hallan comprendidos en las citadas calles.

IV.- Para precaver cualesquiera otros daños o perjuicios, particularmente si retrocediese el ganado, procurarán con todo cuidado los dueños de los perros de presa, lebreles, mastines y de cualquiera otra casta, tenerlos atados en sus casas, sin permitir que salgan con pretexto alguno; en el supuesto de que si se contraviniese a un mandato tan necesario en el caso, se procederá a lo que haya lugar.

V. - Los operarios que se queden en las expresadas tres noches para cuidar de los tendidos y puertas de la Plaza, como también los ministros de Justicia que estén de ronda para hacer observar estas prevenciones y demás que está mandado en el Bando de 14 de junio anterior, podrán colocarse en los citados tendidos, y los vecinos salir a los balcones de las casas sin bajar a ella, observando lo que va referido en cuanto a no sacar luces, dar gritos, silbidos ni hacer otro ruido, subsistiendo con absoluta necesidad la prohibición de fumar, encender yesca, y todas las precauciones contra el fuego que exprese el citado Bando.

Todas estas precauciones se observarán hasta que los toros se hallen encerrados en sus respectivos toriles, y los cabestros hayan salido de la población; y verificado que sea, los padres y amos prevendrán a sus hijos, criados y muchachos de sus casas que no suban a los toriles, ni se acerquen con palos o varas, por ser fácil introducirlas por las juntas de los maderos y tablas causando inconvenientes; y a fin de que ninguno alegue ignorancia se fija el presente, cuya observancia se celará por los ministros de mi Juzgado. Madrid, 16 de julio de 1803.- D. Juan de Morales.- D. Francisco de San Martín y Silice."


Por otro lado, para la Jura de la infanta doña María Isabel Luisa de Borbón como heredera de la corona (a la que accedería con el nombre de Isabel II), la Casa Real programó una serie de actos institucionales y determinó que se celebrasen unos festejos conmemorativos. Entre los primeros estaba la propia Jura, que tuvo lugar el 20 de junio de 1833 en el Monasterio de San Jerónimo el Real (Los Jerónimos), por lo que la calle Mayor formó parte del itinerario que recorrió la comitiva real. Y, entre los festejos, se programaron tres corridas de toros para los días 22, 23 y 25 de ese mismo mes y año. Así, como ya ocurriera en 1803, el Ayuntamiento de la Villa y Corte decidió que se utilizara la calle Toledo como recorrido del encierro.


Como en los otros recorridos que hemos visto en los capítulos anteriores de esta serie, el de la calle Toledo también podría ser actualmente escenario de encierros en Madrid, pues cumpliría prácticamente todos los requisitos fijados en el actual reglamento de la Comunidad.


Como se ve en la foto aérea, la manga, que iría desde la Puerta de Toledo hasta la Plaza Mayor, carecería de curvas cerradas, por lo que la configuración de la manada estaría supeditada principalmente a la altimetría del recorrido.

Tramos (mediciones aproximadas a través del Google Earth):

01 ... 090 m. ... 6,7 % ... Zona libre
02 ... 330 m. ... 3,3 % ... C/ Toledo
03 ... 390 m. ... – 0,7 % ... C/ Toledo
04 ... 140 m. ... 5,7 % ... C/ Toledo
05 ... 050 m. ... 0,0 % ... Plaza Mayor


Este recorrido por la calle Toledo tiene unos primeros metros con una muy buena pendiente, y que podrían ser utilizados como zona libre de corredores, pero después se estabiliza la cuesta en el 3,3 % hasta llegar a la Plaza de la Cebada. A partir de ahí, la calle traza una ligera curva a izquierdas y su perfil se vuelve prácticamente llano. Finalmente, los últimos metros del recorrido se van empinando progresivamente hasta acceder a la Plaza Mayor, que se cruzaría hasta el emplazamiento de ese coso imaginario que siempre presentamos frente a la casa de la Panadería.

El único punto del recorrido que podría presentar algún problema respecto a los requisitos que establece el Reglamento de Espectáculos Taurinos Populares de la Comunidad de Madrid sería el tramo existente entre las calles de la Concepción Jerónima e Imperial, pues el túnel del parking de la Plaza Mayor reduce la anchura de la calle Toledo y puede que no llegue a los seis metros que se exigen.

Con todo, puede que estemos ante un recorrido poco atractivo desde el punto de vista de la dinámica de un encierro, pero es innegable que tiene tramos que podrían ser lugares ideales para realizar grandes carreras. Y, por supuesto, como siempre, la grandiosidad del arco de entrada a la Plaza Mayor dota a su tramo final de una belleza indescriptible. Muchas localidades desearían tener un recorrido como éste; y los corredores de encierros de Madrid también lo harían si se les ofreciera la oportunidad de soñar con un encierro en la capital.


Finalmente, con este recorrido por la calle Toledo, ya hemos visto los tres que (hasta donde alcanzo a saber) históricamente fueron utilizados para la realización de encierros en Madrid en aquellas corridas de toros que se celebraron en su Plaza Mayor hasta 1846. Y que son: el de la calle Mayor, que era el habitual, y los de las calles de Alcalá y Toledo, que fueron utilizados como alternativas en 1626 y 1627, el primero, y en 1803 y 1833, el segundo.

Me consta que en momentos determinados se pensó en otros recorridos alternativos; como ocurrió en 1664, que se trató de realizar el encierro por la calle Embajadores, o en 1680, que se propuso entrar desde la calle de Atocha. Pero de lo que no tengo constancia al día de hoy es que esas calles llegaran a ser honradas finalmente con el paso del Toro por su piso.
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Lagun
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