30/11/09

Encierros: ¿un deporte de riesgo?



Naufragando por internet, es muy fácil encontrarte con crónicas o entrevistas relacionadas con encierros en las que aparece la palabra “adrenalina” a modo de descripción de la supuesta y misteriosa sensación que motivaría a los corredores de encierros para lanzarse a la carrera delante de un toro:

“... Es pura adrenalina...”
“... Ha sido una descarga de adrenalina...”
“... la sensación de adrenalina corriendo por las venas...”


La suelen utilizar hasta corredores habituales:

“... Se siente mucha tensión, nervios, se sube la adrenalina...”
“... Es un subidón de adrenalina. Todo es muy rápido y emocionante...”
“... Aquello es adrenalina a doscientos por hora...”


Y parece que el mensaje ha calado en quienes nunca han corrido un encierro. Como se desprende de las manifestaciones de muchos extranjeros, tanto hombres como mujeres, que nada más llegar a Pamplona y sin saber lo que es un toro ni un encierro deciden insensatamente participar por primera vez en la carrera. Un ejemplo lo obtuve en las declaraciones de tres californianas que fueron recogidas en un periódico digital navarro:

“... Vinimos ayer a Pamplona y hoy vamos a correr el encierro... Queremos sentir la adrenalina y vivir una experiencia emocionante para poder contarla cuando volvamos a casa...”


Seguí naufragando por internet porque quería buscar alguna tesis científica sobre el tema, y encontré que, según un estudio de la Clínica Universidad de Navarra dirigido por el doctor José Calabuig, “ante una situación de peligro, el organismo responde con la liberación, por parte de la cápsula suprarrenal, de unas hormonas -denominadas de estrés- que ayudan a enfrentarse al problema para solucionarlo o a huir para ponerse a salvo. Entre estas hormonas figura la adrenalina, que una vez dentro del torrente sanguíneo es la responsable de que la frecuencia cardiaca se dispare súbitamente, en cuestión de segundos, consiguiendo que el corazón se anticipe para ofrecer mayor aporte de oxígeno a tejidos y músculos, por si fuera necesario”.

Parece ser que en ese momento en el que nuestro cuerpo libera adrenalina alcanzamos un momentáneo estado de efervescencia y euforia, que debe ser ese que se describe en las citas, pero leo en otras páginas que, además de la adrenalina, en ese proceso también intervienen más hormonas: noradrenalina, cortisonas..., y que después intervienen las endorfinas y...

¡Uf! ... ¡No sé! ¡No sé! ... Pero para mí que nuestros abuelos y todos nuestros ancestros no pensaban en esas palabrejas cuando corrían toros.

La liberación de adrenalina será una consecuencia del hecho de correr un encierro, pero nunca debe ser el motivo para tomar la decisión de hacerlo.


Así, quien quiera “subidones” de adrenalina, SIN MÁS, que practique puenting (bungee jumping, que diría Bart Simpson).


Por cierto, ya que he mencionado al que quizás sea el más representativo de los denominados “deportes de riesgo”, naufragando por internet, también resulta fácil encontrarte con personas que equiparan correr encierros con un deporte de riesgo o que, directamente, lo definen como tal. Suelen ser personas que están en contra de los encierros y antitaurinos en general.

Hay que rechazar tajantemente esa equiparación. Un encierro es mucho más que un laboratorio de expedición y degustación de adrenalina, y es algo muy distinto a un simple deporte de riesgo.


Derivado del hecho de que antiguamente era obligatorio conducir el ganado por el campo, la llegada de los toros a un pueblo siempre fue para el hombre un acontecimiento que levantó una gran expectación. Lo podemos simbolizar con el caso de Cuellar y su tradicional “¡A por ellos!”:

A por ellos, a por ellos,
a por ellos que se van.
Unos están en la Vega
y otros en el Quemadal.

Ya modula la dulzaina,
ya retumba el tamboril,
ya están en los arenales,
ya los tenemos aquí.



El encierro también era para mí el acto más esperado del año. Por desgracia, de niño, no pude conocerlo en mi pueblo en la forma tradicional, pero un año acudí a Ciudad Rodrigo y la imagen del encierro a caballo subiendo a campo abierto desde La Puentecilla no se me olvidará en la vida. Era la primera vez que veía celebrarlo al uso tradicional y entonces comprendí la magia que siempre debió tener la llegada a un pueblo de los toros, del Toro, de ese mítico y admirado animal desde la prehistoria. El gran protagonista de las fiestas en la cultura ibérica y de este rito previo que es el encierro.

Un rito al que siempre se ha sumado el hombre aún sin disponer de montura, a pie, a la carrera, acompañando a los toros en la parte final de su viaje o, incluso, interviniendo en su conducción hasta el corral cuando es necesario.

Sí, en efecto, el hombre a pie participa en un encierro a la carrera, pero a esas carreras no se las puede clasificar como deporte. Esas carreras son, ni más ni menos, la modalidad más ancestral de toreo.

Eso es un encierro: un rito en el que el protagonista es el Toro, y por lo tanto taurino, en el que una masa de corredores conduce a los astados a la carrera, esquivando sus embestidas a cuerpo limpio hasta encerrarlos en el corral.


Y ¿cómo hay que valorar este rito que gira en torno a la figura de un animal tan poderoso como es el toro? ¿Peligroso? ¿De riesgo?

Para dar respuesta a esa duda, se podría elaborar una teoría que, aplicada a los encierros, estaría basada en ideas que desarrolla el sociólogo alemán Ulrich Beck en su libro “La sociedad del riesgo global”.

Para ello, habría que partir de la diferenciación entre “peligro”, que sería la amenaza de un daño que depende de un elemento ajeno a nuestra voluntad, y “riesgo”, que sería la exposición a un daño voluntariamente elegida. Pues bien, cuando antiguamente no se instalaba vallado y el que imponía su ley era el toro, el encierro siempre fue un acto que había que calificar de peligroso, pues el toro podía entrar por cualquier camino o, una vez dentro de la ciudad, dirigirse por cualquier calle; por lo que toda la población podía encontrarse con él y sufrir un daño aunque no estuviese en el teórico recorrido del encierro y no quisiese verlo ni participar en él.

De ahí que los consistorios empezasen a tomar medidas para minimizar ese peligro, como la de hacer el encierro de madrugada, o la del concreto caso de Falces, que decidieron traer a los toros por el monte, por el antiguo camino de Lerín, para evitar el peligro que suponía que la torada pudiese entrar por la zona de huertas.

Posteriormente, con la total delimitación de los recorridos de los encierros con talanqueras, incluso con doble vallado, lo que los organizadores trataron de conseguir es eliminar radicalmente el factor “peligro”; de forma que el encierro pasase de ser un acto peligroso para toda la población a convertirse únicamente en un acto “de riesgo” para los que voluntariamente se situaran en el interior del recorrido y asumiesen que puedan resultar dañados.

Es decir, si antiguamente era el toro el que imponía que este rito fuera peligroso, posteriormente ha sido el hombre el que con sus medidas ha ido intentando que el encierro sólo sea un acto de riesgo.

Pero este rito lo protagoniza el Toro. Y eso nunca hay que olvidarlo. Como suele ocurrir en casos de fuertes tormentas con los barrancos, torrenteras y antiguos cauces de los ríos, la naturaleza siempre logra imponer su ley, y el Toro de vez en cuando se rebela contra el hombre y también vuelve a imponer su criterio: raro es el año que un toro no traspasa la delimitación que el hombre ha dispuesto, saltando o rompiendo el vallado, y que alguna persona que no estaba en el recorrido del encierro, que no quería asumir ningún “riesgo”, se ha visto involuntariamente sometida al “peligro” que supone encontrarse con un toro. El Toro nos recuerda en esos casos que a un encierro siempre hay que calificarlo con el concepto absoluto de “peligro” y no con el relativo de “riesgo”.


Habría que extenderse mucho para desarrollar adecuadamente toda la teoría y no es éste el medio adecuado. No obstante, ese es mi punto de vista, que un encierro es un rito taurino y que, si hubiese que darle una calificación, nunca hay que dejar de entenderlo como un rito taurino peligroso, globalmente hablando; que no se le puede calificar como de riesgo tomando únicamente como referencia la figura del corredor, puesto que el protagonista y el que puede terminar imponiendo su ley es el toro. Y que, por supuesto, como no se le puede calificar en modo alguno es como un deporte de riesgo.


Pero esa es sólo mi opinión. Y, como en todo, puede haber tantas definiciones como personas; y siempre según perspectivas subjetivas. Lo que me apena es haya corredores que digan que un encierro es un deporte de riesgo. Y los hay que así lo dicen, especialmente entre los más jóvenes, porque en los últimos años hemos ido viendo la incorporación al colectivo de unos nuevos corredores de encierros con una filosofía muy distinta a la tradicional. Incluso en gente veterana se ha observado ese mismo cambio en su ideario, ya que la evolución obedece a nuevos principios filosóficos del conjunto de la sociedad.


Partiendo de la base que hay tantos tipos de corredores de encierros como corredores propiamente dichos, sí que se podría decir, en términos generales, que últimamente ha aparecido un nuevo tipo de corredor de encierros que:

En primer lugar, releva al Toro de la posición de protagonista del encierro, para otorgarse esa posición él, el corredor. En segundo lugar, y consecuencia de la anterior, este nuevo tipo de corredor sólo ve al toro como a una especie de cooperador necesario para facilitarle a él la superación de sus propios límites personales y para proporcionarle el marco de su lucimiento personal. En tercer lugar, este nuevo tipo de corredor, normalmente joven y practicante de algún deporte competitivo, tiene la noción de competición muy arraigada, por lo que en los encierros también desea ser el mejor, ser reconocido como tal y lucha por ello ante la cara del toro contra los demás compañeros, sin importarle las situaciones de peligro que pueda crear. Y en cuarto lugar, más que disfrutar del toro, este nuevo tipo de corredor goza con el momento de euforia que le reporta el “subidón” de adrenalina que experimenta en carrera, a semejanza de lo que ocurre en los deportes de riesgo, por lo que no duda en calificar como tal al encierro.


Genéricamente, el caldo de cultivo de este nuevo tipo de corredor proviene de la propia evolución de la sociedad, en la que se aprecia una mentalidad urbana -aunque se resida en áreas rurales-, una gran competitividad, una mayor agresividad y la aparición de nuevas aficiones que permiten romper con un ritmo de vida cada vez más rutinario. Específicamente referido al mundo de los encierros, ese caldo de cultivo genérico se ve favorecido por las retransmisiones televisivas de algunos de nuestros encierros más famosos, en las que se incide en la noción del espectáculo; por la emisión de imágenes o fotografías por muchos otros tipos de medios, especialmente por internet y vídeos; así como por el aumento de trofeos y premios al “mejor corredor”.


La sociedad también ha apreciado esa nueva mentalidad que caracteriza a un sector cada más amplio del colectivo de los corredores de encierros. Así, como ejemplo que engloba y resume todo lo anterior, naufragando por internet, encontré un artículo del periódico digital “elmundo.es”, firmado por Aitor Hernández-Morales y publicado el 19 de agosto de 2009. En dicho artículo, que trae causa en uno de los trágicos percances de este verano (como no) y lleva por título “Las entrañas de los encierros”, el autor hace referencia a las razones que, según él, nos motivan a los corredores de encierros para seguir arriesgando nuestras vidas pese a percances mortales como los de este verano. Os transcribo el apartado final:

“En el encierro, ante la audiencia -sean las multitudes que ven los sanfermines en la televisión, o el vecino que te ve en el pueblo- eres el protagonista de aquello que todos han venido a ver. Pero no se trata sólo de acaparar atención. Tampoco se corre para derrotar al toro. Todo lo contrario, para gran parte de los corredores el toro es, en sí, un elemento secundario, ya que el encierro se trata más bien de un enfrentamiento interno, entre el lado más cobarde del corredor y su sentido de la valentía.
Por eso, al igual que la mayoría de deportes de riesgo, corren -y correrán- los mozos que participan en los encierros. El vivir el momento, gozar de la adrenalina y sentir el triunfo de uno sobre sí mismo termina por hacer que cualquier riesgo sea, ante todo eso, cosa más bien insignificante”.


No conozco a Aitor Hernández-Morales, e ignoro cuál pueda ser su vinculación con el mundo de los encierros, pero tengo que decir que estoy en desacuerdo con su conclusión; que está equivocado respecto a la mentalidad de la generalidad de los corredores de encierros. Aunque debo reconocer que Aitor Hernández-Morales sí que retrata a ese nuevo tipo de corredor de encierros que ha ido surgiendo en los últimos años.

Por ello, y por el mal que creo que están ocasionando al mundo de los encierros, a los corredores que tienen la mentalidad que queda retratada en ese artículo me gustaría imponerles el mismo castigo que a Bart le suelen aplicar en la serie “The Simpsons”: repetir en la pizarra una frase a modo de titular que dijese: “No confundiré encierro con deporte de riesgo”.


Pero, por supuesto, no voy a hacer tal cosa. Allá cada cual con su filosofía de vida. Incluso a veces pienso que, quizás, pueda ser yo el equivocado. Pero a mis años no voy a cambiar mi ideario. Por ello, porque me gustaría seguir pensando como ahora pienso, y para no verme tentado de ser un corredor como los que se retratan en ese artículo, voy a ser yo el que me autoimponga el castigo y voy a repetir un montón de veces la frase:

“No confundiré encierro con deporte de riesgo”
“No confundiré encierro con deporte de riesgo”
“No confundiré encierro con deporte de riesgo”
“No confundiré encierro con deporte de riesgo”
“No confundiré encierro con deporte de riesgo”
“No confundiré encierro con deporte de riesgo”
“No confundiré encierro con deporte........... ”

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Lagun


NOTA: Todos los entrecomillados están tomados de textos periodísticos digitales y están recogidos de forma literal. La decisión de no poner los enlaces a las respectivas webs donde aparecen publicados es por la filosofía que mantengo en esta bitácora de tratar de no dar nombres de corredores ni de publicar fotografías en las que aparezcan retratados.

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23/11/09

El culto al toro en Canaán

Estampa de una Biblia de 1901 publicada por Providence Lithograph Company


El único paso por tierra fértil entre el continente africano y la placa euroasiática es una estrecha franja de terreno delimitada por la costa oriental del mar Mediterráneo y los desiertos de Arabia y de Siria (un territorio que hoy está dividido entre Israel, Jordania, Cisjordania, la Franja de Gaza, Líbano y Siria). Es el corredor que el homo sapiens utilizó para su expansión desde África, y en él se han hallado evidencias humanas del Paleolítico (Monte Carmelo). Posteriormente, la región estuvo en la vanguardia del Neolítico, ya que se calcula que Jericó fue erigida hacia el 8.000 AC, lo que hace de ella la ciudad más antigua del mundo.

Hasta el 2.000 AC fueron llegando a esa zona fértil clanes de pastores nómadas y seminómadas para hacerse sedentarios en ella. Estos clanes pertenecían a pueblos provenientes del interior y, predominantemente, eran de lenguas semitas, por lo que tenían elementos culturales en común que facilitaron su cohesión.

Pero, ¿cuándo se puede hablar de un territorio llamado Canaán?

En unos textos descubiertos en la antigua ciudad de Ebla (Siria), y que están datados hacia el 2.500 AC, hay menciones a Canaán, ya como una unidad geográfica, y se citan en ellos a una serie de poblaciones cananeas situadas en esa región, lo que demuestra que en el tercer milenio antes de Cristo ya existía allí un territorio denominado Canaán. Lo discutible pueden ser la extensión de ese territorio y su relevancia como unidad política.


Y es que, por entonces, las civilizaciones egipcia y mesopotámica ya eran unas realidades históricas, y constreñida entre sus territorios estaba toda aquella estrecha franja de terreno donde se habían ido erigiendo esas poblaciones cananeas. Ello provocó que Mesopotamia y Egipto siempre pretendiesen su control, cuando menos, y que lograsen que no se aunaran para formar otro gran imperio; de forma que las poblaciones allí erigidas nunca pudieron pasar de ser unas ciudades-estados independientes, aunque mantenían una cohesión lingüística, cultural y, en un principio, hasta religiosa.

Canaán nos evoca a La Biblia, porque fue la cuna de grandes religiones monoteístas que han llegado hasta nuestros días. Pero el culto al Toro que surgió en Çatal Hüyük, Anatolia, y echó raíces en Mesopotamia y en Egipto, también se observó en la Tierra de Canaán.


La religión cananea

La religión cananea guarda un gran paralelismo con la mesopotámica. Las dos eran politeístas; las dos tenían como referente el ciclo agrícola y la fertilidad de la tierra; las dos veneraban a una fuerza fecundadora que generaba vida: humana, animal y vegetal; y las dos, tanto la religión mesopotámica como la cananea, simbolizaron a esa fuerza fecundadora con el Toro, asignando atributos taurinos a las representaciones de sus principales dioses.

Y es que no hay que olvidar que: si la población de Mesopotamia se fue haciendo semita con la irrupción de pueblos como los acadios, los amorreos o los caldeos, también la población de Canaán se fue forjando a base de sucesivas oleadas de pueblos de lenguas semitas, como fue la de los amorreos hacia el 2.000 AC. Por ello, además del lenguaje, los pobladores de Canáan y de Mesopotamia compartían un bagaje cultural similar, en el que uno de los elementos era la religión.

Unos textos descubiertos en la antigua ciudad de Ugarit (Ras Shamra, actualmente) constituyen la fuente histórica principal para conocer la religión de Canaán en el segundo milenio antes de Cristo.

El panteón divino de la religión cananea estaba presidido por el dios El, que era un dios creador. Se le adjudicaban títulos como “Padre de los dioses”, “Padre de los hombres”, “Creador de las criaturas”, “Rey”, “Misericordioso” y, de forma muy significativa, “Toro”. Su consorte era la diosa Asera, y de la unión de ambos provenían la mayoría de los dioses cananeos. El era el equivalente al dios mesopotámico Anu.

Como divinidad creadora de vida y padre de todas las criaturas, al dios El se le representaba como una persona de avanzada edad y con el mismo atributo taurino que en Mesopotamia: una tiara de cuernos sobre su cabeza.


Entre el resto de los dioses, hubo uno que logró ser el de mayor culto en Canaán: Baal. Este nombre, que acabó convirtiéndose en propio, en un principio sólo significaba “señor”. De ahí que haya autores que defiendan que este dios se llamase en un principio Hadad, después Baal-Hadad y que los cananeos terminasen por invocarle únicamente como Baal.

Era el dios de la tormenta, el dios de la lluvia, el poder regenerador de los campos tras el tiempo de sequía, la fuerza que fecundaba la tierra para lograr su fertilidad... Los cananeos le comparaban en sus textos con un toro y en sus representaciones le imponían atributos taurinos. Así, por ejemplo, Baal aparece representado con un casco portador de cuernos en una estela del segundo milenio antes de Cristo descubierta en Ugarit y que se conserva en el Museo del Louvre.

Entre las distintas leyendas mitológicas de la religión cananea había una que narraba la lucha entre Baal y Mot, que era el dios de la muerte, del infierno y de la sequía. Un relato que es muy similar a uno de los mitos mesopotámicos: el de la muerte y resurrección del dios-toro Tammuz; y que también tiene semejanza con la historia del dios egipcio Osiris.

El dios Mot, cuando llega la época de la sequía, envía un mensaje a Baal para invitarle a un banquete. Baal acepta la invitación, pero antes de descender al infierno fecunda una becerra para asegurarse una descendencia; ya que, con su marcha, la tierra quedará seca y estéril, y cabe el peligro de que él no pueda retornar para vivificarla. Y, efectivamente, al llegar al infierno de Mot, Baal muere.

Pero Anat (o Astarté, según otras fuentes), que era la diosa del amor y de la fertilidad, y también de la guerra, emprende por todos los rincones del infierno la búsqueda de Baal, su hermano y esposo a la vez. Tras descubrir su cadáver, Anat apresa y mata a Mot, momento en el que resucita Baal, que vuelve a la tierra para fecundarla con su vida recobrada, con la época de las lluvias, y garantizar así la fertilidad de los campos.

La otra gran protagonista del anterior mito cananeo es la diosa Anat, o Astarté, pues ambas manifestaban conceptos que llegaron a mezclarse para formar una sola deidad. Siendo diosas del amor y de la guerra, se podría decir que Anat era más sanguinaria, mientras que en Astarté predominaba la vertiente sexual. A Astarté se la representó en algunas figuras con dos cuernos y uno de sus títulos era “Astarté de los dos cuernos”. Ambas, Anat y Astarté, son las equivalentes a la diosa sumeria Inanna y la acadia Ishtar, de la religión mesopotámica.

Es muy probable que la representación de ese mítico combate esté asociada al festival del Año Nuevo, que es la fiesta más importante de la religión cananea y se celebraba en otoño. En dicho festival, así como en todos los ritos de culto que tenían lugar en Canaán, el acto principal era el sacrificio de animales, entre los que cabe destacar ovejas, carneros y toros.


La Tierra de Canaán hacia el 1.200 AC

En un momento de debilidad del Imperio Egipcio, una oleada de pueblos de origen desconocido -probablemente de la zona del mar Egeo-, irrumpe por el norte en la Tierra de Canaán y llega hasta la frontera egipcia. Tras ser rechazados, retroceden y, todos o parte de esos pueblos, se instalan en la zona sur de la costa de Canaán. La historia ha denominado al conjunto de esos pueblos como “los pueblos del mar” y a los que quedan instalados al sur de Canaán como filisteos.

Coetáneamente, otro pueblo nómada entró en la Tierra de Canaán por el sureste y se expandió por todo el valle del río Jordán: desde el mar Muerto hasta el monte Hermón. Era el pueblo hebreo.

A partir de entonces, en los textos históricos griegos también se empieza a citar a los fenicios, que son quienes ocupan todas las ciudades de la costa en la zona central y norte de Canaán: desde Tiro hasta Ugarit.

Cabe preguntarse: ¿Y los cananeos? Pues pareciera como si hubieran desaparecido de su tierra, de la Tierra de Canaán.


El pueblo hebreo
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............................Autor: Gustavo Doré


Por tradición secular, los hebreos estaban fuertemente influenciados por las religiones semitas de Mesopotamia y Canaán, y tanto antes como después de asentarse en la Tierra Prometida también rindieron culto al Toro. Y no sólo el pueblo, también sus reyes. Fueron momentos de flaqueza en la fe monoteísta, pero resulta hasta lógico pensar que es imposible que una religión se imponga en un pueblo de forma fulminante.

Es sobradamente conocido el pasaje del Antiguo Testamento en el que el pueblo de Israel, dada la tardanza de Moisés en regresar del Monte Sinaí, pidió a Aarón que les hiciera dioses para guiarlos en su camino hacia la Tierra Prometida, a lo que accedió el hermano de Moisés, mandando recolectar los pendientes de oro, fundirlos y construir un becerro de oro al que adoraron al día siguiente (Éxodo, cap. 32).

Aarón proclamó: “¡Mañana será un día de fiesta dedicado a Jehová!”, en el sentido de que los cultos que practicase el pueblo de Israel adorando al becerro de oro fueran en honor de Jehová, pero no dejaba de ser una práctica idólatra representar a un dios con la imagen de un becerro. Una costumbre que a todo el pueblo de Israel le venía heredada de sus ancestros semitas.

No hay que olvidar que las Doce Tribus que componían el pueblo de Israel eran descendientes de los doce hijos de Jacob, que éste era hijo de Isaac, y éste a su vez de Abraham; ni hay que olvidar que Abraham, antes de partir a Egipto, habitó en Canaán y que allí se trasladó viajando desde Ur, en Mesopotamia, donde debió nacer; ni tampoco hay que olvidar que Abraham era descendiente directo del hijo de Noé llamado Sem, que es de quien descienden todos los semitas. Es decir, que todo el pueblo de Israel, según el Antiguo Testamento, desciende de un Gran Patriarca semita que vivió en Canaán y había nacido en Mesopotamia; y que, por lo tanto, su educación y su cultura, así como la que trasladó a sus descendientes, eran las propias de los semitas, que representaban las imágenes de su principal dios con un Toro.

Que ocurrió, entonces, en las faldas del Monte Sinaí: que, en aquella época en la que el “yahvismo” se encontraba aún en una fase incipiente, el pueblo de Israel aún mantenía sus costumbres y sus ritos religiosos heredados, y entre ellos estaba la adoración de su dios representado por la figura de un toro: rindiendo culto a un toro rendían culto a su dios. Y lo que nos describe el Antiguo Testamento en el pasaje del becerro de oro no es, ni más ni menos, que la narración de cómo los hebreos adoraron a un Toro.

Sigue contando el Antiguo Testamento que gran parte del pueblo de Israel fue castigado por ello; pero, aún así, no fue fácil que los hebreos abandonasen sus ritos heredados. El monoteísmo puro y estricto tardó mucho en imponerse en la Tierra de Canaán, y el Antiguo Testamento nos muestra más episodios en los que el pueblo hebreo, ya asentado en aquella Tierra Prometida, se dejó llevar por prácticas religiosas cananeas de adoración al dios Baal a través de imágenes de becerros de oro.

Así, por ejemplo: tras la muerte de Josué, que dirigió al pueblo hebreo en la ocupación de Canaán, los hijos de Israel... “Dejaron a Jehová, y adoraron a Baal y a Astarot (Astarté)... (Jueces, 2).

O las apostasías de Salomón con la diosa Astarté y con el dios Moloch (1Reyes, 11).

O, como último ejemplo: dividido el reino en dos, el de Judá al sur y el de Israel al norte, el Rey del Norte, que se llamaba Jeroboam, erigió en las dos fronteras de su territorio sendos becerros de oro, uno en la ciudad de Betel y otro en Dan, para que el pueblo los adorara (1Reyes, 12).

Estampa de una Biblia de 1904 publicada por Providence Lithograph Company


Son sólo unos pocos ejemplos, pero demostrativos de las raíces del culto a las divinidades taurinas. El culto exclusivo a Yahvéh no se instauró oficialmente hasta el año 825 AC por la acción de los profetas Elías y Eliseo, pero el pueblo hebreo aún seguiría dudando durante más tiempo, y en la Tierra Prometida perduró el culto a Baal, al Toro.


Los fenicios


El origen de los fenicios ha sido históricamente una gran cuestión de estudio y de debate, ya que nunca existió una nación o imperio que se llamase “Fenicia”.

Como dijimos antes, la Tierra de Canaán sufrió una convulsión hacia el 1200 AC. Egipto entró en decadencia y dejó de ejercer en ella el dominio que tenía hasta entonces. Los filisteos se instalaron en la zona sur de la costa oriental del mar Mediterráneo y los hebreos se expandieron por el valle del río Jordán. Al mismo tiempo, las ciudades situadas en la zona central y norte de la costa de Canaán tomaron notoriedad por la actividad comercial, primero, y militar, después, que comenzaron a ejercer en los puertos del Mediterráneo.

Las fuentes griegas comenzaron a llamar fenicios a los habitantes de esas ciudades, pero ellos nunca se presentaron bajo esa denominación. Unos decían ser tirios y, por ejemplo, otros se hacían llamar sidonios. Y era así, realmente, pues procedían de Tiro y de Sidón, dos de las importantes ciudades-estado de la Tierra de Canaán y, por tanto, cananeas. Pero, dado el grado de independencia que tenían cada una de esas ciudades, sus habitantes nunca se denominaron a sí mismos con el gentilicio general de cananeos, sino que cada uno lo hacía con el particular de su propia ciudad. No obstante, debido a esas fuentes griegas, el nombre de fenicios es el que ha pasado a la historia para englobar a los habitantes del conjunto de esas ciudades que dominaron el comercio en el Mediterráneo: Tiro, Sidón, Biblos... y, posteriormente, Cartago, la gran colonia fenicia de la costa norteafricana.

Se podría decir que los mismos habitantes de las ciudades costeras situadas en el centro y en el norte de la Tierra de Canaán “dejan de ser” cananeos a partir del año 1.200 AC y comienzan a ser conocidos como fenicios.


La religión de los fenicios

Aunque las poblaciones fenicias fuesen ciudades-estado independientes, todo el conjunto de sus habitantes, los fenicios en general, compartían una misma lengua, una misma cultura y unos mismos principios religiosos; que, a su vez, eran los mismos de sus antecesores cananeos. Así, el panteón divino estaba presidido en todas las ciudades por una tríada de dioses compuesta por El, Astarté y Baal. Y todos ellos mantenían los mismos significados conceptuales y las mismas simbologías taurinas que en la religión cananea. Ahora bien, la idiosincrasia de cada ciudad se manifestaba a la hora de elegir el nombre de cada uno de ellos o cuál era su dios principal.

El. Fue el dios soberano del panteón divino fenicio, el "Creador", el "Rey", el "Toro". No obstante no era el dios al que se rendía un mayor culto.

Astarté. La principal diosa de Sidón, aunque estaba presente en todas las ciudades fenicias. Era la diosa del amor y de la fertilidad, aunque su concepto dependía también de las ciudades: diosa de la guerra, de la caza o de la navegación también. En Biblos se la denominaba Baalat, que quiere decir “señora”; y en Cartago se la identificó como Tanit, o Tinnit.
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Baal. Divinidad de gran culto para el conjunto del mundo fenicio. El Toro joven y vigoroso que aporta el poder fecundador. Su importancia, no sólo no queda eclipsada, sino que se engrandece por el hecho de que fuera asimilado en Cartago con Baal-Hammon, en Tiro con Melkart y en Biblos con Adon (término que también significa “señor” y por el que llegaría el culto de esta divinidad taurina al mundo helénico como Adonis, y con una simbología que evolucionó desde el un toro joven y vigoroso a un hombre joven y de cuerpo esbelto).


Becerro de oro descubierto en Biblos. Siglos XIX o XVIII AC. Museo del Louvre


Otros dioses fenicios fueron Asera, la esposa del dios supremo y madre de los demás dioses; Dagón, un dios marino, mitad hombre y mitad pez; o Eshmún, un dios sanador adorado en Sidón.


Uno de los rituales característicos de la religión cananea y de la fenicia es el de los sacrificios. Generalmente, los sacrificados solían ser animales de todo tipo de especies, pero de forma muy especial corderos y toros; ahora bien, también se realizaron sacrificios humanos. Recuérdese el pasaje de La Biblia cuando Abraham debe sacrificar a su hijo Isaac por petición del Señor, aunque finalmente es autorizado a emplear un cordero. Es dentro del ámbito de los sacrificios humanos donde aparece la figura de otro dios fenicio que, sin estar acreditada totalmente su existencia y culto, despierta gran interés entre investigadores y aficionados a la mitología: Moloch.
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Moloch. Se cuenta (ya sea real, un mito o una leyenda conspirativa de desprestigio a los fenicios por parte de sus enemigos grecolatinos) que Moloch era un dios fenicio al que se rindió culto y se le agasajaba con un ritual consistente en sacrificios humanos; especialmente de niños recién nacidos o de corta edad, y sobre todo de los hijos primogénitos, aunque a veces cabía la posibilidad de ser sustituidos por otro hijo que no fuese el primogénito o, incluso, por algún animal joven.

El dios Moloch era el símbolo del fuego que vivifica, y se representaba con un gran horno crematorio coronado con la cabeza de un toro y unos brazos grandes y poderosos donde se depositaba a la víctima.


A los fenicios les debe la historia invenciones tan importantes como la del alfabeto. Pero también se les debe a los fenicios que, a través de sus contactos comerciales, de sus colonias y de sus factorías, expandieran una religión en la que la admiración de todo un pueblo por el toro se expresaba otorgando atributos taurinos a los dioses más importantes de su panteón. A lo largo de sus expediciones llegaron a lugares donde esa misma admiración y culto por el Toro ya existía, como es el caso de la Península Ibérica; pero es a ellos, a los fenicios, a quien se debe que el bramido del Toro se escuchase en la antigüedad por todas las riberas del mar Mediterráneo.
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.Lagun
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16/11/09

In Memoriam (II)

....... Foto: Ricardo Cortés ....... Fuente: www.galeriade.com/RICARDOCORTES/


Como ya hicimos el año pasado por estas mismas fechas, al dar por cerrada la temporada de encierros en esta bitácora, llega el momento de recordar y rendir homenaje a TODOS los corredores de encierros fallecidos.


Ellos siempre han estado ahí, cerca, para acompañarnos, para protegernos, para recordarnos que el Toro siempre es toro, y que a veces es muy certero. Pero ahora que la temporada ya ha terminado se reunirán para viajar juntos a descansar en su nuevo mundo. Y nosotros también debemos dejar que vuele nuestra mente hasta donde ellos están para honrarlos.

¡Descansad en paz, compañeros!

Pero permitidme pediros que, pronto, muy pronto, antes de que un cohete anuncie la celebración del primer festejo, volváis a emprender otra vez el vuelo para surcar el cielo y posaros allí donde un toro vuelva a ser el Toro. Para acompañarnos, para protegernos.
...
Lagun

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Notas: Quiero agradecer al fotógrafo Ricardo Cortés que, para ilustrar este homenaje que brindamos a todos los compañeros fallecidos, me haya dado permiso para incorporar su preciosa fotografía de un bando de grullas volando al atardecer hacia la laguna de Gallocanta. Pulsando sobre el nombre del fotógrafo podréis visitar su galería; y si lo hacéis sobre el del paraje entraréis en la web del municipio donde está ese entorno declarado Zona de Especial Protección para las Aves.

Y... Por favor: recordad siempre a los compañeros.
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10/11/09

La tradición venció al diluvio


Francia nos recibió el sábado con una lluvia que iba creciendo en intensidad a cada instante. A la altura de Bidart era tanta la cantidad y la fuerza del agua que nos veíamos obligados a circular por la autopista a no más de 40 km/h., y al entrar en la zona del peaje nos encontramos con una auténtica laguna. Las malas previsiones meteorológicas para el fin de semana se estaban quedando cortas. Íbamos...

Viajando bajo la lluvia
Penando bajo la lluvia


Cuando llegamos a Saint Sever, todo eran malas noticias. Habían sido suspendidos tanto el abrivado como la corrida landesa, que eran los dos festejos programados para el sábado; y se temía muy seriamente por los del domingo: el encierro y el concurso de recortes.

Así pues, a falta de festejos taurinos, una de las pocas alternativas que nos quedaban era ir de bares. Que no es mala cosa cuando se anda entre amigos. Pero hasta eso, para los que somos fumadores, conlleva un problema cuando se viaja a Francia, pues está prohibido fumar en todos los locales públicos. Así pues, de uno en uno o de dos en dos, íbamos saliendo a la calle para aplacar nuestro vicio...

Fumando bajo la lluvia
Hablando bajo la lluvia


Al atardecer, en el Convento de los Jacobinos pudimos disfrutar, por fin, de uno de los actos programados para el fin de semana: el aperitivo y la cena de recepción a los corredores del encierro que prepara la Peña Jeune Aficion. Desde mi punto de vista, un acto de hermandad entrañable, pues es el momento de los encuentros, de los abrazos, las anécdotas, las risas, los comentarios...

La jodida crisis económica y las puñeteras previsiones meteorológicas provocaron que no se desplazaran hasta Saint Sever algunos de los compañeros asiduos a este festejo, pero tanto la barra como las mesas del salón de Los Jacobinos se fueron poblando poco a poco de gente; e, incluso, asistieron compañeros que nunca había visto por allí en los últimos años.

Al celebrarse en el interior del Convento, la lluvia no pudo interferir ni en las cervezas ni en la cena... ni en los cigarrillos, ya que hubo “fumata blanca” tras el postre; sin embargo, en el exterior, en el parking, una ligera llovizna sí que fue testigo de una escena de las que certifican una duradera amistad entre dos compañeros: uno de ellos, que conoce de manera muy especial lo que el otro está esperando para el próximo mes, le entregó a su amigo un obsequio, y los dos se abrazaron...

Rogando bajo la lluvia
Soñando bajo la lluvia


Tras la cena, sí es cierto que se echaron en falta a algunos de los compañeros más bullangueros, de los que todos los años suelen animar el ambiente en los bares, ya sea con sus CD’s o con sus cajas; pero no faltaron copas, risas, canciones ni fiesta en la noche de Saint Sever. C’est la “nuit de l’encierro”.

En el bar donde nos juntamos mi grupo de amigos nos dejaron fumar si nos colocábamos junto a la entrada y dejábamos la puerta abierta, lo que nos permitió comprobar, y sufrir, que la tormenta seguía descargando agua sobre Saint Sever. Aunque sólo sea de forma figurada, se podría decir que estuvimos

Cantando bajo la lluvia
Bailando bajo la lluvia


Nos habían comentando que la celebración del encierro podría depender de lo que ocurriera por la noche y aquello fue por momentos un verdadero diluvio. Así pues, cuando nos fuimos retirando a nuestros alojamientos, sólo la ilusión, que es lo último que se pierde, nos hacía albergar alguna esperanza de que finalmente se pudiera correr el encierro.


La mañana del domingo amaneció con fuertes chubascos que se iban sucediendo de forma intermitente, pero entre descarga y descarga se abrían grandes claros que iban alimentando la poca ilusión con la que nos habíamos acostado. Además, desde el recorrido del encierro llegaban los ruidos metálicos del montaje del vallado.

Fue sobre las diez y media, más o menos, cuando nos dieron la buena nueva que tanto deseábamos: aunque quedaba definitivamente suspendido el concurso de recortes por el estado del ruedo, EL ENCIERRO SÍ QUE SE CELEBRARÍA, ya fuese a su hora o en cualquier otro momento. La noticia fue de corrillo en corrillo.

Aún así, el pertinaz frente de lluvias lanzó un nuevo envite a las 12:12, porque se puso a llover de nuevo justo a esa hora, la señalada para el comienzo del encierro. Pero la apuesta de la Pena Jeune Aficion era ya de órdago, y ganaron la partida. Por fin, el Toro se hizo presente en las calles de Saint Sever...

Bramando bajo la lluvia
Volando bajo la lluvia.


El trigésimo aniversario de la Pena Jeune Aficion y la tradición taurina heredada en Saint Sever desde 1457 fue más fuerte que el obstinado enemigo atmosférico y al final la tradición venció al diluvio. Como dirían ellos, pues se merecen una deferencia a modo de homenaje:

La tradition a pris le dessus sur le déluge.
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Lagun
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2/11/09

Viaje a los toros del Sol



Alfonso Navalón Grande nació el día 5 de Abril de 1933 en Huelva, pero al año siguiente toda la familia se trasladó a su localidad de origen: Fuentes de Oñoro, un pueblo al oeste de la provincia de Salamanca fronterizo con Portugal. Estudió Derecho en la Real Universidad de El Escorial y en la de Salamanca, pero la carrera que ejerció, su verdadera carrera, fue la de crítico taurino.

En 1964 comenzó su andadura profesional en el semanario El Ruedo, de donde pasó al diario Informaciones y, de ahí, a Pueblo y Diario 16. Tras una salida escandalosa de dicho periódico, reaparecería años después en El Adelanto de Salamanca y posteriormente fichó por el Tribuna. Al final de su carrera, a través del fenómeno “internet”, Navalón acabaría publicando sus artículos para todos los rincones del mundo.

Desde sus inicios en la profesión se apreció que la brillantez de su prosa y su conocimiento del toreo otorgaban la necesaria base de calidad a sus crónicas para que, luego, pudieran relumbrar con sus agudos contenidos, plagados de denuncias de todos los males de la fiesta. Su firma se hizo muy popular entre los aficionados ya en El Ruedo; luego, en el diario Informaciones tomó prestigio; y, finalmente, en Pueblo alcanzó el estrellato como crítico taurino.

Polémico como ningún otro, sus críticas era tan duras y tan mordaces que se granjeó enfrentamientos con, prácticamente, todos los ámbitos de poder del mundo del toreo. En el otro lado, en el de los aficionados, logró sumar muchos partidarios (“los hijos de Navalón” se les llamaba, según cuenta mi amigo Adolfo Castillo). Tal era la devoción que sentían por Navalón sus seguidores que al término de una corrida de la Feria de San Isidro le llegaron a sacar a hombros de Las Ventas.

Además de publicar sus crónicas, Alfonso Navalón ofreció charlas y conferencias por todos los círculos taurinos de España, generando tanta polémica en ellas como en sus críticas periodísticas.

Y la guinda: en el año 1971 vio la luz un libro de Alfonso Navalón, una gran obra, singular y emotiva: “Viaje a los toros del Sol”.

Hasta esa fecha, Alfonso Navalón había estado publicando semanalmente unos preciosos artículos en torno a la figura del toro y sus criadores, los ganaderos, muchos de ellos ya desaparecidos. “Viaje a los toros del Sol” es el resultado de una estructurada recopilación de dichos artículos.

La calidad de la pluma de Navalón es tan palpable en este libro que, hay que subrayarlo, fue declarado texto oficial del idioma castellano en la Universidad de París.

El autor nos pasea en un primer capítulo por al campo charro (“Los toros del invierno”) y en un segundo por el andaluz (“Los toros del Sol”), nos recrea ambos y en ellos nos presenta a ganaderos de toros de lidia que, enamorados de su profesión, o de su afición, mejor dicho, se sinceran con el autor y le (nos) cuentan sus vivencias, vicisitudes, ideas, trucos y anécdotas en torno a la cría de un animal mítico y maravilloso: el Toro.

“Viaje a los toros del Sol” es un libro cautivador, romántico, nostálgico... Un libro en el que emana la honradez de unos ganaderos que, por entonces, renunciaban a la obtención de las fáciles ganancias que les podía ofrecer su patrimonio y, en cambio, a base de mucho trabajo, muy duro, mal pagado y peor considerado, se afanaban por criar el toro con el que soñaban, su toro, sus toros.

Agotado en su momento y reeditado en el 2005 por Alianza Editorial, dice el propio autor: “Viaje a los toros del Sol reaparece a pesar de mi indolencia en uno de los momentos más tristes de la historia del toreo. Cuando este mundo fascinante de emociones y ensueños se ha convertido en un burdo negocio donde todos quieren vivir a costa de humillar al toro. Ya no es el Rey de la Fiesta. Es sólo una pobre víctima del egoísmo de los taurinos, que le quitaron la casta, la fuerza y encima le asesinan en el peto, y luego unos presuntos toreros se hacen millonarios, practicando la trampa y no la arriesgada técnica del buen toreo”.

Estamos ante un libro de culto para los aficionados de hace unas décadas, una obra de lectura obligada para todo aquél que diga ser aficionado, un manual de inicio para todo el que se sienta atraído por el deseo de introducirse en el apasionante mundo del toro. Sólo en el campo se aprende a conocer y amar al toro, y este libro te sitúa en el mismo campo, donde se cría el toro bravo.

Al margen de sus crónicas, “Viaje a los toros del Sol” es el gran legado de Alfonso Navalón, que falleció en Salamanca el 27 de agosto de 2005.

Título: Viaje a los toros del Sol
Autor: Alfonso Navalón
Edita: Alianza Editorial
Precio: 17,10 € (aprox.)

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