25/10/10

Vicente Blasco Ibáñez: “Sangre y arena”


Al contrario de lo que ocurre en nuestra poesía, donde a todos nos resulta fácil enumerar una larga serie de autores ilustres que en algún momento de su carrera se sintieron inspirados por el tema taurino, en la novela encontramos más dificultad para elaborar una lista de escritores célebres que cuenten en su obra con títulos cuyo eje esté inspirado en el ámbito de los toros.

Siendo cierto lo anterior, hay que decir que no son pocos los literatos españoles que cuentan con alguna novela de reconocido prestigio basada en torno al mundo del toro y de la Fiesta. Así, a modo de ejemplo, Vicente Blasco Ibáñez es el autor de una de las más importantes novelas de temática taurina de toda nuestra literatura: “Sangre y arena”. Y, si determinar que ésta es o no la mejor novela taurina de nuestras letras siempre puede quedar relativizado por la subjetividad, lo que sí se puede afirmar de forma objetiva es que es la que más ha contribuido a popularizar en el mundo entero nuestra Fiesta. Un hecho que, sin duda, se ha visto favorecido por sus varias versiones y adaptaciones cinematográficas.


Vicente Blasco Ibáñez (1867 – 1928)



Valenciano de nacimiento, la biografía de Blasco Ibáñez es una combinación de episodios en los que se conjugan sus tres grandes vocaciones: la política, la periodística y la literaria. Esas inclinaciones se fueron fusionando a lo largo de su vida e hicieron de él una persona de gran vitalismo, muy comprometida y un gran escritor.

Como político, además de sus iniciativas juveniles, obtuvo acta de diputado republicano por Valencia en repetidas ocasiones. Su actividad política fue tan intensa y radical que llegó a sufrir arrestos y destierros.

Como periodista, su realización más importante fue el diario El Pueblo. Un periódico que Vicente Blasco Ibáñez también utilizaría como instrumento propagandístico de su ideario político republicano y un elemento de formación cultural, al publicar en él obras literarias en entregas diarias y semanales. Este diario tuvo una gran popularidad en Valencia, donde ejerció una notable influencia desde su fundación, en 1894, hasta su desaparición, en 1939.

Y como escritor, que es la faceta que aquí nos ocupa, Vicente Blasco Ibáñez fue uno de los máximos representantes del naturalismo en la literatura española. A lo largo de su carrera se aprecia muy claramente la sucesión de sus etapas como escritor: novelas valencianas, sociales, psicológicas, americanas, de guerra, históricas, de aventuras... Entre sus obras más célebres cabe destacar “Arroz y tartana” (1894), “La barraca” (1898), “Entre naranjos” (1900), “Cañas y barro” (1902), “La bodega” (1905), “La horda” (1905), “La maja desnuda” (1906), “Los muertos mandan” (1909), “Los argonautas” (1914), “Los cuatro jinetes del Apocalipsis” (1916)... y, por supuesto, en la que nos vamos a centrar aquí: “Sangre y arena”. Una novela, la única de su carrera, que es de temática taurina.


“Sangre y arena” (1908)


Aunque algunas de las versiones cinematográficas de “Sangre y arena” sí que pueden incurrir en los tópicos más folklóricos de las corridas de toros, hay que dejar sentado en primer lugar que la obra de Vicente Blasco Ibáñez no lo hace, y que es una excelente novela.

En primer lugar, porque tiene una gran calidad desde el punto de vista estrictamente literario. Blasco Ibáñez se muestra fiel a la escuela naturalista, imperante en los finales del siglo XIX, y nos presenta una obra con unas descripciones minuciosas y objetivas, con un estilo muy vivo y una notoria sensibilidad plástica.

En segundo lugar, porque el autor no se contenta con mostrar en la narración el capítulo más famoso de nuestra Fiesta, como es el de las corridas, sino que refleja todos sus ámbitos: la vida del toro en el campo y la de sus criadores, los ganaderos y los vaqueros; la animosa lucha de los aspirantes a ser toreros, forjándose de capea en capea; la triste existencia que sobreviene a los profesionales que en su carrera no logran alcanzar el éxito; la esplendorosa vida de los diestros que ven cumplido su sueño de ser figuras del toreo; la labor de los subalternos, apoderados, empresarios y otros profesionales y empleados ligados a la celebración de los festejos taurinos; las relaciones con personajes, masculinos y especialmente femeninos, que se mueven en el entorno de la Fiesta y sus protagonistas principales; y, como no, también quedan reflejados en la novela aficionados de todo tipo y el público, como masa, que acude a los festejos.

La inclusión de todo este heterogéneo conjunto de personajes, con intereses y sentimientos contrapuestos, conlleva que la novela ofrezca una visión de conjunto de la Fiesta que resulta muy rica en matices.

Y, sin ánimo de ser exhaustivo, en tercer lugar, porque la exposición de todo el intrincado mundo de los toros queda perfectamente enmarcada en un argumento de tinte melodramático, lo que permite a Vicente Blasco Ibáñez incidir en la interioridad de cada personaje y en su análisis psicológico. Una característica de la novela que marcó la época de su carrera en la que fue escrita: la de las novelas psicológicas.

Ahora bien, en “Sangre y arena” también se aprecian los rastros que van dejando sus anteriores fases como escritor, al reflejar la realidad social española, denunciando los males que aquejan a la nación, y al ofrecer un retrato de una región, en este caso, la andaluza.

Así, como ocurre con todas las obras literarias de importancia, “Sangre y arena” contiene una gran variedad de perspectivas y muchas posibles lecturas. Hay quien la ve como una descripción de la figura del héroe; hay quien la encuadra como una sociología del toreo; y también hay quien la define como una novela cuyo eje no es el del mundo taurino, sino el amor, aunque enmarcándolo, eso sí, en el ambiente de la Fiesta.


El argumento es sencillo, pero está elaborado con maestría. La carrera de un torero, Juan Gallardo, desde su fatigosos inicios, pasando por las épocas de esplendor y fama como máxima figura del toreo, la de su declive artístico y la del desprecio por el público, hasta su trágica muerte. Su vida como hombre, que pasa de ser un niño pobre a un personaje famoso y adinerado, rodeado de lujos y proclive a obtener fuera del matrimonio cuantos placeres carnales le facilita su posición. Y el choque entre ambas facetas: la pasión por el toreo que siente Juan Gallardo chocará brutalmente con el amor pasional por doña Sol, una atractiva mujer, caprichosa y voluble, que le seducirá para después rechazarlo como amante, provocando el desmoronamiento de la afamada carrera artística del torero y la ruptura de la relación matrimonial del protagonista con su fiel y abnegada esposa, Carmen. Y, siempre presente, el público: “...Rugía la fiera: la verdadera, la única...


Recoge Andrés Amorós en su libro “Escritores ante la Fiesta” el siguiente testimonio del propio Vicente Blasco Ibáñez:

“Yo, que escribí la novela del toreo, gusto muy poco de las corridas de toros y de las gentes que en ella intervienen”.

Testimonios como éste, amén de los ideales políticos del escritor, llevan a afirmar a muchos que Blasco Ibáñez era antitaurino. Andrés Amorós, en cambio, dice en su obra antes citada que no resulta fácil precisar con exactitud hasta qué punto era, no ya antituarino, sino aficionado. Y es que, efectivamente, la lectura de “Sangre y arena” lleva a pensar que sólo un aficionado a los toros puede ofrecer esa perfecta y preciosista ambientación que tiene la obra, tanta profusión de datos históricos sobre el toreo, tan detalladas descripciones de algunos de nuestros cosos o las plásticas representaciones de lances y de faenas. Puede que todo ello sólo fuese producto de la minuciosa documentación que gustaban atesorar previamente los escritores del naturalismo. Puede que, no obstante esa riqueza taurina que nos ofrece, a Blasco Ibáñez le gustasen “muy poco las corridas de toros” y que, simplemente, no fuese aficionado a las mismas, pero cuesta creer que de todo un antitaurino proceda esta obra de arte de la Fiesta de los Toros. Pues eso es “Sangre y arena”.


Aunque Vicente Blasco Ibáñez no cuente más que con esta novela ambientada en el mundo de los toros, sólo por ella es suficiente para situarle en la cima de la literatura taurina.

Por ello este texto quedará encuadrado dentro de la sección “Toro y Artes” de esta bitácora; pero, al mismo tiempo, como tal clasificación viene dada por una única obra, también será encuadrado en la sección “Biblioteca”. Y, ahora, que ya queda poco para que finalice la temporada de encierros, os recomiendo encarecidamente su lectura.
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Lagun
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NOTA: Las fotografías de Blasco Ibáñez están tomadan de la web “Fundación Centro de Estudios Vicente Blasco Ibáñez”, a la que ruego que se me permita mantenerlas publicadas, pues con esta bitácora no tengo fines lucrativos.
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13/10/10

Sobre el uso del CASCO en los encierros


Ya nos lo dijo un compañero en el almuerzo posterior a uno de los encierros de los pasados sanfermines: que varios corredores habían estado sopesando la posibilidad de usar casco protector, y que él, incluso, había empezado a mirar modelos.

Aquel día comentamos el tema; aunque, quizás, no tan ampliamente como merecía. Y es que, si bien tengo a dicho compañero como una persona seria y consecuente con lo que dice, no sé si los que estábamos junto a él en aquel almuerzo nos llegamos a creer del todo que, finalmente, llegaría a hacer lo que en ese momento nos estaba anunciando.

Mi sorpresa fue cuando me lo volví a encontrar en el encierro de Íscar con el casco ajustado a la cabeza. Y, claro está, lo que ya no me sorprendió fue verlo en SanSe con el susodicho protector. A él y, al menos, a otro compañero más.

Desde entonces, en varias ocasiones había tenido la tentación de dedicar a este tema una entrada; en la que yo, personalmente, tenía claro desde un principio que me manifestaría en desacuerdo con la decisión de correr encierros con un casco protector. Pero siempre desechaba la idea porque me imagino cuál es la razón que ha llevado a estos dos compañeros a tomar esa iniciativa y no sabía si debía abrir un debate al respecto.

Y es que hace dos años falleció uno de los miembros de nuestra cuadrilla como consecuencia de un traumatismo craneoencefálico que sufrió al golpearse la cabeza en un encierro de Las Rozas; y este año, en Ciudad Rodrigo, otro compañero sufrió la misma lesión, a consecuencia de la cual permaneció muchos días con un cuadro de extrema gravedad que, en su caso, afortunadamente, logró superar.

Es fácil imaginar que estos sucesos nos provocaron reflexiones a muchos corredores, como seguro que fue el caso de estos compañeros que han tomado la decisión de empezar a usar casco. Las reflexiones, en cuanto que son personales, me merecen todos los respetos; pero esta decisión concreta me parece contraria a la esencia de nuestro rito taurino y, si es manipulada, podría dar lugar a alterar el concepto y naturaleza del encierro.


Mis dudas respecto a tratar este tema se disiparon al leer en el último número de La Talanquera la entrevista realizada a un buen amigo, un gran aficionado a los festejos taurinos populares y que es, además, familiar del corredor herido en Ciudad Rodrigo. En ella recomienda a todos los corredores que usemos casco en los encierros, y hace la siguiente reflexión:

“... si en muchos encierros OBLIGARAN a llevarlo, ..., todos esos que vienen de las fiestas no podrían entrar porque no lo llevarían, con lo cual la calle más limpia y segura...”

Independientemente de lo que cada uno pueda pensar respecto a la idea del uso del casco, en la hipótesis coercitiva que para todo el colectivo contempla esa reflexión es donde se muestra uno de los errores de la decisión unipersonal de emplearlo. Al leer esa entrevista, y esa reflexión, ya no tuve dudas de que era conveniente abrir el debate.


El encierro, históricamente hablando, siempre se ha definido como un festejo popular, en el que la participación de los corredores es libre y voluntaria.

Pues bien, cuando se hace mención a estas dos últimas notas características, la libertad y la voluntariedad, sólo suele ser para advertir que todo corredor debe asumir la responsabilidad que conlleva su decisión de participar en un encierro. Pero con ello sólo se hace referencia a las consecuencias de tomar esa decisión. Conceptualmente hablando, lo que significa definir la participación en un encierro como voluntaria y libre es que toda persona puede hacerlo siempre que así lo desee, que es una decisión personal y que el organizador no puede impedírselo a nadie (salvo en los que concurran circunstancias psíquicas o físicas que los incapaciten) ni imponer requisitos para permitirlo basados, entre otros detalles, en su vestimenta o en su equipación (salvo que puedan implicar un peligro añadido a su persona y al resto de los participantes).

Es por ello por lo que, a modo de ejemplo, el Ayuntamiento de Pamplona no ha dado el paso de exigir la vestimenta blanca y roja para correr en sus encierros, tal y como viene pidiendo un sector de corredores. Aunque el actual Consistorio también es partidario de esa opción, y de hecho promovió este año una campaña para recomendarlo, sabe que su imposición va contra la concepción histórica del encierro y que, además, carece de cobertura legal en su específico decreto foral para exigirlo.

Pero eso es lo que ocurre en Navarra. La competencia normativa en materia de festejos taurinos populares corresponde a cada comunidad autónoma y ya hay varios casos de reglamentos en los que, siguiendo la tendencia que se marcó en el de la Comunidad de Madrid, se ha sentado la base para que el encierro pueda dejar de ser voluntario y libre al establecer en su articulado la posibilidad de exigir la inscripción previa de los corredores. De ahí a fijar unos requisitos que deberán cumplir los participantes que se inscriban, como puede ser el color de la vestimenta o el uso del casco, sólo es necesario un bando municipal. En ese preciso instante se habría finiquitado con las notas características históricas de voluntario y libre.

Ese paso, afortunadamente, aún no se ha dado en España. Pero...

Gracias a que la retransmisión televisiva de los encierros de SanSe que realiza Antena 3 es manifiestamente mejorable, no ha trascendido a la opinión pública y a los medios de comunicación que este año hubo al menos dos corredores que usaron casco para correr en dichos encierros. Pero estoy seguro que, si estos compañeros lo utilizan en los próximos sanfermines, entonces sí que habrá imágenes televisivas de ellos en el programa especial que emita TVE1. Repetidas y con primeros planos. Del mismo modo, estoy seguro que esas imágenes provocarán la apertura de algún debate en dicho programa sobre la seguridad personal de los corredores. Y no me quiero imaginar la tendencia y la repercusión que alcanzarían esas imágenes en nuestras cadenas “amigas”: Tele 5 y Antena 3. Tampoco me quiero imaginar sus “debates”.

Si, al hilo de esas imágenes, “Telecirco” y “Dapena 3” se empeñaran en imponer el uso del casco por todos los corredores, no me cabe ninguna duda que muy pronto aparecería un ayuntamiento que, teniendo cobertura legal en su reglamento autonómico y con la excusa de aumentar la seguridad en sus encierros, estableciese la obligación de la inscripción previa y fijase como requisito el uso del casco para todos los corredores.

Todo un éxito: encierros donde sólo participan corredores preparados para ello, bien entrenados, expertos y todos con casco.


¿Qué será lo siguiente?

Tirando de ironía, o de ciencia ficción, yo propondría que los famosos pantalones de la marca deportiva A... “ACME” se fabricasen con una capa de kevlar para minimizar el riesgo de cornadas a los corredores de encierros. También sus camisetas. Y, ya puestos, en vez de esas antiestéticas chichoneras, que se implantara el casco integral.
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Así, si todos los corredores de encierros nos presentáramos con un aspecto parecido a los “stormtroopers”, resolveríamos dos problemas de un plumazo: solventar por fin el asunto del anonimato en el encierro y minimizar todo tipo de lesiones. Lo seguiríamos apostando todo, pero sólo un poquito.


Lo más mágico, y dramático, de los rituales taurinos es que en cada uno de ellos se lleva a cabo una representación de la vida frente a la muerte, en la que el lidiador trata de superar ese reto con valor, con sabiduría... con arte, a ser posible; y los corredores de encierros, además, a cuerpo limpio.

En la actualidad, el Toro continúa manifestándose en el ritual del encierro como lo hacía antaño, como siempre lo ha hecho, y mi opinión es que los corredores también debemos presentarnos como siempre se hizo: sin artificios. Si no lo hacemos así, estaremos traicionando al Toro, pues él sí que nos lo da todo; estaremos desvirtuando el ritual, lo estaremos desnaturalizando. El rito habrá desaparecido para siempre y lo que estaremos interpretando será un papel en un mero espectáculo, en un show.
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Lagun
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Nota sobre los NOMBRES de nuestros compañeros. Como habréis podido comprobar, no he dado ningún nombre, y ruego que los que dejéis comentarios tampoco lo hagáis; ni tan siquiera los directamente implicados, a los que os pido que habléis en tercera persona, como si estuvieseis dando vuestra opinión al respecto.
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4/10/10

El encierro en el Madrid de los Austrias. Recorrido por la calle Toledo.

Puerta de Toledo (1865). Foto de Laurent (Flickr: Galería de Nicolas1056).


En los anteriores capítulos de esta serie dedicada a los encierros por la villa de Madrid vimos, en primer lugar, el recorrido por la calle Mayor, que era el clásico, el habitual de la Villa y Corte; y, después, un recorrido alternativo por la calle de Alcalá que se utilizó, cuando menos, en 1626 y 1627.

Como se puede ver, la primera parte del título de los distintos capítulos de la serie es común, y reza: “El encierro en el Madrid de los Austrias”. Con ello, no me refiero tanto al hecho de que hasta ahora nos estemos remontando, cuando menos, al siglo XVII, época en la que en España reinaban monarcas de la Casa de Austria, sino más bien a que esos dos recorridos transcurrían (en el primer caso) o finalizaban (en el segundo) por el barrio que en la capital se conoce con el nombre de: el Madrid de los Austrias.

Y aclaro lo anterior porque en este tercer capítulo vamos a tratar de un tercer recorrido que se utilizó para la celebración de encierros que también transcurre por el Madrid de los Austrias, pero al que se recurrió en unos tiempos en los que en España ya reinaba la dinastía Borbón.


En el año 1749, reinando Fernando VI de Borbón, se erigió en Madrid la primera plaza de toros estable y de materiales permanentes. Estaba situada en unas eras próximas a la Puerta de Alcalá, entre las actuales calles de Claudio Coello, Conde de Aranda y Serrano, pegada prácticamente al Retiro. Lógicamente, a partir de entonces, el necesario y previo encierro de las reses que se iban a lidiar dejó de transcurrir por la calle Mayor.

No obstante, para algunas celebraciones solemnes de la Casa Real aún se siguió eligiendo la Plaza Mayor como escenario de algunas corridas de toros. Y, para ello, fue preciso llevar a cabo el encierro de las reses por un recorrido que culminase en dicho escenario.

¿Cuál fue el recorrido del encierro elegido para la celebración de corridas de toros en la Plaza Mayor en tiempos de los Borbones?

Al menos, en sendas series de festejos taurinos que se celebraron en la Plaza Mayor de Madrid en los años 1803 y 1833 el recorrido elegido para el encierro no fue el clásico de la calle Mayor, sino otro distinto que se habilitó para dichas ocasiones: la calle Toledo.



El rey Carlos IV determinó que en julio de 1803 se celebraran fiestas reales en Madrid por el matrimonio que había contraido el Príncipe de Asturias don Fernando de Borbón, que posteriormente reinaría con el nombre de Fernando VII. Y, entre otros actos, se programaron tres corridas de toros en la Plaza Mayor para los días 20, 22 y 27 (Francisco López izquierdo, en su libro “Plazas de toros de Madrid y otros lugares donde se corrieron”, hace mención a que hubo una cuarta corrida de toros el día 30 de julio).

Como quiera que en uno de aquellos actos la calle Mayor formaba parte del itinerario que seguiría el sequito real para desplazarse desde Palacio hasta la iglesia de Nuestra Señora de Atocha, se debió considerar que unas talanqueras podrían deslucir los adornos y composturas con los que había sido engalanada dicha vía, por lo que el Ayuntamiento de la Villa y Corte decidió cambiar el recorrido clásico del encierro de las reses que se iban a lidiar en aquellos días y habilitó otro distinto por la calle de Toledo.

Así consta en el Bando del Ayuntamiento para el desarrollo de los encierros de dichas fiestas, que fue dictado el día 16 de julio de 1803 y publicado dos días después. De su encabezado se desprende que aquellos encierros tuvieron lugar las noches de los días 19, 21 y 26, a partir de las doce; y en su articulado recoge las siguientes disposiciones:

"I.- Ninguna persona, de cualquier clase y condición que sea, estará desde las doce en adelante de cada una de las tres citadas noches en la calle por donde se han de conducir los toros, que será desde la puerta de Toledo hasta la Plazuela de la Cebada, y desde ésta, por la misma calle, a la Plaza Mayor, cuidando de retirarse todos a sus casas o habitaciones, sin salir a caballo ni a pie por esta carrera, ni con pretexto de aficionados, pues para hacer los encierros están nombradas las personas inteligentes que deben concurrir únicamente para que puedan verificarlo sin embarazarse.

II.-Absolutamente se prohíbe que en sus bocacalles, en los balcones y ventanas de las casas se saquen hachas encendidas ni otras luces, se den gritos, silbidos, ni haga ruido al tiempo de pasar el ganado, o se tiren palos o piedras, por la contingencia de que se extravíe o cause algún daño, procurando los padres de familia y amos de casa que sus hijos y criados estén recogidos en aquellas horas.

III.-A los inquilinos de los cuartos bajos y principales de todas y cada una de las expresadas casas y calles se encarga que a las 12 en punto de las mencionadas tres noches tengan cerradas las puertas de los portales; previniéndose como se previene a los vecinos de los otros cuartos y habitaciones superiores que no lo pueden impedir, porque de cualquiera contravención que haya en esto, se tomará seria providencia. Lo mismo han de observar los mesoneros y posaderos que se hallan comprendidos en las citadas calles.

IV.- Para precaver cualesquiera otros daños o perjuicios, particularmente si retrocediese el ganado, procurarán con todo cuidado los dueños de los perros de presa, lebreles, mastines y de cualquiera otra casta, tenerlos atados en sus casas, sin permitir que salgan con pretexto alguno; en el supuesto de que si se contraviniese a un mandato tan necesario en el caso, se procederá a lo que haya lugar.

V. - Los operarios que se queden en las expresadas tres noches para cuidar de los tendidos y puertas de la Plaza, como también los ministros de Justicia que estén de ronda para hacer observar estas prevenciones y demás que está mandado en el Bando de 14 de junio anterior, podrán colocarse en los citados tendidos, y los vecinos salir a los balcones de las casas sin bajar a ella, observando lo que va referido en cuanto a no sacar luces, dar gritos, silbidos ni hacer otro ruido, subsistiendo con absoluta necesidad la prohibición de fumar, encender yesca, y todas las precauciones contra el fuego que exprese el citado Bando.

Todas estas precauciones se observarán hasta que los toros se hallen encerrados en sus respectivos toriles, y los cabestros hayan salido de la población; y verificado que sea, los padres y amos prevendrán a sus hijos, criados y muchachos de sus casas que no suban a los toriles, ni se acerquen con palos o varas, por ser fácil introducirlas por las juntas de los maderos y tablas causando inconvenientes; y a fin de que ninguno alegue ignorancia se fija el presente, cuya observancia se celará por los ministros de mi Juzgado. Madrid, 16 de julio de 1803.- D. Juan de Morales.- D. Francisco de San Martín y Silice."


Por otro lado, para la Jura de la infanta doña María Isabel Luisa de Borbón como heredera de la corona (a la que accedería con el nombre de Isabel II), la Casa Real programó una serie de actos institucionales y determinó que se celebrasen unos festejos conmemorativos. Entre los primeros estaba la propia Jura, que tuvo lugar el 20 de junio de 1833 en el Monasterio de San Jerónimo el Real (Los Jerónimos), por lo que la calle Mayor formó parte del itinerario que recorrió la comitiva real. Y, entre los festejos, se programaron tres corridas de toros para los días 22, 23 y 25 de ese mismo mes y año. Así, como ya ocurriera en 1803, el Ayuntamiento de la Villa y Corte decidió que se utilizara la calle Toledo como recorrido del encierro.


Como en los otros recorridos que hemos visto en los capítulos anteriores de esta serie, el de la calle Toledo también podría ser actualmente escenario de encierros en Madrid, pues cumpliría prácticamente todos los requisitos fijados en el actual reglamento de la Comunidad.


Como se ve en la foto aérea, la manga, que iría desde la Puerta de Toledo hasta la Plaza Mayor, carecería de curvas cerradas, por lo que la configuración de la manada estaría supeditada principalmente a la altimetría del recorrido.

Tramos (mediciones aproximadas a través del Google Earth):

01 ... 090 m. ... 6,7 % ... Zona libre
02 ... 330 m. ... 3,3 % ... C/ Toledo
03 ... 390 m. ... – 0,7 % ... C/ Toledo
04 ... 140 m. ... 5,7 % ... C/ Toledo
05 ... 050 m. ... 0,0 % ... Plaza Mayor


Este recorrido por la calle Toledo tiene unos primeros metros con una muy buena pendiente, y que podrían ser utilizados como zona libre de corredores, pero después se estabiliza la cuesta en el 3,3 % hasta llegar a la Plaza de la Cebada. A partir de ahí, la calle traza una ligera curva a izquierdas y su perfil se vuelve prácticamente llano. Finalmente, los últimos metros del recorrido se van empinando progresivamente hasta acceder a la Plaza Mayor, que se cruzaría hasta el emplazamiento de ese coso imaginario que siempre presentamos frente a la casa de la Panadería.

El único punto del recorrido que podría presentar algún problema respecto a los requisitos que establece el Reglamento de Espectáculos Taurinos Populares de la Comunidad de Madrid sería el tramo existente entre las calles de la Concepción Jerónima e Imperial, pues el túnel del parking de la Plaza Mayor reduce la anchura de la calle Toledo y puede que no llegue a los seis metros que se exigen.

Con todo, puede que estemos ante un recorrido poco atractivo desde el punto de vista de la dinámica de un encierro, pero es innegable que tiene tramos que podrían ser lugares ideales para realizar grandes carreras. Y, por supuesto, como siempre, la grandiosidad del arco de entrada a la Plaza Mayor dota a su tramo final de una belleza indescriptible. Muchas localidades desearían tener un recorrido como éste; y los corredores de encierros de Madrid también lo harían si se les ofreciera la oportunidad de soñar con un encierro en la capital.


Finalmente, con este recorrido por la calle Toledo, ya hemos visto los tres que (hasta donde alcanzo a saber) históricamente fueron utilizados para la realización de encierros en Madrid en aquellas corridas de toros que se celebraron en su Plaza Mayor hasta 1846. Y que son: el de la calle Mayor, que era el habitual, y los de las calles de Alcalá y Toledo, que fueron utilizados como alternativas en 1626 y 1627, el primero, y en 1803 y 1833, el segundo.

Me consta que en momentos determinados se pensó en otros recorridos alternativos; como ocurrió en 1664, que se trató de realizar el encierro por la calle Embajadores, o en 1680, que se propuso entrar desde la calle de Atocha. Pero de lo que no tengo constancia al día de hoy es que esas calles llegaran a ser honradas finalmente con el paso del Toro por su piso.
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Lagun
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