La escritura fue un invento importantísimo en el devenir de la humanidad y, en lo que a este estudio interesa, resulta fundamental para conocer posibles cultos al Toro, así como ritos y tradiciones en los que este animal es protagonista. Su invención coincide con la aparición de las primeras grandes civilizaciones y concretamente se produjo en el cuarto milenio AC. Ahí finaliza la Prehistoria y comienza la Historia, que es donde ahora nos adentramos.
Mesopotamia (término de origen griego que significa “entre ríos”) es como se denominó en la Edad Antigua al territorio comprendido entre los ríos Tigris y Éufrates, que actualmente pertenece de forma mayoritaria a Irak; y fue allí, en Mesopotamia, donde surgió la primera gran civilización de la Historia. Aunque hay que aclarar que al hablar de civilización mesopotámica, más que a una cultura, se hace referencia a la sucesión de culturas de los pueblos que tuvieron el control político-militar de la región entre el 3.500 y el 539 AC: sumerios, acadios, amorreos y asirios, principalmente.
Los impulsores de esta civilización fueron los sumerios: un pueblo que erigió en la Baja Mesopotamia ciudades-estado como Eridu, Ur, Uruk, Lagash, Nippur o Kish; que ideó innovaciones como la escritura, la rueda o la canalización de aguas fluviales; que alcanzó un alto nivel cultural y que, además, elaboró un complejo ideario religioso en el que se veneró a un gran número de dioses y se rindió culto al Toro.
(Mapa con las principales ciudades de Mesopotamia: las sumerias y las capitales de los acadios (Akkad), amorreos (Babilonia) y asirios (Assur). Además, como muestra de su cercanía, he incluido Çatal Hüyük, en Anatolia, y otras dos localidades relacionadas con el culto al Toro en el Neolítico)Mesopotamia (término de origen griego que significa “entre ríos”) es como se denominó en la Edad Antigua al territorio comprendido entre los ríos Tigris y Éufrates, que actualmente pertenece de forma mayoritaria a Irak; y fue allí, en Mesopotamia, donde surgió la primera gran civilización de la Historia. Aunque hay que aclarar que al hablar de civilización mesopotámica, más que a una cultura, se hace referencia a la sucesión de culturas de los pueblos que tuvieron el control político-militar de la región entre el 3.500 y el 539 AC: sumerios, acadios, amorreos y asirios, principalmente.
Los impulsores de esta civilización fueron los sumerios: un pueblo que erigió en la Baja Mesopotamia ciudades-estado como Eridu, Ur, Uruk, Lagash, Nippur o Kish; que ideó innovaciones como la escritura, la rueda o la canalización de aguas fluviales; que alcanzó un alto nivel cultural y que, además, elaboró un complejo ideario religioso en el que se veneró a un gran número de dioses y se rindió culto al Toro.
La religión sumeria partía de una cultura neolítica y, por tanto, agrícola, por lo que su base más arcaica se fundamentaba en cultos propiciatorios de la fertilidad y, para lograrla, en un culto a la fuerza fecundadora que fue simbolizada en el toro. No obstante, llegó a abordar temas de tipo cosmogónico, como el origen del universo o la creación del hombre, y sus cultos se extendieron a todo tipo de fuerzas de la naturaleza. Pero, aún así, el toro continuó siendo su símbolo de la fuerza creadora de vida y la formula que usaron para representar esa simbología fue otorgar pares de cuernos a las figuras antropomorfas (de apariencia humana) con las que identificaron a sus dioses. Con ello daban a entender que esas divinidades poseían la fuerza fecundadora de un toro, la máxima capacidad para generar el universo y la vida.
Así, a los principales dioses sumerios, entre ellos la Tríada Suprema compuesta por An, Enlil y Enki (que simbolizaban el cielo, el aire y el agua), los representaron como figuras con apariencia humana que portaban en sus cabezas una corona o tiara con cuernos.
(Imagen de dos sellos cilíndricos. 2300-2200 AC. British Museum, Londres. Son de la época inmediatamente posterior a la sumeria, de la acadia, pero sirven de ilustración de la tiara con cuernos con la que representaban a los dioses en estas miniaturas de 4 cm. de altura)
Otros detalles que denotan en estos tres dioses esa asociación de conceptos (fuerza fecundadora, toro y dios) se encuentran en expresiones del Himno al dios An: “Señor supremo, que precedes a todo... el enorme, el toro, del que sale todo germen... An, rey de los dioses...” Algo parecido tenemos con el dios Enlil, al que se le calificó de “Toro Poderoso”. Y, por otro lado, se podría dejar constancia de que al dios Enki se le llegó a representar como un Toro apareándose con el Río, para simbolizar que gracias a su poder fecundador y generador de vida se obtenía la fertilidad de los ríos Tigris y Éufrates.
Además de estos tres, hubo otros dioses que también fueron asociados con el toro: como Sin, que era representado con la figura de un toro; Gugalanna, cuyo nombre significa “Toro del Cielo”; Inanna, que aparece coronada con una tiara de cuernos y era la diosa del amor y la fertilidad (una contiuación de las “diosas madres” prehistóricas), pero que también fue la diosa de la guerra; o Dumuzi, a quien la propia diosa Inanna llama “Toro Salvaje”.
Tras los sumerios, el pueblo acadio tomó el control político-militar en la Baja Mesopotamia acaudillado por Sargón I, quien fundó Akkad y extendió su dominio por toda la cuenca del Tigris y el Éufrates. Sumerios y acadios habían estado conviviendo durante siglos en el entorno de la ciudad de Kish (ver mapa) y, aunque eran de etnias diferentes, ya se había producido una fusión gradual de culturas antes de ese relevo en el mando sobre la región.
Así, los acadios adoptaron los dioses sumerios y lo que hicieron fue limitarse a amoldarlos a sus credos, cambiar algunos nombres y realizar algún reajuste en la jerarquía divina. Por ejemplo:
Sobre los cambios de nombres, a los componentes de la Triada Suprema les llamaron Anu, Enlil y Ea; pero se les siguió representando con tiara de cuernos. Y, respecto a la jerarquía, es de destacar que, tras cambiar de nombre a varios dioses, los acadios compusieron una segunda tríada de primer rango, la Tríada Astral, formada por Sin: dios de La Luna y que, como ya vimos, se le representaba con la figura de un toro; Shamash: dios del Sol, representado con una figura humana con una tiara de cuernos; y la diosa Ishtar (la Inanna sumeria): una diosa representada con una figura femenina y tiara de cuernos, que simbolizaba a Venus y que, como su antecesora, era la diosa del amor y de la guerra.
(A la derecha, relieve que –con dudas- podría representar a Ishtar; o a Ereshkigal. British Museum, Londres. A la izquierda, abajo, el dios Shamash. Y, en la parte superior de la izquierda, la escultura de un toro androcéfalo que, por la tiara de cuernos, representaba a una divinidad, sin que se pueda asegurar que se trate del dios Sin. Museo del Louvre, París. Obsérvese la similitud entre este toro androcéfalo mesopotámico y la “Bicha de Balazote” –en la barra lateral del blog-, que es muy posterior y fue hallada en la Península Ibérica)
La idea mesopotámica de la tríada de dioses fue perdiendo valor con el devenir de los siglos y de los pueblos que se impondrían en Mesopotamia, puesto que hubo una tendencia a simplificar el panteón divino y a otorgar la máxima jerarquía a un único dios.
Así, en el período acadio hubo un dios que fue ganando importancia hasta alcanzar la máxima jerarquía divina cuando otro pueblo, los amorreos, se hizo con el poder en Mesopotamia e hizo de Babilonia su capital. Ese dios fue Marduk, y su asociación con el toro la encontramos en el significado de su nombre: “Toro Joven del Sol”.
El pueblo asirio, quizás por su carácter guerrero, fue el que menos aportaciones hizo al culto al Toro en Mesopotamia. Eso sí, impuso a su dios Assur como máximo referente religioso. Un dios al que no le faltaba el casco con cuernos en sus representaciones. No obstante, gracias a su arte (y a sus creencias religiosas) lo que sí nos han legado los asirios es la figura taurina que, sin ser un dios concretamente, quizás sea la más conocida de toda la civilización mesopotámica. Me refiero a los lamassu.
Los lamassu eran una especie de genios protectores que, según se creía, ahuyentaban a los malos espíritus, por lo que eran colocados por parejas en las puertas de los palacios; uno a cada lado. Son unas tallas, entre escultura y relieve, que tienen cuerpo de toro, melena y cola de león, alas extendidas de águila y cabeza humana coronada con una tiara de cuernos.
(Toro alado de Khorsabad. Oriental Institute, Universidad de Chicago)
Hablando de arte, y aunque sólo sea a modo de reseña, dejar constancia de otras obras de arte mesopotámico muy conocidas: las cabezas de toro barbadas con las que se decoraron los frentes de algunas arpas reales y que representan, sin duda, a dioses-toros.
Del conjunto de la religión mesopotámica provienen una serie de mitos y ritos que tuvieron una gran influencia en otras religiones del área. Entre los más sobresalientes está el Poema de Gilgamesh, quien mató al “Toro Celeste” en su frustrada búsqueda de la inmortalidad; el Poema Enuma Elish, donde se relata como creó el universo y la humanidad el “Toro Joven del Sol”, el dios Marduk; o el Poema del Descenso de Ishtar a los Infiernos, donde se narra como la diosa del amor y la fertilidad desciende a los infiernos para rescatar de la muerte al dios-toro Tammuz, lo que viene a ser una alegoría de fertilidad asociada a las cosechas, pues Tammuz sería la encarnación del grano de trigo que parece morir en el subsuelo para luego dar vida en la tierra gracias a la fertilidad de Ishtar. Un poema éste que conlleva algo más trascendente: el paso de la muerte a una nueva vida –fundamental en religión-, y que es realizado por un toro –también muy reseñable para ciertos ritos-.
Como se puede ver, la figura del toro era básica en la religión mesopotámica. Pero también hubo monarcas que se hicieron representar como poseedores de los poderes del Toro; especialmente los reyes acadios, que llegaron a atribuirse carácter divino en vida. Así se aprecia en la Estela de Naram-Sin, donde el rey tiene el protagonismo de la escena, desplazando a los dioses y representándolos con simples símbolos solares, mientras que él lleva un casco con cuernos, que es la caracterización más típica de una divinidad.
(Detalle de la Estela de Naram-Sin. Museo del Louvre, París)
Esa forma de proceder de los reyes acadios no cuajó, pero sí hay que destacar que, desde entonces, los reyes se presentan, al menos, como una especie de vicarios de los dioses. Así se ve, por ejemplo, en la Estela del Código de Hammurabi, en la que este rey se sitúa cara a cara ante el dios Shamash para recibir las leyes de su propia mano.
Y lo cierto es que se llegó a creer que los reyes recibían los poderes de los dioses y que, al poseer la fuerza fecundadora del Toro, hasta se unían en matrimonio sagrado con diosas; especialmente con Ishtar, la principal divinidad femenina. Esas uniones sagradas tenían su escenificación ritual en las fiestas y la figura del Toro estaba muy presente en ellas.
La Fiesta del Año Nuevo, Akitu, fue la más importante en Mesopotamia. Sus orígenes se remontan a la época sumeria, pero la celebraron todos los pueblos que conforman la civilización mesopotámica e, incluso, la fueron dando mayor esplendor, aumentando el número de días para las celebraciones y el número de actos que se representaban.
En la mayoría de las ciudades tenía lugar en primavera, aunque en algunas era en otoño, y su fin era rendir culto a la renovación anual del ciclo agrícola para el logro de una cosecha fértil, pero globalizando su sentido, de forma que la renovación abarcase al ámbito político, al espiritual y, más aún, al vital. Esa finalidad se evidencia con su primitivo nombre sumerio: A-ki-til, que quería decir “fuerza que hace revivir el mundo”.
Así, a lo largo de varios días, en el Akitu se representaban una serie de ritos, entre los que podemos reseñar los siguientes:
Se recitaba el Enuma Elish, el poema de la Creación, y al mismo tiempo se representaba, para que en el inicio del rito apareciese ese mundo original, caótico y sin vida, del que surgiría después el universo gracias al “Toro Joven del Sol”, al dios Marduk.
En otro de los actos el rey era despojado de sus vestiduras e insignias de poder y, tras dar cuenta de los actos realizados durante el año, era humillado y golpeado públicamente por el Sumo Sacerdote como castigo por sus faltas, para provocar que su rostro se llenase de lágrimas (lo que auguraba un buen año de lluvias y fertilidad). Tras la humillación del rey, equivalente a su muerte, se sacrificaba un toro para que, con su sangre, el rey expiase sus pecados, “resucitase” y pudiese renovar su reinado un año más.
Y uno de los últimos rituales del Akitu era la celebración del matrimonio sagrado: una vez renovado en su estatus, el rey asumía el papel del dios-toro Marduk, poseedor de la fuerza fecundadora, para unirse en matrimonio con Ishtar, cuyo papel lo asumía una de las sacerdotisas de su templo, para “garantizar” con esa unión la fertilidad para el territorio mesopotámico en el año que comenzaba.
La Fiesta del Año Nuevo era una fiesta anual de renovación de la Creación, de muerte del año viejo y de nacimiento de un nuevo año lleno de vida para el hombre y la naturaleza; una fiesta mesopotámica de Pascua con unos rituales en los que siempre estaba presente la simbología y el culto a un dios: el Toro.
(NOTA: las dos primeras ilustraciones son de autoría propia; el resto son fotografías que he tomado de espacios libres, especialmente de los museos reseñados a pie de foto, y las he incorporado a esta entrada por su valor cultural, por lo que ruego que se me permita mantenerlas al no tener fines lucrativos con esta bitácora)
10 comentarios:
Si señor. Las cosas bien hechas bien parecen.
Mientras lo iba leyendo iba retrocediendo años hasta mi epoca estudiantil y llegar a las clases de historia con "el moro". Recuerdo que entonces no le prestaba atencion, eran cosas que no me importaban, y ahora, leyendo este articulo, me he doy cuenta, de nuevo, de cuantas cosas me he perdido en la juventud. Menos mal que nuestro amigo Lagun esta aqui para enseñarnos.
Gracias, maestro.
Gracias, Chirrina, por entrar a la bitácora, por leer la entrada y por tu comentario.
Ahora bien... lo de "maestro"...
Madre mia que exposición, yo como las clases de historia no eran lo mio,me ha tocado leermelo un par de veces para entenderlo,pero al final lo he conseguido;una autentica lección de historia.Un saludo(Roberto).
Muchisimas Gracias por tu tiempo en este aporte!
La recolección de la información lo has hecho muy bien, además de puntual es clara!
^-^
Apropósito, me ha ayudado a reducir tiempo con los trabajos de mi hermanito!
Arigatou!
Mariajosé: ¡bienvenida! Me hace ilusión, especialmente, que seas la primera persona que deja un comentario desde un país que no es España. Claro que para internet no existen fronteras.
Repito: ¡bienvenida! Y me alegro por haberte servido de ayuda.
Muchas gracias por esta interesante información. Me gusta cuando un blog te ayuda a ver las cosas desde una perspectiva original, es parte de la riqueza de internet. Tengo una duda: de los acadios nos han llegado mas que nada esculturas, o hay también pintura y arquitectura? Muchas gracias!
¡Hola Florencia! Te doy la bienvenida a esta bitácora, donde podrás comprobar que la perspectiva siempre parte de una figura central: el Toro.
Respecto al arte acadio, no soy un experto en la materia, pero creo que sólo se han conservado algunas estelas, como la de Naram-Sin, algunos sellos cilíndricos y poco más.
Recibe un abrazo.
uff!... que cantidad de información muy buen trabajo por lo general no me gusta dejar comentarios pero creo que te mereces unas felicitaciones
y muchas gracias por la info :)
Para LUCERO:
Te agradezco tu comentario y tu felicitación. Respecto a la información que aporto, para eso cree el blog: para compartir con todos vosotros lo que yo pueda saber o aprender.
Es un placer haberte servido de ayuda.
Buenas tardes, tu investigación es muy interesante te felicito, ya que del tema se insertan muchos charlatanes.
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