Escultura del dios Mitra sacrificando al Toro … Museo Británico
Como en todas las civilizaciones mediterráneas de la Antigüedad, en Roma también se rindió culto al Toro.
La evolución que, con el devenir de los siglos y las civilizaciones, se venía observando en las distintas regiones costeras del Mediterráneo se agudizó en la Antigua Roma. En su religión, como ya sucediera en la griega, los dioses fueron antropomorfos (con forma humana), lo que apartó del panteón divino al Toro; pero mantuvo asociados a este animal los mismos conceptos y valores que ya se le habían venido atribuyendo en otras religiones mediterráneas, por lo que el Toro siguió siendo considerado en Roma como un animal sagrado y víctima propiciatoria por excelencia para los sacrificios.
Al margen de la religión oficial, en la Antigua Roma tuvieron gran importancia otra serie de cultos, mayoritariamente mistéricos, siendo el más destacado de todos ellos el Mitraísmo, en el que el Toro también fue su símbolo sagrado.
Por otro lado, al igual que ocurrió en la isla de Creta y en ciudades griegas como Larisa, en Roma también se celebraron espectáculos o juegos en los que intervenían toros. Pero es en este apartado donde se produce una evolución más particularizada respecto a otras civilizaciones mediterráneas, puesto que los juegos con toros de Roma llegaron a perder su connotación religiosa y se convirtieron en un mero espectáculo lúdico.
El sacrificio de toros en la religión de Roma
Taurobolium ... Autor: Bernhard Rode
La relación del Toro con las culturas itálicas se remonta a sus épocas más remotas. Así, Franz Altheim señala en su Historia de Roma que los toros eran muy numerosos en la península Itálica, y que siempre fueron considerados como representación de la divinidad, hasta el punto que el propio nombre de Italia deriva de “vítuliu”, el país de los “italoi”, que viene a significar el país de los becerros, de los toros o de los descendientes del dios-toro.
En ese mismo sentido, se han conservado restos arqueológicos, como la Tumba de los Toros (mediados del siglo VI a.C.), que acreditan un culto al Toro por parte de los etruscos, un antiguo pueblo itálico que tuvo su territorio de asiento en el centro de la Península.
La religión de Roma es resultado de una fusión de ideas de los diferentes pueblos que concurrieron en su formación como Estado; y la influencia helenística fue una de las más importantes. Así, como ya ocurrió en Grecia, los dioses de la religión romana eran antropomorfos, pero ello no conllevó que al Toro se le privase de seguir siendo estimado como un animal sagrado.
Por su fuerza, su poder fecundante y su valor material, el ganado bovino fue considerado en Roma como el más valioso en los sacrificios a los dioses mayores o para las fiestas del ciclo agrario en las que se practicaban ritos de fertilidad. Y, como muestra de la importancia que se le otorgaba, hay que reseñar que no se le elegía como especie, genéricamente hablando, sino que se le llegaba a seleccionar hasta por factores tan particulares como la raza, edad, sexo y capa.
Así, en general, en Roma se sacrificaban machos a los dioses, y hembras a las diosas; incluso vacas preñadas en ritos en los que “a la tierra fecunda se le ofrecía una víctima fecunda”, como señala Francisco J. Flores Arroyuelo en su libro Del toro en la Antigüedad: animal de culto, sacrificio, caza y fiesta.
Y, como indica Pedro Sáez Fernández en Sobre la Fiesta de los Toros en el mundo romano, se sacrificaban bovinos de capa blanca a las divinidades celestes, de capa negra a las subterráneas y funerarias, y de capa colorada a Vulcano, por ser el dios del fuego.
Hay que destacar que en todos esos ritos sacrificiales tuvo un papel de suma importancia la sangre como ingrediente transmisor de potencia y fertilidad, como sustancia vivificadora y también como elemento que posibilitaba el rito iniciático en los bautismos. Así, al menos, aparece en el rito llamado “Taurobolium”, que se celebraba, según defiende una línea doctrinal, en el culto a la diosa Cibeles.
La diosa Cibeles, original del Asia Menor, era la Gran Madre de los dioses y personificaba la fuerza creadora de la Naturaleza. Junto a ella estaba Atis, con el que formaba pareja. Aún cuando su culto tuvo connotaciones mistéricas, Cibeles llegó a ser una diosa nacional romana, cuya fiesta se celebraba en el equinoccio de primavera y de cuyo culto se suele destacar como ritual más significativo el Taurobolium.
Como se aprecia en el grabado de Bernhard Rode, el taurobolio era un rito de iniciación, en el que el aspirante se introducía en una fosa cuya parte superior se cubría con un tablón de madera, debidamente agujereado, y sobre dicha plataforma se sacrificaba a un toro para que la sangre que derramara se colara por los orificios y, como elemento purificador, chorrease sobre la cabeza y el cuerpo del iniciado.
Era, sin duda, la escenificación de un bautismo, de un ritual regenerador de vida y, más concretamente, de regeneración espiritual.
Hay otra línea doctrinal que sostiene que este rito del Taurobolium no perteneció a los misterios de Cibeles, sino a los de Mitra.
El culto a Mitra
Mitreo de la ciudad de Ostia
Se denomina “Mitraísmo”, y también “misterios de Mitra”, a una religión de connotaciones mistéricas que estuvo muy difundida en el Imperio Romano entre los siglos I y IV d.C., en la que se rendía culto a una divinidad llamada Mitra, y en la que tenía un papel destacado el Toro como animal y símbolo sagrado ligado a conceptos de fertilidad.
Apenas existe documentación que nos aporte noticias fiables respecto a las creencias y rituales del Mitraísmo, pues este culto no tenía un cuerpo escrito de doctrina, sus rituales eran secretos y sólo se transmitían de forma oral entre iniciados. No obstante, se conservan restos arqueológicos relacionados con la práctica del culto en numerosos lugares del Imperio, consistentes en grutas naturales o construcciones subterráneas con esa apariencia, así como inscripciones y obras de arte, que vienen sirviendo a los investigadores para elaborar teorías respecto a los contenidos de esta religión.
Mitra era, en origen, una de las más antiguas divinidades indoeuropeas, miembro del panteón común que hubo entre el norte de India e Irán. El testimonio más antiguo que menciona a Mitra es una tablilla procedente de Boghaz-Köy, en Anatolia, la actual Turquía, en la que el dios es invocado como garante de un tratado entre hititas y mitanios. Dicha tablilla puede datarse en el 1380 a.C., según nos indica Juan Ramón Carbó García en Los cultos orientales en la Dacia romana.
En India mantenía el orden del cosmos y vigilaba la moralidad y la conducta religiosa. En el Imperio Persa velaba por el orden de la sociedad y era garante de los tratados y los acuerdos, extendiendo su influencia a las negociaciones y los contratos, incluidos los matrimoniales. Por otro lado, también aparece personificado como la Luz, en continua batalla con la oscuridad, o asimilado al Sol, lo que le identifica como generador de vida. Además, en el gran himno de Mitra se le relaciona con la reproducción de la naturaleza.
Cuando Alejandro Magno conquistó el Imperio Persa (330 a.C.), el culto a Mitra persistió en algunas de sus regiones, pero lo que aún no se ha logrado demostrar es el posible nexo directo, si es que lo hubo, que este culto habría seguido desde ese espacio temporal y local hasta el Mitraísmo que se profesó en Roma siglos más tarde.
Los conocidos como “misterios de Mitra” surgieron en Roma en la segunda mitad del siglo I d.C., y desde allí se difundieron a lo largo y ancho de todo el Imperio, con mayor o menor presencia dependiendo de las regiones. A este respecto cabe señalar que el Mitraísmo era un culto religioso exclusivo de hombres, y muy enraizado en el ejército de Roma. Así, en general, el Mitraísmo no llegó a alcanzar gran importancia allí donde la presencia del ejército tampoco fue relevante; y, por contra, tuvo una presencia destacada en provincias fronterizas, donde se acantonaban numerosas legiones, como es el caso de la frontera septentrional del Imperio en el Rin y el Danubio.
El culto a Mitra se fue difundiendo por el Imperio a mediados del siglo II d.C., alcanzando rápidamente su máxima extensión geográfica: desde el Rin y el Danubio hasta el Nilo, y desde Britania hasta Siria. No obstante, su máximo apogeo llegaría en el siglo III d.C.
Tras un período de estancamiento en su difusión y auge, en el siglo IV d.C. se reavivó el Mitraísmo, además de otros muchos cultos tradicionales romanos, como protesta contra la rigidez creciente de la postura de los emperadores en cuestiones religiosas, lo que venía a favorecer al pujante Cristianismo.
Pero ese resurgimiento del culto a Mitra fue pasajero, ya que no existen testimonios que atestigüen su continuidad en el siglo V d.C., lo que ha llevado a los tratadistas a fijar su desaparición a comienzos del mismo o, incluso, a finales del siglo IV d.C., tras ser declaradas ilegales todas las religiones paganas por el emperador Teodosio en el año 394 d.C.
Pese a esa larga trayectoria de más tres siglos, el Mitraísmo nunca llegó a ser un culto oficial en Roma. Ello no excluyó que algunos emperadores y su círculo más próximo sintieran simpatía por él, le dieran protección e, incluso, fueran iniciados en los misterios de Mitra.
Era un culto exclusivamente reservado a hombres y practicado en el ámbito de pequeños grupos autónomos de iniciados que se organizaban como en una fraternidad y estaban jerarquizados en siete grados de iniciación, que conocemos por un texto de San Jerónimo, Epístola CVII - Ad Laetam, y se confirman por algunas inscripciones. Serían los siguientes: corax (cuervo), cryphius (oculto), miles (soldado), leo (león), perses (persa), heliodromus (emisario del sol) y pater (padre).
Los ceremoniales del culto a Mitra se celebraban en lugares subterráneos que recibían el nombre de mitreos, consistentes en grutas naturales o en construcciones realizadas en el subsuelo con esa misma apariencia, y que reproducían de forma simbólica la bóveda del cielo y la imagen del universo. Es característico de los mitreos que su espacio era muy reducido. En la ciudad de Roma se han encontrado unos sesenta, entre los que cabe destacar por su lugar de ubicación el del Circo Máximo. Es muy reseñable también el mitreo de las termas de Caracalla, pues es de grandes dimensiones y constituye toda una excepción. No obstante, Paloma Aguado García, en El culto a Mitra en la época de Caracalla, deja apuntada la posibilidad de que no se trate de un mitreo, sino de un serapeo para los rituales del dios Serapis.
Ahora bien, tanto si fue un mitreo como si fue un serapeo, lo que sí es cierto es que esta construcción que se encuentra en el interior de las termas de Caracalla fue un centro donde se rindió culto a una divinidad taurina. Como ya vimos en el Culto al Toro en Egipto, Serapis era un dios-toro de origen egipcio e influencia helenística, cuyo culto se extendió al Imperio Romano. Por tanto, el culto a Serapis que se practicó en el Imperio Romano no deja de ser otra variante más de culto al Toro.
En lo que se refiere a los valores, creencias y rituales del Mitraísmo, hay que insistir en que no disponemos de textos que nos hayan legado los misterios de Mitra, de forma que los estudiosos se han visto obligados a intentar una reconstrucción con la información que nos proporciona, principalmente, su iconografía, que mantuvo una relativa uniformidad en las manifestaciones halladas en todo el Imperio. Dado que no existe esa reconstrucción ideológica con una base documental indubitada y, en todo caso, dado que aquí nos interesa centrarnos en los aspectos que sitúan al Toro como objeto o medio de cultos religiosos, no incidiremos en esos aspectos del Mitraísmo y nos centraremos en la iconografía mitraica, en la que el Toro cobra protagonismo.
Mitra matando al Toro ... Tauroctonía de los Museos Vaticanos
El tema esencial y fundamental de la iconografía mitraica es la escena de la tauroctonía, la muerte o sacrificio del Toro a manos de Mitra, que son las dos figuras principales que están representadas, aunque aparecen algunas más.
Según narra la leyenda, el dios Mitra, la Luz, nació del interior de una roca, a la orilla de un manantial y bajo un árbol sagrado. Cuando surgió a este mundo, Mitra iba desnudo, sólo llevaba cubierta su cabeza con un gorro típico de la región de Frigia (en Anatolia, la actual Turquía), iba armado con un cuchillo y portaba una antorcha, que era con la que se habría iluminado en las tinieblas interiores de la roca.
Este acontecimiento ocurrió coincidiendo con el solsticio de invierno y, por ello, su celebración en el Imperio Persa se fijó el 25 de diciembre.
Unos pastores que cuidaban sus rebaños por aquella zona fueron testigos del nacimiento de Mitra a este mundo, lo adoraron y le ofrecieron presentes.
Después, Mitra bebió agua del manantial, comió los frutos del árbol sagrado, cubrió su desnudez con hojas del árbol y, a partir de ese momento, comenzó a deambular por el mundo para medir la fuerza de su poder.
Así, cuando Mitra se encontró con el toro, agarró al animal por los cuernos y lo montó. El toro trató de derribar a Mitra, pero éste se sujetó con fuerza y aguantó montado hasta que el toro quedó exhausto. Entonces, Mitra cargó al animal sobre sus hombros y lo llevó a la cueva donde había fijado su morada.
Pasado el tiempo, el toro huyó y el dios Ormuz mandó hasta la cueva a un cuervo para decir a Mitra que debía volver a capturar al toro y sacrificarlo. Cuando Mitra volvió a encontrarlo, saltó sobre él y, tras sujetarlo, le clavó su cuchillo en un costado. En ese preciso instante, del cuerpo del toro brotaron espigas de trigo, que dan el pan, y su sangre se transformó en vino según se derramaba.
Todos los mitreos estaban presididos por una escultura o un relieve con esta tauroctonía. Y el toro, en todas ellas, siempre es representado con capa blanca.
Son muchas las obras conservadas con esta iconografía mitraica. En las más completas, además de Mitra y el Toro, aparecen otras figuras: dos personajes humanos y, sobre todo, un perro que salta para lamer la herida del toro, una serpiente que se arrastra por el suelo tratando de reptar por el vientre del animal y un escorpión que se aferra a los testículos. En otras también se incorporan un cuervo y un león.
Sobre el significado del conjunto de la iconografía y cada una de sus figuras particularizadas se han elaborado multitud de teorías y su mero resumen harían muy extenso este texto. Además, a este respecto, la conclusión de Israel Campos Méndez, en su obra El culto del dios Mitra en el Antiguo Irán y en el Imperio Romano: análisis y revisión de los elementos de continuidad, es que las muy distintas explicaciones ideadas han podido complicar lo que, seguramente, venía a ser algo más sencillo para los hombres de la época: “la identificación del episodio del sacrificio del toro como un acontecimiento mítico que venía a significar una alegoría del ciclo vital, del comienzo de la regeneración y salvación de toda la Creación”.
Para finalizar este apartado, decir que habrá resultado fácil detectar en él algunas similitudes entre el Mitraísmo y el Cristianismo: el nacimiento del dios un 25 de diciembre, la adoración de los pastores o, incluso, el sacrificio de un “ser” para regenerar el mundo, con la alegoría de que su cuerpo es el pan y su sangre es el vino, así como la celebración por sus distintos fieles de rituales y banquetes (o cenas) con esos bienes para conmemorar los respectivos sacrificios de uno u otro.
Efectivamente. Y son muchas más las similitudes si se profundiza en el tema. Lo curioso, además, es que el Mitraísmo y el Cristianismo fueron los dos más importantes cultos no oficiales en Roma, y que rivalizaron en la captación de adeptos hasta que Teodosio impuso el Cristianismo en todo el Imperio. A este respecto, muchos analistas opinan que, si no hubiese sido así, las culturas latinas, en vez de cristianas, podrían haber terminado siendo mitraicas. Y ello implicaría que el Toro sería en ellas el símbolo sagrado por excelencia.
Los juegos de toros en Roma: venationes
Autor: Antonio Niccolini …… Bridgeman Art Library
En un principio, los “juegos” que se celebraron en Roma fueron funciones que tuvieron un significado religioso. Se ofrecían a los dioses y, en algunas de sus modalidades, eran una equivalencia a los sacrificios. Pero las celebraciones de los juegos fueron aumentando con el devenir de los tiempos, y se llegaron a organizar en base a razones que nada tenían que ver con la religión: motivos políticos, conmemoraciones de hazañas bélicas o, incluso, por el simple hecho de ofrecer al pueblo el espectáculo con el que más disfrutaba y más demandaba. Y los juegos con intervención de toros eran tan solo una de sus variedades.
Así, los juegos de toros en el Imperio Romano se fueron convirtiendo en un espectáculo lúdico, y llegaron a perder toda la connotación religiosa que se les había venido atribuyendo en los primeros tiempos de Roma y en otras civilizaciones mediterráneas de la Antigüedad.
Entre el conjunto de juegos que se celebraban en los circos y en los anfiteatros romanos, los más seguidos por el público eran los combates de gladiadores y las carreras de caballos, pero también tenían mucha notoriedad las denominadas “venationes” (de venatio, -onis; caza), que eran aquellos en los que intervenían animales exóticos y fieras.
Hubo venationes de varios tipos:
1) Exhibiciones de animales exóticos y desconocidos que las legiones se iban encontrando según iban ampliando las fronteras del imperio. Generalmente, fieras salvajes, pero también algunas que se conseguían adiestrar.
2) Combates entre fieras salvajes, a las que se llegaba a atar por los dos cabos de una misma cuerda para asegurar que se acometiesen entre ellas.
En esta variante era muy común el uso de toros enfrentados a otros animales: osos, rinocerontes, elefantes, leones...
Detalle de mosaico con una escena de combate entre un oso y un toro
3) Representaciones dentro del recinto, pero con total realismo, de cacerías de fieras por parte de hombres que recibían dos tipos de denominaciones distintas: bestiarii y venatores.
Paphos. Mosaico procedente de la casa de Dionisos, según Karageorgis
En esta variante de las cacerías también fueron muy utilizados los toros, a los que trataban de dar muerte los venatores armados con lanzas, generalmente, y entrando siempre por el frente. También existen testimonios que acreditaría el uso en algunas ocasiones de una tela, a modo de muleta, para conducir las embestidas de los toros.
4) Espectáculos en los que hombres a pie y a caballo practicaban distintos lances y suertes frente a un toro. Esta variante era la más específicamente taurina de todas las que se celebraban.
Como se prueba en un cipo pintado de la ciudad de Thina (Túnez), en el territorio que dominaba el Imperio de Roma se siguieron efectuando algunas suertes taurinas ya practicadas con anterioridad en otras civilizaciones de la Antigüedad, como el salto del toro que se ejecutó en la civilización minoica (ver el capítulo del Culto al Toro en Creta), o el derribo e inmovilización de toros por parte de hombres que iniciaban su participación montados a caballo para después lanzarse sobre la cabeza y las astas del animal, que era un tipo de juego ya practicado en Larisa y en otras ciudades griegas bajo el nombre de taurokathapsia (ver el capítulo del Culto al Toro en Grecia).
Pero, además de éstas ya comentadas, se han conservado obras que indican la práctica de otras modalidades de suertes, como la que actualmente conocemos como salto de la garrocha y que en el Código Justiniano se cita como “contomonobolon” (según Pedro Sáez Fernández, op. cit., Sobre la fiesta...).
Lo que resulta imposible aclarar es si esta última suerte fue invención romana, si fue importada de alguna región concreta o, como es más probable, si estamos ante un tipo de salto tan básico y primitivo que pudo ser practicado desde épocas remotas en cualquier lugar donde el hombre se enfrentó a un toro o, incluso, laboró con él.
5) Por último, y también dentro de este marco de los juegos, otro de los espectáculos con fieras que se ofrecía era, más que una modalidad de juego en sí, la ejecución de una de las condenas más crueles que imponía el derecho romano, la reservada a los peores delincuentes de la época: la condena a morir por el ataque de las fieras (“damnatio ad bestias”).
Es sobradamente conocido el dato de condenados a ser arrojados en el circo a los leones sin ningún tipo de defensa con la que tratar de evitar el hecho de terminar siendo devorados. En algunas ocasiones se llegaba, incluso, a atar a los condenados a un poste para asegurar una mayor rapidez y eficacia. Pero el león no fue el único animal utilizado en Roma para esta finalidad. También se emplearon toros.
Una de las modalidades empleadas era atar al condenado al lomo de un toro o un cebú y exponerlos juntos al ataque de otras fieras salvajes. Otra modalidad se usaba en el caso de varios condenados unidos por fuertes lazos afectivos: a uno se le ataba a un poste y a otro se le dejaba suelto en la arena para que defendiese al primero de las embestidas del toro que se soltaba, ya fuese distrayendo su atención con algunas suertes a cuerpo limpio o, incluso, intentando mancornar al animal (en la versión de 1951 de la película “Quo Vadis” se recrea una condena de este tipo en una de sus escenas).
Como último ejemplo de damnatio ad bestias, también se seguía la modalidad de exponer a las embestidas de un toro a un condenado envuelto y sujeto por una red.
Si, como se decía, estas ejecuciones eran, en el fondo, unos sacrificios o reminiscencia de ellos, es curioso advertir como el toro cambia su rol en estos supuestos “sacrificios” de Roma, pues de tradicional víctima propiciatoria pasó a ser el verdugo.
A modo de conclusión, sólo resta insistir en que Roma también rindió culto al Toro; aunque, definitivamente, incidió en la línea ideológica griega de situar al toro, más que como una divinidad propiamente dicha, como símbolo sagrado y víctima propiciatoria por excelencia en los sacrificios religiosos. Y, en lo referido a los juegos de toros en Roma, resaltar que, si bien Flores Arroyuelo (op. cit., Del Toro en la Antigüedad...) defiende que los juegos continuaron teniendo cierta connotación religiosa, aunque fuese un tanto velada; desde mi punto de vista es mucho más real la opinión de Ludwig Friedländer, que comienza su trabajo titulado Juegos y espectáculos romanos asegurando que los juegos perdieron toda significación religiosa, no ya en la corrupta época de la Roma Imperial, sino incluso antes, en los últimos tiempos de la República.
Lagun
NOTA: Al pie de las imágenes dejo indicado los datos referentes a los autores de las obras, así como el museo o lugar donde se encuentran expuestas (en la medida en que he logrado encontrar dichos datos). Respecto a la imagen en blanco y negro con la venatio del toro y las otras dos con los saltos, dejar indicado que están tomadas del artículo de Pedro Sáez Fernández en Sobre la Fiesta de los Toros en el mundo romano, que aparece publicado en “celtiberia.net”.
Con todo ello, solicito a los autores, así como a los propietarios de los derechos de autor de cada una de las imágenes, que me permitan mantenerlas en este texto, puesto con esta bitácora no tengo fines lucrativos y se han incluido para facilitar a los lectores una mayor comprensión de la materia.
Como en todas las civilizaciones mediterráneas de la Antigüedad, en Roma también se rindió culto al Toro.
La evolución que, con el devenir de los siglos y las civilizaciones, se venía observando en las distintas regiones costeras del Mediterráneo se agudizó en la Antigua Roma. En su religión, como ya sucediera en la griega, los dioses fueron antropomorfos (con forma humana), lo que apartó del panteón divino al Toro; pero mantuvo asociados a este animal los mismos conceptos y valores que ya se le habían venido atribuyendo en otras religiones mediterráneas, por lo que el Toro siguió siendo considerado en Roma como un animal sagrado y víctima propiciatoria por excelencia para los sacrificios.
Al margen de la religión oficial, en la Antigua Roma tuvieron gran importancia otra serie de cultos, mayoritariamente mistéricos, siendo el más destacado de todos ellos el Mitraísmo, en el que el Toro también fue su símbolo sagrado.
Por otro lado, al igual que ocurrió en la isla de Creta y en ciudades griegas como Larisa, en Roma también se celebraron espectáculos o juegos en los que intervenían toros. Pero es en este apartado donde se produce una evolución más particularizada respecto a otras civilizaciones mediterráneas, puesto que los juegos con toros de Roma llegaron a perder su connotación religiosa y se convirtieron en un mero espectáculo lúdico.
El sacrificio de toros en la religión de Roma
Taurobolium ... Autor: Bernhard Rode
La relación del Toro con las culturas itálicas se remonta a sus épocas más remotas. Así, Franz Altheim señala en su Historia de Roma que los toros eran muy numerosos en la península Itálica, y que siempre fueron considerados como representación de la divinidad, hasta el punto que el propio nombre de Italia deriva de “vítuliu”, el país de los “italoi”, que viene a significar el país de los becerros, de los toros o de los descendientes del dios-toro.
En ese mismo sentido, se han conservado restos arqueológicos, como la Tumba de los Toros (mediados del siglo VI a.C.), que acreditan un culto al Toro por parte de los etruscos, un antiguo pueblo itálico que tuvo su territorio de asiento en el centro de la Península.
La religión de Roma es resultado de una fusión de ideas de los diferentes pueblos que concurrieron en su formación como Estado; y la influencia helenística fue una de las más importantes. Así, como ya ocurrió en Grecia, los dioses de la religión romana eran antropomorfos, pero ello no conllevó que al Toro se le privase de seguir siendo estimado como un animal sagrado.
Por su fuerza, su poder fecundante y su valor material, el ganado bovino fue considerado en Roma como el más valioso en los sacrificios a los dioses mayores o para las fiestas del ciclo agrario en las que se practicaban ritos de fertilidad. Y, como muestra de la importancia que se le otorgaba, hay que reseñar que no se le elegía como especie, genéricamente hablando, sino que se le llegaba a seleccionar hasta por factores tan particulares como la raza, edad, sexo y capa.
Así, en general, en Roma se sacrificaban machos a los dioses, y hembras a las diosas; incluso vacas preñadas en ritos en los que “a la tierra fecunda se le ofrecía una víctima fecunda”, como señala Francisco J. Flores Arroyuelo en su libro Del toro en la Antigüedad: animal de culto, sacrificio, caza y fiesta.
Y, como indica Pedro Sáez Fernández en Sobre la Fiesta de los Toros en el mundo romano, se sacrificaban bovinos de capa blanca a las divinidades celestes, de capa negra a las subterráneas y funerarias, y de capa colorada a Vulcano, por ser el dios del fuego.
Hay que destacar que en todos esos ritos sacrificiales tuvo un papel de suma importancia la sangre como ingrediente transmisor de potencia y fertilidad, como sustancia vivificadora y también como elemento que posibilitaba el rito iniciático en los bautismos. Así, al menos, aparece en el rito llamado “Taurobolium”, que se celebraba, según defiende una línea doctrinal, en el culto a la diosa Cibeles.
La diosa Cibeles, original del Asia Menor, era la Gran Madre de los dioses y personificaba la fuerza creadora de la Naturaleza. Junto a ella estaba Atis, con el que formaba pareja. Aún cuando su culto tuvo connotaciones mistéricas, Cibeles llegó a ser una diosa nacional romana, cuya fiesta se celebraba en el equinoccio de primavera y de cuyo culto se suele destacar como ritual más significativo el Taurobolium.
Como se aprecia en el grabado de Bernhard Rode, el taurobolio era un rito de iniciación, en el que el aspirante se introducía en una fosa cuya parte superior se cubría con un tablón de madera, debidamente agujereado, y sobre dicha plataforma se sacrificaba a un toro para que la sangre que derramara se colara por los orificios y, como elemento purificador, chorrease sobre la cabeza y el cuerpo del iniciado.
Era, sin duda, la escenificación de un bautismo, de un ritual regenerador de vida y, más concretamente, de regeneración espiritual.
Hay otra línea doctrinal que sostiene que este rito del Taurobolium no perteneció a los misterios de Cibeles, sino a los de Mitra.
El culto a Mitra
Mitreo de la ciudad de Ostia
Se denomina “Mitraísmo”, y también “misterios de Mitra”, a una religión de connotaciones mistéricas que estuvo muy difundida en el Imperio Romano entre los siglos I y IV d.C., en la que se rendía culto a una divinidad llamada Mitra, y en la que tenía un papel destacado el Toro como animal y símbolo sagrado ligado a conceptos de fertilidad.
Apenas existe documentación que nos aporte noticias fiables respecto a las creencias y rituales del Mitraísmo, pues este culto no tenía un cuerpo escrito de doctrina, sus rituales eran secretos y sólo se transmitían de forma oral entre iniciados. No obstante, se conservan restos arqueológicos relacionados con la práctica del culto en numerosos lugares del Imperio, consistentes en grutas naturales o construcciones subterráneas con esa apariencia, así como inscripciones y obras de arte, que vienen sirviendo a los investigadores para elaborar teorías respecto a los contenidos de esta religión.
Mitra era, en origen, una de las más antiguas divinidades indoeuropeas, miembro del panteón común que hubo entre el norte de India e Irán. El testimonio más antiguo que menciona a Mitra es una tablilla procedente de Boghaz-Köy, en Anatolia, la actual Turquía, en la que el dios es invocado como garante de un tratado entre hititas y mitanios. Dicha tablilla puede datarse en el 1380 a.C., según nos indica Juan Ramón Carbó García en Los cultos orientales en la Dacia romana.
En India mantenía el orden del cosmos y vigilaba la moralidad y la conducta religiosa. En el Imperio Persa velaba por el orden de la sociedad y era garante de los tratados y los acuerdos, extendiendo su influencia a las negociaciones y los contratos, incluidos los matrimoniales. Por otro lado, también aparece personificado como la Luz, en continua batalla con la oscuridad, o asimilado al Sol, lo que le identifica como generador de vida. Además, en el gran himno de Mitra se le relaciona con la reproducción de la naturaleza.
Cuando Alejandro Magno conquistó el Imperio Persa (330 a.C.), el culto a Mitra persistió en algunas de sus regiones, pero lo que aún no se ha logrado demostrar es el posible nexo directo, si es que lo hubo, que este culto habría seguido desde ese espacio temporal y local hasta el Mitraísmo que se profesó en Roma siglos más tarde.
Los conocidos como “misterios de Mitra” surgieron en Roma en la segunda mitad del siglo I d.C., y desde allí se difundieron a lo largo y ancho de todo el Imperio, con mayor o menor presencia dependiendo de las regiones. A este respecto cabe señalar que el Mitraísmo era un culto religioso exclusivo de hombres, y muy enraizado en el ejército de Roma. Así, en general, el Mitraísmo no llegó a alcanzar gran importancia allí donde la presencia del ejército tampoco fue relevante; y, por contra, tuvo una presencia destacada en provincias fronterizas, donde se acantonaban numerosas legiones, como es el caso de la frontera septentrional del Imperio en el Rin y el Danubio.
El culto a Mitra se fue difundiendo por el Imperio a mediados del siglo II d.C., alcanzando rápidamente su máxima extensión geográfica: desde el Rin y el Danubio hasta el Nilo, y desde Britania hasta Siria. No obstante, su máximo apogeo llegaría en el siglo III d.C.
Tras un período de estancamiento en su difusión y auge, en el siglo IV d.C. se reavivó el Mitraísmo, además de otros muchos cultos tradicionales romanos, como protesta contra la rigidez creciente de la postura de los emperadores en cuestiones religiosas, lo que venía a favorecer al pujante Cristianismo.
Pero ese resurgimiento del culto a Mitra fue pasajero, ya que no existen testimonios que atestigüen su continuidad en el siglo V d.C., lo que ha llevado a los tratadistas a fijar su desaparición a comienzos del mismo o, incluso, a finales del siglo IV d.C., tras ser declaradas ilegales todas las religiones paganas por el emperador Teodosio en el año 394 d.C.
Pese a esa larga trayectoria de más tres siglos, el Mitraísmo nunca llegó a ser un culto oficial en Roma. Ello no excluyó que algunos emperadores y su círculo más próximo sintieran simpatía por él, le dieran protección e, incluso, fueran iniciados en los misterios de Mitra.
Era un culto exclusivamente reservado a hombres y practicado en el ámbito de pequeños grupos autónomos de iniciados que se organizaban como en una fraternidad y estaban jerarquizados en siete grados de iniciación, que conocemos por un texto de San Jerónimo, Epístola CVII - Ad Laetam, y se confirman por algunas inscripciones. Serían los siguientes: corax (cuervo), cryphius (oculto), miles (soldado), leo (león), perses (persa), heliodromus (emisario del sol) y pater (padre).
Los ceremoniales del culto a Mitra se celebraban en lugares subterráneos que recibían el nombre de mitreos, consistentes en grutas naturales o en construcciones realizadas en el subsuelo con esa misma apariencia, y que reproducían de forma simbólica la bóveda del cielo y la imagen del universo. Es característico de los mitreos que su espacio era muy reducido. En la ciudad de Roma se han encontrado unos sesenta, entre los que cabe destacar por su lugar de ubicación el del Circo Máximo. Es muy reseñable también el mitreo de las termas de Caracalla, pues es de grandes dimensiones y constituye toda una excepción. No obstante, Paloma Aguado García, en El culto a Mitra en la época de Caracalla, deja apuntada la posibilidad de que no se trate de un mitreo, sino de un serapeo para los rituales del dios Serapis.
Ahora bien, tanto si fue un mitreo como si fue un serapeo, lo que sí es cierto es que esta construcción que se encuentra en el interior de las termas de Caracalla fue un centro donde se rindió culto a una divinidad taurina. Como ya vimos en el Culto al Toro en Egipto, Serapis era un dios-toro de origen egipcio e influencia helenística, cuyo culto se extendió al Imperio Romano. Por tanto, el culto a Serapis que se practicó en el Imperio Romano no deja de ser otra variante más de culto al Toro.
En lo que se refiere a los valores, creencias y rituales del Mitraísmo, hay que insistir en que no disponemos de textos que nos hayan legado los misterios de Mitra, de forma que los estudiosos se han visto obligados a intentar una reconstrucción con la información que nos proporciona, principalmente, su iconografía, que mantuvo una relativa uniformidad en las manifestaciones halladas en todo el Imperio. Dado que no existe esa reconstrucción ideológica con una base documental indubitada y, en todo caso, dado que aquí nos interesa centrarnos en los aspectos que sitúan al Toro como objeto o medio de cultos religiosos, no incidiremos en esos aspectos del Mitraísmo y nos centraremos en la iconografía mitraica, en la que el Toro cobra protagonismo.
Mitra matando al Toro ... Tauroctonía de los Museos Vaticanos
El tema esencial y fundamental de la iconografía mitraica es la escena de la tauroctonía, la muerte o sacrificio del Toro a manos de Mitra, que son las dos figuras principales que están representadas, aunque aparecen algunas más.
Según narra la leyenda, el dios Mitra, la Luz, nació del interior de una roca, a la orilla de un manantial y bajo un árbol sagrado. Cuando surgió a este mundo, Mitra iba desnudo, sólo llevaba cubierta su cabeza con un gorro típico de la región de Frigia (en Anatolia, la actual Turquía), iba armado con un cuchillo y portaba una antorcha, que era con la que se habría iluminado en las tinieblas interiores de la roca.
Este acontecimiento ocurrió coincidiendo con el solsticio de invierno y, por ello, su celebración en el Imperio Persa se fijó el 25 de diciembre.
Unos pastores que cuidaban sus rebaños por aquella zona fueron testigos del nacimiento de Mitra a este mundo, lo adoraron y le ofrecieron presentes.
Después, Mitra bebió agua del manantial, comió los frutos del árbol sagrado, cubrió su desnudez con hojas del árbol y, a partir de ese momento, comenzó a deambular por el mundo para medir la fuerza de su poder.
Así, cuando Mitra se encontró con el toro, agarró al animal por los cuernos y lo montó. El toro trató de derribar a Mitra, pero éste se sujetó con fuerza y aguantó montado hasta que el toro quedó exhausto. Entonces, Mitra cargó al animal sobre sus hombros y lo llevó a la cueva donde había fijado su morada.
Pasado el tiempo, el toro huyó y el dios Ormuz mandó hasta la cueva a un cuervo para decir a Mitra que debía volver a capturar al toro y sacrificarlo. Cuando Mitra volvió a encontrarlo, saltó sobre él y, tras sujetarlo, le clavó su cuchillo en un costado. En ese preciso instante, del cuerpo del toro brotaron espigas de trigo, que dan el pan, y su sangre se transformó en vino según se derramaba.
Todos los mitreos estaban presididos por una escultura o un relieve con esta tauroctonía. Y el toro, en todas ellas, siempre es representado con capa blanca.
Son muchas las obras conservadas con esta iconografía mitraica. En las más completas, además de Mitra y el Toro, aparecen otras figuras: dos personajes humanos y, sobre todo, un perro que salta para lamer la herida del toro, una serpiente que se arrastra por el suelo tratando de reptar por el vientre del animal y un escorpión que se aferra a los testículos. En otras también se incorporan un cuervo y un león.
Sobre el significado del conjunto de la iconografía y cada una de sus figuras particularizadas se han elaborado multitud de teorías y su mero resumen harían muy extenso este texto. Además, a este respecto, la conclusión de Israel Campos Méndez, en su obra El culto del dios Mitra en el Antiguo Irán y en el Imperio Romano: análisis y revisión de los elementos de continuidad, es que las muy distintas explicaciones ideadas han podido complicar lo que, seguramente, venía a ser algo más sencillo para los hombres de la época: “la identificación del episodio del sacrificio del toro como un acontecimiento mítico que venía a significar una alegoría del ciclo vital, del comienzo de la regeneración y salvación de toda la Creación”.
Para finalizar este apartado, decir que habrá resultado fácil detectar en él algunas similitudes entre el Mitraísmo y el Cristianismo: el nacimiento del dios un 25 de diciembre, la adoración de los pastores o, incluso, el sacrificio de un “ser” para regenerar el mundo, con la alegoría de que su cuerpo es el pan y su sangre es el vino, así como la celebración por sus distintos fieles de rituales y banquetes (o cenas) con esos bienes para conmemorar los respectivos sacrificios de uno u otro.
Efectivamente. Y son muchas más las similitudes si se profundiza en el tema. Lo curioso, además, es que el Mitraísmo y el Cristianismo fueron los dos más importantes cultos no oficiales en Roma, y que rivalizaron en la captación de adeptos hasta que Teodosio impuso el Cristianismo en todo el Imperio. A este respecto, muchos analistas opinan que, si no hubiese sido así, las culturas latinas, en vez de cristianas, podrían haber terminado siendo mitraicas. Y ello implicaría que el Toro sería en ellas el símbolo sagrado por excelencia.
Los juegos de toros en Roma: venationes
Autor: Antonio Niccolini …… Bridgeman Art Library
En un principio, los “juegos” que se celebraron en Roma fueron funciones que tuvieron un significado religioso. Se ofrecían a los dioses y, en algunas de sus modalidades, eran una equivalencia a los sacrificios. Pero las celebraciones de los juegos fueron aumentando con el devenir de los tiempos, y se llegaron a organizar en base a razones que nada tenían que ver con la religión: motivos políticos, conmemoraciones de hazañas bélicas o, incluso, por el simple hecho de ofrecer al pueblo el espectáculo con el que más disfrutaba y más demandaba. Y los juegos con intervención de toros eran tan solo una de sus variedades.
Así, los juegos de toros en el Imperio Romano se fueron convirtiendo en un espectáculo lúdico, y llegaron a perder toda la connotación religiosa que se les había venido atribuyendo en los primeros tiempos de Roma y en otras civilizaciones mediterráneas de la Antigüedad.
Entre el conjunto de juegos que se celebraban en los circos y en los anfiteatros romanos, los más seguidos por el público eran los combates de gladiadores y las carreras de caballos, pero también tenían mucha notoriedad las denominadas “venationes” (de venatio, -onis; caza), que eran aquellos en los que intervenían animales exóticos y fieras.
Hubo venationes de varios tipos:
1) Exhibiciones de animales exóticos y desconocidos que las legiones se iban encontrando según iban ampliando las fronteras del imperio. Generalmente, fieras salvajes, pero también algunas que se conseguían adiestrar.
2) Combates entre fieras salvajes, a las que se llegaba a atar por los dos cabos de una misma cuerda para asegurar que se acometiesen entre ellas.
En esta variante era muy común el uso de toros enfrentados a otros animales: osos, rinocerontes, elefantes, leones...
Detalle de mosaico con una escena de combate entre un oso y un toro
3) Representaciones dentro del recinto, pero con total realismo, de cacerías de fieras por parte de hombres que recibían dos tipos de denominaciones distintas: bestiarii y venatores.
Paphos. Mosaico procedente de la casa de Dionisos, según Karageorgis
En esta variante de las cacerías también fueron muy utilizados los toros, a los que trataban de dar muerte los venatores armados con lanzas, generalmente, y entrando siempre por el frente. También existen testimonios que acreditaría el uso en algunas ocasiones de una tela, a modo de muleta, para conducir las embestidas de los toros.
4) Espectáculos en los que hombres a pie y a caballo practicaban distintos lances y suertes frente a un toro. Esta variante era la más específicamente taurina de todas las que se celebraban.
Como se prueba en un cipo pintado de la ciudad de Thina (Túnez), en el territorio que dominaba el Imperio de Roma se siguieron efectuando algunas suertes taurinas ya practicadas con anterioridad en otras civilizaciones de la Antigüedad, como el salto del toro que se ejecutó en la civilización minoica (ver el capítulo del Culto al Toro en Creta), o el derribo e inmovilización de toros por parte de hombres que iniciaban su participación montados a caballo para después lanzarse sobre la cabeza y las astas del animal, que era un tipo de juego ya practicado en Larisa y en otras ciudades griegas bajo el nombre de taurokathapsia (ver el capítulo del Culto al Toro en Grecia).
Pero, además de éstas ya comentadas, se han conservado obras que indican la práctica de otras modalidades de suertes, como la que actualmente conocemos como salto de la garrocha y que en el Código Justiniano se cita como “contomonobolon” (según Pedro Sáez Fernández, op. cit., Sobre la fiesta...).
Lo que resulta imposible aclarar es si esta última suerte fue invención romana, si fue importada de alguna región concreta o, como es más probable, si estamos ante un tipo de salto tan básico y primitivo que pudo ser practicado desde épocas remotas en cualquier lugar donde el hombre se enfrentó a un toro o, incluso, laboró con él.
5) Por último, y también dentro de este marco de los juegos, otro de los espectáculos con fieras que se ofrecía era, más que una modalidad de juego en sí, la ejecución de una de las condenas más crueles que imponía el derecho romano, la reservada a los peores delincuentes de la época: la condena a morir por el ataque de las fieras (“damnatio ad bestias”).
Es sobradamente conocido el dato de condenados a ser arrojados en el circo a los leones sin ningún tipo de defensa con la que tratar de evitar el hecho de terminar siendo devorados. En algunas ocasiones se llegaba, incluso, a atar a los condenados a un poste para asegurar una mayor rapidez y eficacia. Pero el león no fue el único animal utilizado en Roma para esta finalidad. También se emplearon toros.
Una de las modalidades empleadas era atar al condenado al lomo de un toro o un cebú y exponerlos juntos al ataque de otras fieras salvajes. Otra modalidad se usaba en el caso de varios condenados unidos por fuertes lazos afectivos: a uno se le ataba a un poste y a otro se le dejaba suelto en la arena para que defendiese al primero de las embestidas del toro que se soltaba, ya fuese distrayendo su atención con algunas suertes a cuerpo limpio o, incluso, intentando mancornar al animal (en la versión de 1951 de la película “Quo Vadis” se recrea una condena de este tipo en una de sus escenas).
Como último ejemplo de damnatio ad bestias, también se seguía la modalidad de exponer a las embestidas de un toro a un condenado envuelto y sujeto por una red.
Si, como se decía, estas ejecuciones eran, en el fondo, unos sacrificios o reminiscencia de ellos, es curioso advertir como el toro cambia su rol en estos supuestos “sacrificios” de Roma, pues de tradicional víctima propiciatoria pasó a ser el verdugo.
A modo de conclusión, sólo resta insistir en que Roma también rindió culto al Toro; aunque, definitivamente, incidió en la línea ideológica griega de situar al toro, más que como una divinidad propiamente dicha, como símbolo sagrado y víctima propiciatoria por excelencia en los sacrificios religiosos. Y, en lo referido a los juegos de toros en Roma, resaltar que, si bien Flores Arroyuelo (op. cit., Del Toro en la Antigüedad...) defiende que los juegos continuaron teniendo cierta connotación religiosa, aunque fuese un tanto velada; desde mi punto de vista es mucho más real la opinión de Ludwig Friedländer, que comienza su trabajo titulado Juegos y espectáculos romanos asegurando que los juegos perdieron toda significación religiosa, no ya en la corrupta época de la Roma Imperial, sino incluso antes, en los últimos tiempos de la República.
Lagun
NOTA: Al pie de las imágenes dejo indicado los datos referentes a los autores de las obras, así como el museo o lugar donde se encuentran expuestas (en la medida en que he logrado encontrar dichos datos). Respecto a la imagen en blanco y negro con la venatio del toro y las otras dos con los saltos, dejar indicado que están tomadas del artículo de Pedro Sáez Fernández en Sobre la Fiesta de los Toros en el mundo romano, que aparece publicado en “celtiberia.net”.
Con todo ello, solicito a los autores, así como a los propietarios de los derechos de autor de cada una de las imágenes, que me permitan mantenerlas en este texto, puesto con esta bitácora no tengo fines lucrativos y se han incluido para facilitar a los lectores una mayor comprensión de la materia.
7 comentarios:
Como en otras ocasiones felicitarle por el fantástico trabajo realizado y por la elaboración del mismo,que no ha debido ser nada fácil y que nos sirve a neófitos en la materia como yo a aprender un poco.Un saludo.
Más cultura del toro.
Me encanta Lagun.
Sigue así.
despues de este lo demas nos va ha saber a poco.muchas gracias por mostrarnos historia que yo en particular no me hubiera molestado tanto en buscar o rebuscar, un abrizo
ke pasa lagun. llevo mucho tiempo sin dejarte un komentario pero sigo por aki alucinando kon kada entrada de tu blog. ke konste. la de esta semana es tremenda. felicidades kompañero. y permiteme un chiste. luego dicen ke la cibeles es blanca. en todo kaso rojilla o roji-algo. je je je.
un abrazo.
Para ROBERTO y JAM^2:
Gracias por vuestros respectivos comentarios. En el itinerario del culto al Toro aún nos queda una costa mediterránea sin avistar (os podéis imaginar cuál es). Y ya estoy “planeando esa etapa final”.
Para CUSICU:
¿Que lo demás os va a saber a poco? Pues tengo la intención de preparar a conciencia esa entrada que anuncio en el párrafo anterior, y creo que será un megapost.
Para XABIER:
Echaba de menos tus comentarios, tan ortográficamente incorrectos como emocionalmente sentidos. Gracias, compañero por seguir ahí. Y, sí, al bautizarse los seguidores de Cibeles, sus túnicas (imaginamos que blancas) tomaban un tono muy “rojillo”. Has estado sembrado con esa apreciación entre lo mítico y lo futbolero.
Regreso y veo con agrado cuanto te sigues currando las entradas. Una gozada volver por aquí. Un abrazo, y gracias...
holla amigos su espacio online es muy bueno,es la tercera vez que vi tu website, buen espacio!
hasta
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