31/12/10

A por el 2011


La imagen que encabeza esta entrada no es una tarjeta de felicitación al uso. Ni, mucho menos, es alegre. Al fin y al cabo, la situación que actualmente tenemos en España tampoco lo es; ya que, de hecho, y por si alguien lo ha olvidado, estamos viviendo aún en estado de alarma y, por otro lado, nos tienen alarmados nuestros parámetros sociales, laborales y económicos.

Un nivel de paro galopante, la eliminación de subsidios, la rebaja de sueldos, la subida de impuestos y el aumento inmisericorde de los precios, incluido el escandaloso de la luz, conforman una serie de vectores que rompen el suelo de las economías familiares de nuestro país y nos sumergen en un nuevo horizonte, decadente y cada vez más sombrío. Además, para remate, el retraso de la edad de jubilación y el aumento del número de años de cotización para el cómputo de la pensión.

Un amigo me ha deseado, directamente, un “Feliz 2015... ó 2017”, que son los años donde Rodríguez Zapatero ha resituado recientemente el desarrollo de sus flemáticos brotes verdes. Claro que, primero, y en base a muchas “tacitas de café”, habrá que afrontar el inminente 2011.

Será un año difícil, pero estoy convencido de que los días que vayamos de encierro sí que serán gozosos. Él, el Toro, se entregará y nos lo dará todo.

Junto a esos momentos, para todo el conjunto del año, os deseo que no os falte trabajo, que la salud os respete y, a ser posible, un...

.............................¡¡¡ FELIZ 2011 !!!
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Lagun
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20/12/10

El culto al Toro en Grecia


Desde el 2600 a.C., aproximadamente, la mayor parte del área geográfico del mar Egeo ya se encontraba bajo la influencia de la primera civilización europea, la minoica, que tuvo su asiento en la isla de Creta y, desde allí, controlaba gran parte de las islas y de la zona costera del continente.

Fue hacia el 1800 a.C. cuando un pueblo indoeuropeo, denominado por la tradición como los aqueos, se adentró desde el norte en la península balcánica, se extendió hasta el Peloponeso y, tras dominar a sus habitantes primitivos, creó la civilización micénica; llamada comúnmente así porque fue en la ciudad de Micenas donde erigió su reino más importante.

Ambas civilizaciones llegaron a coexistir, pero en el 1450 a.C. desapareció la minoica por causas aún no concretadas con exactitud, y fue la micénica la que pasó a ostentar la supremacía en toda la región. Incluso, según las narraciones épicas, los aqueos llegaron a controlar el estrecho de los Dardanelos, en la costa del Asia Menor, al triunfar las tropas que comandaba el rey Agamenón de Micenas en la guerra de Troya.



Según algunos tratadistas especializados, hubo otros pueblos indoeuropeos que, al tiempo, también fueron asentándose en distintas zonas de la península balcánica; como los jonios, que se afianzaron en el Ática, y los eolios, que lo hicieron en Tesalia.

El dominio de los aqueos debió durar hasta el 1200 a.C., pues fue por entonces cuando los dorios, otros indoeuropeos más, se internaron desde el norte y se impusieron, entre otras circunstancias, gracias a que ya dominaban la técnica de la fundición del hierro y su armamento era notablemente superior al de bronce de los aqueos. El lugar principal de asiento de los dorios fue el Peloponeso, y Esparta su ciudad más importante.

Resulta difícil determinar si la entrada de cada uno de estos pueblos fue determinando el desplazamiento de los anteriores o si, como parece, hubo algún grado de fusión poblacional. Pero, en todo caso, fue bajo esas bases tribales como se fue formando la población helena.

La configuración que adoptaron sus sociedades en un primer momento fue la de unos reinos independientes, que comprendían la comarca dominada con una ciudad como eje central. Y la forma de gobierno evolucionaría desde esas primeras monarquías a un poder ejercido por oligarquías de aristócratas que, luego, derivaron en las denominadas “tiranías” y finalizaron en la mayoría de los casos con regímenes basados en la democracia, siendo Atenas el motor y el ejemplo de este último tipo de gobiernos.

La civilización griega protagonizó un proceso de expansión por todas las zonas costeras del Mediterráneo, lo que dio lugar a la fundación de un gran número de colonias que contribuyeron en la difusión de la cultura helena y, como parte de ella, de su religión.


Aspectos generales de la religión en Grecia

Los habitantes primitivos de la península balcánica y de las islas del mar Egeo tenían una cultura mediterránea, eran agricultores y, por ello, oficiaban ritos de fertilidad y rendían culto a divinidades relacionadas con el cultivo de la tierra. En cambio, todos los pueblos que fueron invadiendo la región eran de cultura indoeuropea y su panteón divino se componía de dioses celestiales. Así, la religión griega se fue conformando en un largo proceso de fusión entre ambos tipos de culto, y se caracterizó finalmente por ser politeísta, pues se rendía culto a numerosos dioses, y también por ser antropomórfica, pues se representaba a los dioses con forma humana y se les dotaba de las mismas características, virtudes y defectos que los hombres; salvo su inmortalidad y sus poderes sobrenaturales.


Entre los principales dioses de la religión en la Antigua Grecia hay que destacar a Afrodita, Apolo, Ares, Artemisa, Atenea, Demeter, Dionisio, Hades, Hefesto, Hera, Hermes, Hestia, Poseidón, y, sobre todos ellos, Zeus: el dios supremo; soberano de los dioses, de los hombres y del mundo. Todos ellos residían en la cumbre del Olimpo, la montaña más alta de Grecia. Además, en un grado inferior a estos dioses mayores, también había una serie de divinidades secundarias y, por otro lado, unos héroes, todos ellos mortales, entre los que cabe destacar a Hércules, Teseo, Icaro o Perseo.

Otra de las características de la religión griega es que careció de un libro sagrado y, por ello, que no era dogmática. Lo que sí tenía era una serie de mitos y leyendas respecto a la naturaleza del mundo y sus orígenes, sobre los cultos religiosos y prácticas rituales que oficiaban a sus dioses, así como sobre las memorables acciones de los héroes antes citados. El conjunto de esos mitos y leyendas conforma la denominada mitología griega.

Dado el marcado antropomorfismo de la religión en la Antigua Grecia, en su panteón divino no aparece el Toro como uno de sus dioses. Y, al contrario de lo que ocurría en otras religiones de la antigüedad, en la generalidad de las divinidades griegas tampoco encontramos ya la conjunción, combinación o confusión de figuras hombre-toro. Ahora bien, en la mitología sí hay pasajes en los que el dios Dionisio aparece con figura de toro, para relacionarlo con el concepto de fecundidad; o Eros adornado con un toro; o Poseidón asociado al caballo y al toro, para relacionarlo con el concepto de potencia; y no se debe olvidar que uno de los atributos de Zeus era el Toro, como símbolo de poder y fecundidad, y que para raptar a Europa adoptó la figura de un toro blanco.

Lo que sí resulta muy frecuente en la mitología griega es encontrarnos a toros en las acciones de los dioses y en las hazañas de los héroes; o asociados al concepto de belleza e inspirador del amor en la mujer; o, incluso, como seres mitológicos, individualmente hablando. Son múltiples los mitos al respecto, pero podemos encadenar varios de ellos para encontrar todos esos supuestos.


Minos, que era hijo del dios Zeus y de Europa, pidió apoyo a Poseidón para que fuese él, entre todos sus hermanos, el elegido a suceder al rey de Creta Asterión. Poseidón le ayudó, y Minos le prometió en señal de agradecimiento que sacrificaría al animal que el dios eligiese. Entonces, Poseidón hizo surgir del mar a un hermoso toro blanco, pero Minos quedó maravillado del animal y, olvidando su promesa, lo ocultó entre su rebaño y sacrificó a otro toro.

Al enterarse, Poseidón se llenó de ira y decidió vengarse de Minos a través de su esposa, Pasifae. Para ello, Poseidón inspiró en Pasifae un incontenible deseo por el toro blanco; y la reina, para satisfacer su pasión, recurrió a Dédalo, quien construyó con madera una figura de vaca hueca para que se introdujese en ella Pasifae y, de esa manera, pudiese ser montada por el toro blanco. El resultado de esa relación zoofílica fue que Pasifae quedó encinta y parió un monstruo con cuerpo de hombre y cabeza de toro: el Minotauro.

Dada la monstruosidad del ser, así como su maldad y voracidad por la carne humana, el rey Minos mandó a Dédalo que construyese un intrincado laberinto en cuyo centro encerraría al Minotauro para que no pudiese salir de él.

Al tiempo, un hijo de Minos fue asesinado en Atenas después de quedar campeón en una competición olímpica. En venganza, el rey de Creta atacó a Atenas, y ésta se rindió. Entre las condiciones que impuso Minos para aceptar la rendición fue que Atenas entregase a Creta un tributo anual consistente en siete jóvenes y siete doncellas como sacrificio para el Minotauro.

Cuando correspondía la tercera entrega del tributo, un hijo del rey de Atenas llamado Teseo se ofreció voluntario para ser uno de los jóvenes ofrecidos al Minotauro y, así, poder enfrentarse a él y tratar de matarlo. Una vez que Teseo fue conducido a Creta, se enamoró de él una hija del rey de Minos, Ariadna, y planeó una estrategia para ayudar a su amado a matar al Minotauro y poder regresar del interior del laberinto. Así, Teseo ató a la puerta del laberinto un cabo del ovillo de hilo que le había dado Ariadna y, después, se introdujo en su interior. Una vez que se encontró con el Minotauro, Teseo se enfrentó a él y consiguió matarlo con una espada mágica que también le había dado Ariadna. Después, recogiendo el hilo del ovillo, consiguió realizar el camino de vuelta y salir del laberinto.


Son varias las leyendas que ya han quedado encadenadas en el anterior relato, pero aún se puede enlazar una más, en la que el protagonista es el máximo exponente de los héroes de la mitología griega: Hércules.

Uno de los doce trabajos encomendados a Hércules fue capturar al Toro de Creta, que era, precisamente, el hermoso toro blanco con el que se apareó Pasifae y que, después de aquel suceso, fue enloquecido por Poseidón y comenzó a causar estragos por toda Creta.

Hércules y el Toro de Creta – Louis Tuaillon


Hércules se trasladó a Creta y, tras obtener el permiso del rey Minos, buscó al toro por la isla. Una vez que le localizó se enfrentó a él y, agarrándolo por los cuernos, consiguió inmovilizarlo y someterlo. Después, cargándoselo sobre las espaldas, lo llevó al continente, a la ciudad de Micenas, para entregárselo a Euristeo. Éste, al ver su ferocidad, lo dejó libre, y el toro comenzó a causar daños allá por donde iba. Tras cruzar el istmo de Corinto, el toro llegó a la llanura de Maratón, donde finalmente le mató el héroe ateniense Teseo.


Al igual que ocurría en el mito del rapto de Europa por parte de Zeus, en el de Pasifae se nos está presentando al toro asociado a una divinidad, en este caso a Poseidón, y como exponente de potencia fecundadora.


Sacrificios de toros en la religión griega


A modo de simples apuntes de todo lo recogido por Francisco J. Flores Arroyuelo en su libro “Del Toro en la Antigüedad: animal de culto, sacrificio, caza y fiesta”, cabe decir que el Toro perdió entidad como divinidad en el proceso de fusión entre la religión de los habitantes más primitivos de Grecia y la de los pueblos indoeuropeos que la fueron invadiendo, pero se mantuvo asociado mitológicamente con Zeus, Poseidón, Eros o Dionisio como vestigio de su antigua categoría de deidad.

Ahora bien, aunque perdiese la categoría específica de divinidad, el toro siguió siendo un animal venerado en la región griega, ya que su ritual más frecuente e importante fue el de los sacrificios y, en ellos, el toro se mantuvo como la ofrenda preferida de los dioses.

Esa catalogación del toro, lejos de ser banal, tiene una gran importancia religiosa. El sacrificio era un eslabón que unía al hombre con la divinidad, al considerarse, por un lado, como un ritual de purificación, en el que se entregaba una víctima expiatoria para apartar las impurezas o los males de la comunidad; y, por otro, como un ritual de comunión, en el que a la víctima, al toro en nuestro caso, no sólo se la otorgaba carácter sagrado, sino que se la identificaba con la divinidad para que los fieles, al alimentarse con la carne del animal sacrificado, pasaran a unirse con dicha divinidad.

A veces, incluso, se llegaba al extremo de comerse la carne cruda, como aparece en rituales orgiásticos dedicados al dios Dionisio y como queda descrito en la tragedia de Eurípides Las Bacantes.

El hecho de que los griegos considerasen que el animal inmolado pasaba a la esfera de lo sagrado resulta más evidente, si cabe, con el análisis de Martin P. Nilsson en su obra “Historia de la Religión Griega”, donde expone que: si bien la carne del animal, como materia corrupta, la consumían los fieles, pues los hombres son mortales y también están condenados a la putrefacción; la osamenta del animal, como no se descompone fácilmente, se consideraba que pertenecía a los dioses porque eran inmortales, y era a ellos a quien se ofrecía esa parte del animal, ya fuese en enterramiento o en incineración.

Y, si había ocasiones o ritos concretos en los que los animales elegidos podían ser cerdos, corderos, carneros o perros, el preferido por los griegos para los sacrificios fue, sin duda alguna, el toro. De hecho, en el sacrificio más famoso de todos, denominado “hecatombe”, se llegaban a inmolar hasta cien reses.


Las celebraciones taurinas en Tesalia

Relieve de Taurokathapsia - Ashmolean Museum de Oxford


Sabido es que en la isla de Creta hubo unas celebraciones taurinas durante el II milenio a.C en las que jóvenes practicaban arriesgados saltos de toros. Lo que ya no es tan conocido a nivel popular es que, unos mil años después, en Grecia también hubo celebraciones taurinas. Tomando como fuente un estudio de don Manuel Serrano Espinosa, profesor titular de la Universidad de Alicante, vamos a conocer los festejos taurinos que en la Grecia Clásica se celebraban en la región de Tesalia.

No se conoce la denominación exacta de los juegos taurinos de Creta; en cambio, gracias a la documentación de la época clásica de Grecia, sí sabemos que la tauromaquia de Tesalia recibía el nombre de “Taurokathapsia”. Y, en lo que respecta a su cronología, las piezas numismáticas que se han conservado indican que la taurokathapsia de Tesalia tuvo lugar a principios del siglo V a. C., y no se descarta que incluso se remontara al siglo VII a.C.

La taurokathapsia de Tesalia era una modalidad de festejo taurino diferente a los saltos del toro. En primer lugar, no se trataba de saltadores a pie, sino jinetes que, a lomos de sus cabalgaduras, encelaban a los toros con carreras y requiebros que tenían la intención de minar las fuerzas del animal para, después, poder saltar desde el caballo al cuerpo del toro y, agarrándole por la cornamenta, tratar de derribarlo y quebrarle el cuello. Una vez concluido el lance, la cabeza del toro era ofrecida a la divinidad local como símbolo de poder y ofrenda de fertilidad.


El testimonio literario más antiguo de la taurokathapsia de Tesalia lo tenemos en Eurípides; aunque es una referencia indirecta, ya que sólo menciona las habilidades de los tesalios en la doma de caballos y en el sacrificio de los toros. Heliodoro, en cambio, nos ofrece una versión más pormenorizada de la celebración. La sitúa en Etiopía, pero el protagonista es un tesalio de nombre Teagenes que logra derribar al toro, y después, ante un público enfervorizado, se presenta ante el rey etíope Hidapes para pedir, y obtener, la mano de su hija.

Otro testimonio es el de Artemidoro, que preconiza un origen jonio de la taurokathapsia. Según dice, llegaron desde Éfeso (ver el mapa de la segunda imagen) y se expandieron por el Ática; aunque también aclara que el lugar donde destacaron fue en Larisa, en Tesalia. Platón, por su parte, describe una ceremonia similar procedente de Tracia, en la costa norte del mar Egeo.


Las inscripciones que se conservan constituyen un grupo esencial para el estudio de varios aspectos de estas celebraciones. Paradójicamente, las primeras que nos atestiguan su existencia no proceden de Tesalia, sino del Asia Menor (lo que podría sugerir cierta coincidencia con lo afirmado por Artemidoro). Ahora bien, el grueso de las inscripciones con esta temática pertenecen a la región de Tesalia. Y es muy destacable que todas nos indican que las taurokathapsias se encontraban ligadas a cultos locales y adscritas al ámbito religioso.


Por otro lado, la Numismática nos proporciona varios ejemplos de la popularidad que estos juegos adquirieron en la Tesalia de la época clásica. La mayoría de las monedas datan del período 480-400 a.C.; dato importante porque nos indica la antigüedad de tales celebraciones. En las monedas podemos observar un esquema que se repite con asiduidad: una de las caras representa al joven jinete en el instante que agarra al toro por los cuernos e intenta pasarle una especie de banda entre la cornamenta, mientras que en el reverso aparece el caballo galopando sin jinete con la inscripción del topónimo "Larisa".


En el reverso de algunas monedas aparece la imagen de la divinidad Zeus Eleutherios, lo que prueba su adscripción a festividades religiosas donde se honraba a Zeus Eleutherios, y también a Poseidón Taurios.


Por último, indicar que se conservan dos relieves con representaciones de taurokathapsias. En uno de ellos, procedente de Esmirna, y que se conserva en el Ashmolean Museum de Oxford, se muestra una escena completa dividida en sus distintas fases: las carreras y quiebros a caballo, el salto del jinete para asirse a los cuernos del toro y el desenlace final, con el toro ya derribado. En cambio, en el otro relieve, que se conserva en el Museo de Arqueología de Estambul, sólo se muestra el momento en el que el jinete se ha lanzado desde su montura y está agarrado a los cuernos del animal.


Sin duda, la taurokathapsia de la época clásica de Grecia difiere de la tauromaquia cretense en varios aspectos de su realización, y no se puede decir que tenga su antecedente directo en Creta, pero sí existe un elemento común: todos los documentos hallados hasta el momento nos hablan claramente que los certámenes taurinos se hallaban adscritos en la época clásica a festividades y cultos de carácter religioso, lo que confiere a estas celebraciones un carácter que supera el ámbito del mero espectáculo deportivo o profano.
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Lagun
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Off topic: dada la proximidad de las fiestas de Navidad, les quiero desear a todos unos días de paz, felicidad y, con los tiempos que corren, de trabajo.

...............¡¡¡Feliz Navidad!!!
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Y, como es obligado, ruego a los propietarios de los derechos de autor de las imágenes que he publicado con este texto que me permitan mantenerlas, pues con esta bitácora no tengo fines lucrativos, y el hecho de haberlas incluido se debe únicamente a querer facilitar su conocimiento a los usuarios de esta página para una mejor comprensión del texto.
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4/12/10

Visita a “Zahariche”


Quisieron los dioses que el pasado 27 de noviembre lloviese en la cuenca del Guadalquivir; y, concretamente, las tierras de la provincia de Sevilla recibieron, de media, el obsequio de cincuenta litros por metro cuadrado. Lora del Río no fue una excepción, y también fue agraciada con su ración de agua correspondiente. Y en Zahariche...

Podría haber llovido cualquier otro día; pero, no, el elegido por los dioses fue el mismo que nosotros habíamos acordado semanas antes con la familia Miura para visitar la finca de su histórica ganadería.

Los efectos de ese fenómeno meteorológico condicionaron, sin duda, nuestra visita a Zahariche, pero no impidieron que la jornada del 27 de noviembre de 2010 pase a engrosar mi listado de fechas inolvidables.

Así, al cruzar su singularísima cancela de entrada sentí como un estremecimiento recorría mi cuerpo: entraba en la finca de los miuras. Y una vez que llegamos al cortijo, al pasar a su patio de entrada, no pude evitar la evocación de la imagen de don Eduardo Miura Fernández con sus particulares patillas. Sí. Pese a las inclemencias del tiempo, las sensaciones brotaban de continuo.


Entre esas sensaciones, a todos nos llamó la atención la rusticidad del patio, sin ningún tipo de concesiones de cara a la galería, por lo que intuimos desde el primer momento que la palabra que siempre ha debido ser imperante en la ganadería es: “trabajo”. Allí, en Zahariche, desde 1941; pero en esta familia ganadera desde 1842, que fue el año en el que don Juan Miura Rodríguez fundó la vacada.


Al cabo de unos breves minutos, que aprovechamos para asomarnos a las caballerizas, se presentó en el patio don Manuel García, el mayoral, montado a caballo y enfundado en un poncho de agua que sólo dejaba al descubierto sus ojos y poco más. Desde su montura, dadas las condiciones meteorológicas, nos hizo la pregunta de rigor. Y nuestra respuesta no lo fue menos: “p’alante”.


Don Manuel se puso al frente de la marcha, componiendo bajo aquel persistente aguacero una imagen que resultaba impactante y, a la vez, emocionante. Abriendo y cerrando cancelas, nos fue acompañando hasta los cercados donde se encuentran los toros de saca para la próxima temporada. Nueve corridas, según me dijo él, personalmente; ocho, según nos contó a todos don Eduardo Miura, con el que estuvimos compartiendo impresiones al final de la visita.


Zahariche es una finca de unas 600 hectáreas, y los dos cercados que vimos están en consonancia: grandes, extensos, con unos límites que en parte se pierden entre las suaves ondulaciones que presenta el terreno. Por ello, los miuras se encontraban algo desperdigados y el mayoral se tuvo que emplear a fondo para moverlos.


Como es habitual en la ganadería, son variopintos los pelajes de los toros de esta camada, pero los que más atraen la atención son los de unos ejemplares salineros.


Respecto a las hechuras, como es lógico, aún están por rematar; y, además, el ganado andaba algo encogido por la lluvia. Pero ya se les veía su habitual conformación: altos de agujas, largos y con una gran caja, pero sin aparentar el peso que luego dan en la báscula, puesto que no son barrigones.


Un prototipo racial que parece estar fijado en la ganadería desde 1854, que fue cuando se terminaron de realizar las compras masivas de ganado, se concretaron las primeras grandes selecciones y se practicaron los cruces más básicos.

A este respecto, hay que recordar que don Juan Miura Rodríguez fundó la vacada en 1842 con reses de don Antonio Gil Herrera, de origen Gallardo; y que siete años después, en 1849, se compraron reses del mismo origen a don José Luis Alvareda. Posteriormente, entre 1850 y 1852, la vacada se consolidó con la compra de la mayor parte del ganado que había pertenecido a don José Rafael Cabrera, cuyo origen pasó a ser preponderante en la ganadería. Y que, por último, en 1854 se incorporaron dos sementales de don José Arias Saavedra, que eran de casta Vistahermosa por la rama de Barbero de Utrera.

Con esas compras realizadas en el espacio de doce años fue con lo que se conformó la base de la ganadería Miura. No obstante, hay que constancia de que se han ido añadiendo otros sementales, aunque la finalidad buscada no era ya la modificación del tipo del ganado, sino atemperar su comportamiento.

Así, se sabe de la incorporación de un toro de casta Navarra llamado “Murciélago”, que el diestro Lagartijo le regaló a don Antonio Miura tras lidiarlo en Córdoba y lograr su indulto. Era un ejemplar colorado y ojo de perdiz que descendía de la ganadería de Pérez Laborda, aunque ya llevaba el hierro de Joaquín del Val. En este caso sí que se comenta que pudo influir en la aparición en la ganadería Miura de los pelajes colorados y castaños.

Es sabido también que se añadió otro toro del duque de Veragua, aunque su influencia en la vacada debió ser escasa, pues murió muy pronto como consecuencia de una pelea con otros toros. Finalmente, hacia 1920 se incluyó como reproductor el semental “Banderillero”, de la Marquesa de Tamarón, encaste Parladé. Y se habla de otro más del Conde de la Corte. A partir de ahí, todo queda en el secreto de la familia; como es la supuesta incorporación de algún semental de Palha a cambio de los miureños que forjaron el célebre encaste de la ganadería portuguesa.


Volviendo a la visita, los responsables de la ganadería suelen comentar que los miuras son muy temperamentales, por lo que son habituales las peleas entre ellos; de ahí que los mantengan en grandes grupos y no los aparten hasta pocos días antes de las corridas. También suelen comentar que, por la misma razón de su carácter, es muy complicado el manejo de estos toros en el campo, por lo que no es raro que se produzcan arrancadas imprevistas hacia los criadores, vaqueros y, más aún, a los extraños. Y, vive Dios, en nuestra visita tuvimos una buena muestra de ello.

Andaba el mayoral afanándose en reagrupar uno de los grupos, y todas las reses parecían moverse en la dirección deseada, cuando uno de los toros (del que me reservaré el número que lucía en el costillar para no fomentar prejuicios), de repente, se nos vino hacia nosotros con una velocidad tremenda y en clara actitud de acometida.


Resultó evidente que la alambrada le impidió culminar sus intenciones. Pero, aún así, siguió mostrándose desafiante y muy agresivo, moviendo reiteradamente la cabeza y tratando de levantarla por encima de la cerca, incluso.


Y no se vino una vez sólo. Puesto que, aunque regresó junto a sus hermanos tras el primer arreón, en ningún momento dejó de medirnos, y volvió a repetir la arrancada una segunda vez.

Fue, sin duda, la anécdota de la visita. Al menos, la más comentada entre nosotros.

Tanto fue así que salió a relucir el incidente con don Eduardo Miura, que vino a atendernos al final de la visita. Y, al margen de decirnos que era algo normal en la ganadería, nos contó otra anécdota que guarda relación, aunque se remonta a tiempos de 1910, más o menos, y su protagonista fue el propietario de otra ganadería: don José Anastasio Martín.

Se cuenta, según don Eduardo, que por la finca de don José Anastasio solía ir periódicamente el “recovero” (persona que se dedicaba a la compra de huevos, gallinas y otras cosas semejantes para después revenderlas), y que un día le dijo al ganadero: “Don José, hay un toro que, cada vez que vengo a su finca, me mira mal”. A lo que le contestó el interpelado: “Vístete de picador y cruza tranquilo”.

¡Jugosísima la historia!

Como decía antes, don Eduardo Miura y, posteriormente, su hermano don Antonio estuvieron compartiendo con nosotros y respondieron a cuantas preguntas les hicimos. Las más recurrentes hicieron referencia a los resultados de la pasada temporada, las perspectivas para la que se avecina y, como no, a la conflictiva prohibición de los toros en Cataluña, que don Eduardo contestó con la solvencia y las tablas obtenidas a lo largo de su experiencia de ganadero y los cargos que ha ocupado. Fue al hilo del último tema de los indicados cuando el ganadero se refirió al mundo de los festejos taurinos populares. Y dijo que él y su hermano son muy partidarios de este tipo de festejos, puesto que las corridas de toros sólo son el vértice de la amplia pirámide que conforma el mundo del toro, pero que toda ella se sustenta en una gran base, que es la que conforman los festejos taurinos populares. Y que, por eso, ellos siempre los defenderían.

También salió a relucir el tema de las normativas europeas sobre el ganado bravo, referido al hecho de que éste esté incluido en el mismo grupo que todo el vacuno; a lo que el ganadero vino a decir que sí que sería muy interesante un tratamiento normativo específico para el ganado bravo.

No puedo dejar de reseñar que también estuvimos en otras dependencias de la ganadería. Así, pudimos ver el largo embudo que conduce al encerradero de la finca. En éste, por otro lado, se puede ver un azulejo que rememora que el toro con el que se inauguró dicho encerradero se llamaba "Tejón", herrado con el número 66, que fue encajonado el día 5 de julio de 1965 para la corrida que se lidió en Pamplona el día 12 del mismo mes y año en las Fiestas de San Fermín.

Allí fue donde me comentó el mayoral que la ganadería está formada actualmente por unas 650 reses; de las cuales, 260 son vacas de vientre y 8 los sementales. Y un dato curioso: me explicó que en la ganadería es común que salgan por camada más hembras que machos, unas 20 aproximadamente.

También se nos permitió entrar a su característica y muy peculiar plaza de tientas cuadrada. Respecto de ella, me dijo el mayoral que su forma obedece, simplemente, a la tradición. Como en todo lo que se hace en esta ganadería...

Desde que la fundara don Juan Miura y después la regentara su viuda, doña Josefa Fernández, pasando todo ese tiempo por la siempre comentada dirección del hijo mayor: don Antonio Miura, que luego también la regentaría. Continuando por su hermano menor: don Eduardo Miura, aquél de las célebres patillas, que hizo de la ganadería la más importante de su tiempo. Siguiendo por la regencia conjunta de los hermanos don Antonio y don José Miura, a los que dio continuidad don Eduardo Miura, hijo y sobrino, respectivamente. Para llegar a estas fechas, en las que nuevamente dos hermanos: don Eduardo y don Antonio Miura siguen al frente de la más histórica y carismática de nuestras ganaderías bravas. Todos ellos siguieron los ejemplos recibidos de sus antecesores y trataron de mantener tanto los usos tradicionales que de ellos aprendieron como la histórica línea ganadera que fueron heredando.


Cuando se escriben artículos sobre visitas a Zahariche se suele recurrir al término "leyenda" para aplicarlo a la historia, trayectoria y vicisitudes de la ganadería Miura; y también es muy común la utilización de expresiones como "legendarios" y "míticos" aplicadas a los toros que se crían en esta afamada finca. Pero los miuras no son una ficción, ni su historia forma parte de narraciones situadas fuera del tiempo histórico. Como dijo Rafael el Gallo: “el miura existe”. Por ello no he empleado en este texto aquellos términos fantasiosos tan al uso. Cuando pienso en Zahariche y en la ganadería Miura prefiero recurrir a términos como criterio, trabajo, fidelidad y tradición; y cuando en mi retina aparece la imagen de un miura: belleza, poderío y casta.


Cumplida la visita, lo que ahora deseo es que en el próximo 2011 pueda volver a Pamplona para encontrarme con seis de estos miuras que tuve la fortuna de ver en su finca el pasado 27 de noviembre. Y, como no, volver algún día al mojón que en la carretera de Lora del Río a La Campana marca la entrada a Zahariche.
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NOTA: Como muestras de agradecimiento, además de a los titulares, mayoral y vaqueros de la ganadería Miura, quiero dejar constancia que los autores de las fotos publicadas en esta entrada son: Miguel Pedrero, que se jugó su máquina por la maldita lluvia de aquel día; y Jesús Martínez, que me las ha remitido desde su página de referencia “elpuyazo.es”. También hay alguna de quien suscribe.
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Lagun
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