Foto: Campúa – Revista “Nuevo Mundo” – Hemeroteca Municipal de Madrid
Es de sobra conocida la historia del toro que la mañana del 23 de enero de 1928 anduvo suelto por medio Madrid, hasta que se adentró en la populosa Gran Vía, donde el torero Diego Mezquiarán, Fortuna, supo aguantarlo con su abrigo y, finalmente, logró estoquearlo.
También es famosísima la fotografía con la que se suele ilustrar esta anécdota, en la que aparece el toro que la protagonizó, ya muerto y tendido sobre el adoquinado; y tras él, posando en corrillo, el diestro Fortuna y una veintena de personas más. En otra de las instantáneas que se suele incluir al respecto se ve en primer plano al toro aún vivo, cruzado en plena Gran Vía, y al fondo un grupo de personas a la expectativa (ambas fotos están insertadas a lo largo de este texto).
Pero sí me he decidido a rememorar esta anécdota de la historia de Madrid es porque, naufragando por Internet, he visto una fotografía de aquella mañana que yo no conocía, y he querido compartirla con todos vosotros. Es la que pongo de portada. En ella, como se puede ver, aparece el toro corriendo por la Gran Vía y, delante de él, tres hombres a la carrera.
A la vista de esta imagen, muchos pensarán que esos hombres huyen despavoridos ante la llegada del toro. Pero yo quiero pensar, a la vista de su vestuario, de la zona de la Capital donde se encuentran y dada la ausencia de más viandantes cercanos, que se trata de tres mozos que disfrutaban de aquel improvisado “encierro” en el centro de Madrid.
Y es que, hablando de reacciones, no es difícil imaginar que los desprevenidos madrileños actuaron de muy diversas maneras ante la irrupción de aquel toro en las calles de la ciudad.
Como es lógico, hubo escenas de sobresalto y alarma a lo largo de todo el recorrido que siguió el animal: gritos, carreras para ponerse a salvo, cierres de comercios que se bajaban a su paso... También se vivieron escenas estremecedoras, especialmente en los primeros momentos, que todavía no había corrido la voz de alarma y el toro aún estaba fresco; como ocurrió en la zona de Plaza de España con la calle Leganitos, donde varias personas de edad avanzada sufrieron cogidas y revolcones. Hubo, incluso, un momento de pánico, con imágenes que debieron ser dantescas, al irrumpir el toro en el mercado de San Ildefonso, junto a la Corredera Alta de San Pablo.
Ahora bien, desde el primer momento también surgieron espontáneos lidiadores, hombres al quite ante situaciones apuradas y mozos que aprovecharon la ocasión para correr aquel toro suelto o intentar capearlo con cualquier prenda.
....................Foto: Ángelo – Diario “ABC”
Y, como suele ocurrir, este suceso también tuvo su “héroe”: Diego Mezquiarán, Fortuna, un torero cuya trayectoria profesional estaba en declive, pero que aquella mañana estaba paseando por la Gran Vía y, al percatarse de lo que acontecía, no dudó en despojarse de su abrigo para utilizarlo a modo de capote y, con oficio, sujetar al toro.
Cuentan las crónicas que, una vez fijado el astado, las calles y los balcones de la Gran Vía se asemejaban a los tendidos y las gradas de una plaza de toros, vitoreando a aquel torero; hasta el punto que del Gran Casino Militar le bajaron un sable para que rematase la faena. Pero el diestro estimó que no era posible hacerlo con ese tipo de arma, por lo que mandó que alguien le trajese una espada de su domicilio, en la cercana calle Valverde.
En tanto en cuanto ello acontecía, se dice que Fortuna se opuso a que el animal fuera abatido a tiros por miembros de la fuerzas del orden, alegando que esa no era muerte digna de un toro.
Cuando, por fin, le hicieron llegar uno de sus estoques, Fortuna cuadró al animal para entrar a matar. Media y dos descabellos precisó. Pero los balcones se tiñeron de blanco con el incontable número de pañuelos que pedían un trofeo para el maestro.
Felicitaciones, saludos, abrazos… y fotos; como la más famosa de todas las realizadas, en la que el diestro se distingue por llevar el abrigo más claro:
....................Foto: Alfonso Sánchez
Aquel hecho le valió a Diego Mezquiarán, Fortuna, la concesión de la Cruz de Beneficencia y, además, le sirvió para relanzar su carrera como torero.
Pero de aquella mañana, reconociendo la torería innata que demostró Fortuna y lamentando la suerte de los heridos, yo me quedo con la imagen del “encierro” improvisado por la Gran Vía, que fue inmortalizada con la foto de Campúa y escenificada por los tres mozos captados a la carrera.
Y no sólo hubo carreras por esa gran arteria madrileña. Hay que recordar, según cuenta la versión oficial, que el día 23 de enero de 1928, a eso de las ocho de la mañana, de un grupo de reses que eran conducidas al matadero por la ribera del Manzanares se desmandaron un toro y una vaca en dirección al centro de Madrid.
Cruzaron el Puente de Segovia, siguieron por el Paseo de la Virgen del Puerto y, tomando la Cuesta de San Vicente, entraron a la Plaza de España. Ahí, y en el entorno de la calle Leganitos, es donde cuentan las crónicas que acaecieron las primeras cogidas, los primeros quites y los más tempranos lidiadores.
Después, y tomando como referencia un conjunto de fuentes informativas, se sitúa al toro y a la vaca que lo acompañaba en la Plaza Conde de Toreno, así como en las calles San Vicente Ferrer y de la Palma, para aparecer a la altura de la Corredera Alta de San Pablo e internarse en el Mercado de San Ildefonso, que es donde se vivieron las mayores escenas de pánico.
Hacia las once de la mañana las crónicas no hablan ya de la vaca y sólo se refiren al toro desmandado, y cuentan que se dirigió desde el citado mercado hacia la Gran Vía, a la que habría entrado cruzando por la calle del Desengaño, y que recorrió hasta la altura del Gran Casino Militar.
Resultaría imposible trazar la totalidad del itinerario exacto, pues debieron ser muchas las idas y venidas, así como los cambios de dirección; pero con los datos que se facilitan se puede hacer este plano aproximado del recorrido de aquel “encierro”:
En total, unos cuatro kilómetros recorridos en unas tres horas de carreras, sustos y sobresaltos.
No es deseable que ocurran este tipo de sucesos, ni que se repitan; pero, si se diese algún otro…
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Lagun
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Nota: Ruego a los propietarios de los derechos de autor de las imágenes publicadas que me permitan mantenerlas en esta entrada, pues con mi bitácora no tengo fines lucrativos, se han incluido por una mera cuestión informativa y se ha indicado el nombre de sus autores a pie de foto.
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