Naufragando por internet, es muy fácil encontrarte con crónicas o entrevistas relacionadas con encierros en las que aparece la palabra “adrenalina” a modo de descripción de la supuesta y misteriosa sensación que motivaría a los corredores de encierros para lanzarse a la carrera delante de un toro:
“... Es pura adrenalina...”
“... Ha sido una descarga de adrenalina...”
“... la sensación de adrenalina corriendo por las venas...”
La suelen utilizar hasta corredores habituales:
“... Se siente mucha tensión, nervios, se sube la adrenalina...”
“... Es un subidón de adrenalina. Todo es muy rápido y emocionante...”
“... Aquello es adrenalina a doscientos por hora...”
Y parece que el mensaje ha calado en quienes nunca han corrido un encierro. Como se desprende de las manifestaciones de muchos extranjeros, tanto hombres como mujeres, que nada más llegar a Pamplona y sin saber lo que es un toro ni un encierro deciden insensatamente participar por primera vez en la carrera. Un ejemplo lo obtuve en las declaraciones de tres californianas que fueron recogidas en un periódico digital navarro:
“... Vinimos ayer a Pamplona y hoy vamos a correr el encierro... Queremos sentir la adrenalina y vivir una experiencia emocionante para poder contarla cuando volvamos a casa...”
Seguí naufragando por internet porque quería buscar alguna tesis científica sobre el tema, y encontré que, según un estudio de la Clínica Universidad de Navarra dirigido por el doctor José Calabuig, “ante una situación de peligro, el organismo responde con la liberación, por parte de la cápsula suprarrenal, de unas hormonas -denominadas de estrés- que ayudan a enfrentarse al problema para solucionarlo o a huir para ponerse a salvo. Entre estas hormonas figura la adrenalina, que una vez dentro del torrente sanguíneo es la responsable de que la frecuencia cardiaca se dispare súbitamente, en cuestión de segundos, consiguiendo que el corazón se anticipe para ofrecer mayor aporte de oxígeno a tejidos y músculos, por si fuera necesario”.
Parece ser que en ese momento en el que nuestro cuerpo libera adrenalina alcanzamos un momentáneo estado de efervescencia y euforia, que debe ser ese que se describe en las citas, pero leo en otras páginas que, además de la adrenalina, en ese proceso también intervienen más hormonas: noradrenalina, cortisonas..., y que después intervienen las endorfinas y...
¡Uf! ... ¡No sé! ¡No sé! ... Pero para mí que nuestros abuelos y todos nuestros ancestros no pensaban en esas palabrejas cuando corrían toros.
La liberación de adrenalina será una consecuencia del hecho de correr un encierro, pero nunca debe ser el motivo para tomar la decisión de hacerlo.
Así, quien quiera “subidones” de adrenalina, SIN MÁS, que practique puenting (bungee jumping, que diría Bart Simpson).
Por cierto, ya que he mencionado al que quizás sea el más representativo de los denominados “deportes de riesgo”, naufragando por internet, también resulta fácil encontrarte con personas que equiparan correr encierros con un deporte de riesgo o que, directamente, lo definen como tal. Suelen ser personas que están en contra de los encierros y antitaurinos en general.
Hay que rechazar tajantemente esa equiparación. Un encierro es mucho más que un laboratorio de expedición y degustación de adrenalina, y es algo muy distinto a un simple deporte de riesgo.
Derivado del hecho de que antiguamente era obligatorio conducir el ganado por el campo, la llegada de los toros a un pueblo siempre fue para el hombre un acontecimiento que levantó una gran expectación. Lo podemos simbolizar con el caso de Cuellar y su tradicional “¡A por ellos!”:
A por ellos, a por ellos,
a por ellos que se van.
Unos están en la Vega
y otros en el Quemadal.
Ya modula la dulzaina,
ya retumba el tamboril,
ya están en los arenales,
ya los tenemos aquí.
El encierro también era para mí el acto más esperado del año. Por desgracia, de niño, no pude conocerlo en mi pueblo en la forma tradicional, pero un año acudí a Ciudad Rodrigo y la imagen del encierro a caballo subiendo a campo abierto desde La Puentecilla no se me olvidará en la vida. Era la primera vez que veía celebrarlo al uso tradicional y entonces comprendí la magia que siempre debió tener la llegada a un pueblo de los toros, del Toro, de ese mítico y admirado animal desde la prehistoria. El gran protagonista de las fiestas en la cultura ibérica y de este rito previo que es el encierro.
Un rito al que siempre se ha sumado el hombre aún sin disponer de montura, a pie, a la carrera, acompañando a los toros en la parte final de su viaje o, incluso, interviniendo en su conducción hasta el corral cuando es necesario.
Sí, en efecto, el hombre a pie participa en un encierro a la carrera, pero a esas carreras no se las puede clasificar como deporte. Esas carreras son, ni más ni menos, la modalidad más ancestral de toreo.
Eso es un encierro: un rito en el que el protagonista es el Toro, y por lo tanto taurino, en el que una masa de corredores conduce a los astados a la carrera, esquivando sus embestidas a cuerpo limpio hasta encerrarlos en el corral.
Y ¿cómo hay que valorar este rito que gira en torno a la figura de un animal tan poderoso como es el toro? ¿Peligroso? ¿De riesgo?
Para dar respuesta a esa duda, se podría elaborar una teoría que, aplicada a los encierros, estaría basada en ideas que desarrolla el sociólogo alemán Ulrich Beck en su libro “La sociedad del riesgo global”.
Para ello, habría que partir de la diferenciación entre “peligro”, que sería la amenaza de un daño que depende de un elemento ajeno a nuestra voluntad, y “riesgo”, que sería la exposición a un daño voluntariamente elegida. Pues bien, cuando antiguamente no se instalaba vallado y el que imponía su ley era el toro, el encierro siempre fue un acto que había que calificar de peligroso, pues el toro podía entrar por cualquier camino o, una vez dentro de la ciudad, dirigirse por cualquier calle; por lo que toda la población podía encontrarse con él y sufrir un daño aunque no estuviese en el teórico recorrido del encierro y no quisiese verlo ni participar en él.
De ahí que los consistorios empezasen a tomar medidas para minimizar ese peligro, como la de hacer el encierro de madrugada, o la del concreto caso de Falces, que decidieron traer a los toros por el monte, por el antiguo camino de Lerín, para evitar el peligro que suponía que la torada pudiese entrar por la zona de huertas.
Posteriormente, con la total delimitación de los recorridos de los encierros con talanqueras, incluso con doble vallado, lo que los organizadores trataron de conseguir es eliminar radicalmente el factor “peligro”; de forma que el encierro pasase de ser un acto peligroso para toda la población a convertirse únicamente en un acto “de riesgo” para los que voluntariamente se situaran en el interior del recorrido y asumiesen que puedan resultar dañados.
Es decir, si antiguamente era el toro el que imponía que este rito fuera peligroso, posteriormente ha sido el hombre el que con sus medidas ha ido intentando que el encierro sólo sea un acto de riesgo.
Pero este rito lo protagoniza el Toro. Y eso nunca hay que olvidarlo. Como suele ocurrir en casos de fuertes tormentas con los barrancos, torrenteras y antiguos cauces de los ríos, la naturaleza siempre logra imponer su ley, y el Toro de vez en cuando se rebela contra el hombre y también vuelve a imponer su criterio: raro es el año que un toro no traspasa la delimitación que el hombre ha dispuesto, saltando o rompiendo el vallado, y que alguna persona que no estaba en el recorrido del encierro, que no quería asumir ningún “riesgo”, se ha visto involuntariamente sometida al “peligro” que supone encontrarse con un toro. El Toro nos recuerda en esos casos que a un encierro siempre hay que calificarlo con el concepto absoluto de “peligro” y no con el relativo de “riesgo”.
Habría que extenderse mucho para desarrollar adecuadamente toda la teoría y no es éste el medio adecuado. No obstante, ese es mi punto de vista, que un encierro es un rito taurino y que, si hubiese que darle una calificación, nunca hay que dejar de entenderlo como un rito taurino peligroso, globalmente hablando; que no se le puede calificar como de riesgo tomando únicamente como referencia la figura del corredor, puesto que el protagonista y el que puede terminar imponiendo su ley es el toro. Y que, por supuesto, como no se le puede calificar en modo alguno es como un deporte de riesgo.
Pero esa es sólo mi opinión. Y, como en todo, puede haber tantas definiciones como personas; y siempre según perspectivas subjetivas. Lo que me apena es haya corredores que digan que un encierro es un deporte de riesgo. Y los hay que así lo dicen, especialmente entre los más jóvenes, porque en los últimos años hemos ido viendo la incorporación al colectivo de unos nuevos corredores de encierros con una filosofía muy distinta a la tradicional. Incluso en gente veterana se ha observado ese mismo cambio en su ideario, ya que la evolución obedece a nuevos principios filosóficos del conjunto de la sociedad.
Partiendo de la base que hay tantos tipos de corredores de encierros como corredores propiamente dichos, sí que se podría decir, en términos generales, que últimamente ha aparecido un nuevo tipo de corredor de encierros que:
En primer lugar, releva al Toro de la posición de protagonista del encierro, para otorgarse esa posición él, el corredor. En segundo lugar, y consecuencia de la anterior, este nuevo tipo de corredor sólo ve al toro como a una especie de cooperador necesario para facilitarle a él la superación de sus propios límites personales y para proporcionarle el marco de su lucimiento personal. En tercer lugar, este nuevo tipo de corredor, normalmente joven y practicante de algún deporte competitivo, tiene la noción de competición muy arraigada, por lo que en los encierros también desea ser el mejor, ser reconocido como tal y lucha por ello ante la cara del toro contra los demás compañeros, sin importarle las situaciones de peligro que pueda crear. Y en cuarto lugar, más que disfrutar del toro, este nuevo tipo de corredor goza con el momento de euforia que le reporta el “subidón” de adrenalina que experimenta en carrera, a semejanza de lo que ocurre en los deportes de riesgo, por lo que no duda en calificar como tal al encierro.
Genéricamente, el caldo de cultivo de este nuevo tipo de corredor proviene de la propia evolución de la sociedad, en la que se aprecia una mentalidad urbana -aunque se resida en áreas rurales-, una gran competitividad, una mayor agresividad y la aparición de nuevas aficiones que permiten romper con un ritmo de vida cada vez más rutinario. Específicamente referido al mundo de los encierros, ese caldo de cultivo genérico se ve favorecido por las retransmisiones televisivas de algunos de nuestros encierros más famosos, en las que se incide en la noción del espectáculo; por la emisión de imágenes o fotografías por muchos otros tipos de medios, especialmente por internet y vídeos; así como por el aumento de trofeos y premios al “mejor corredor”.
La sociedad también ha apreciado esa nueva mentalidad que caracteriza a un sector cada más amplio del colectivo de los corredores de encierros. Así, como ejemplo que engloba y resume todo lo anterior, naufragando por internet, encontré un artículo del periódico digital “elmundo.es”, firmado por Aitor Hernández-Morales y publicado el 19 de agosto de 2009. En dicho artículo, que trae causa en uno de los trágicos percances de este verano (como no) y lleva por título “Las entrañas de los encierros”, el autor hace referencia a las razones que, según él, nos motivan a los corredores de encierros para seguir arriesgando nuestras vidas pese a percances mortales como los de este verano. Os transcribo el apartado final:
“En el encierro, ante la audiencia -sean las multitudes que ven los sanfermines en la televisión, o el vecino que te ve en el pueblo- eres el protagonista de aquello que todos han venido a ver. Pero no se trata sólo de acaparar atención. Tampoco se corre para derrotar al toro. Todo lo contrario, para gran parte de los corredores el toro es, en sí, un elemento secundario, ya que el encierro se trata más bien de un enfrentamiento interno, entre el lado más cobarde del corredor y su sentido de la valentía.
Por eso, al igual que la mayoría de deportes de riesgo, corren -y correrán- los mozos que participan en los encierros. El vivir el momento, gozar de la adrenalina y sentir el triunfo de uno sobre sí mismo termina por hacer que cualquier riesgo sea, ante todo eso, cosa más bien insignificante”.
No conozco a Aitor Hernández-Morales, e ignoro cuál pueda ser su vinculación con el mundo de los encierros, pero tengo que decir que estoy en desacuerdo con su conclusión; que está equivocado respecto a la mentalidad de la generalidad de los corredores de encierros. Aunque debo reconocer que Aitor Hernández-Morales sí que retrata a ese nuevo tipo de corredor de encierros que ha ido surgiendo en los últimos años.
Por ello, y por el mal que creo que están ocasionando al mundo de los encierros, a los corredores que tienen la mentalidad que queda retratada en ese artículo me gustaría imponerles el mismo castigo que a Bart le suelen aplicar en la serie “The Simpsons”: repetir en la pizarra una frase a modo de titular que dijese: “No confundiré encierro con deporte de riesgo”.
Pero, por supuesto, no voy a hacer tal cosa. Allá cada cual con su filosofía de vida. Incluso a veces pienso que, quizás, pueda ser yo el equivocado. Pero a mis años no voy a cambiar mi ideario. Por ello, porque me gustaría seguir pensando como ahora pienso, y para no verme tentado de ser un corredor como los que se retratan en ese artículo, voy a ser yo el que me autoimponga el castigo y voy a repetir un montón de veces la frase:
“No confundiré encierro con deporte de riesgo”
“No confundiré encierro con deporte de riesgo”
“No confundiré encierro con deporte de riesgo”
“No confundiré encierro con deporte de riesgo”
“No confundiré encierro con deporte de riesgo”
“No confundiré encierro con deporte de riesgo”
“No confundiré encierro con deporte........... ”
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Lagun
NOTA: Todos los entrecomillados están tomados de textos periodísticos digitales y están recogidos de forma literal. La decisión de no poner los enlaces a las respectivas webs donde aparecen publicados es por la filosofía que mantengo en esta bitácora de tratar de no dar nombres de corredores ni de publicar fotografías en las que aparezcan retratados.
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