Cuando el Norte de África empezó a convertirse en una zona desértica sus habitantes tuvieron que emigrar en busca de agua. Uno de los destinos de ese éxodo fue el río Nilo, que en su curso alto y medio formaba un valle largo, pero estrecho, y en la parte final un delta, un extenso oasis en forma de abanico al dividirse en muchos brazos para desembocar en el Mediterráneo.
Hacia el 6000 AC comenzaron a surgir asentamientos que, primeramente, se fueron agrupando en feudos y con posterioridad quedaron estructurados en dos grandes reinos: el Bajo Egipto, que comprendía la fértil región del delta, y el Alto Egipto, que abarcaba el resto del valle, desde el delta hasta la primera catarata. Estos dos reinos fueron unificados hacia el 3050 AC por Menes, convirtiéndose en el primer faraón de Egipto.
La civilización egipcia progresó espectacularmente a partir de ese hito y, a lo largo de tres mil años, alcanzó tres épocas de esplendor (los llamados Imperio Antiguo, Imperio Medio e Imperio Nuevo), quedando extinta con la invasión romana en el año 30 AC.
La religión tuvo una importancia trascendental en la civilización egipcia. La prosperidad de Egipto dependía básicamente de la crecida anual del Nilo y de la reaparición diaria del Sol, por lo que éstas y otras fuerzas de la naturaleza propiciatorias de la fertilidad del valle fueron sacralizadas en los primitivos poblados que se formaron a lo largo del curso del río; de tal forma que cada ciudad y cada región (
nomo) tenía sus dioses. Según se fueron formando unidades políticas de mayor rango, la relevancia que adquirió cada ciudad conllevó a su vez una mayor importancia de sus dioses.
Los primeros pobladores del valle del río Nilo también veneraron a aquellos animales que, para ellos, se distinguían por alguna cualidad concreta, como ocurrió con el halcón, el carnero, el ibis... y por encima de todos el toro, que fue exaltado por su poder fecundante, por ser una fuente creadora de vida.
Que en el valle del Nilo se adorara al toro desde épocas protohistóricas trae causa, sin duda, de un hecho anterior: que en el neolítico, cuando menos, ya se le veneraba en todo el Norte de África (ver el texto “
El origen del culto al toro”). La duda que puede surgir es si este rasgo de la religión egipcia fue un fenómeno local desde tiempos prehistóricos, si fue un fenómeno importado de otras regiones del Norte de África al concentrarse en el Nilo la población o si se produjo una conjunción de ambos factores. Lo cierto es que del 4500 AC hay restos que ya acreditan una veneración al Toro en la cultura badariense, que tuvo su asiento en zonas del curso alto del Nilo.
Figura: El Rey adorando al Toro Apis, del British MuseumConforme la civilización egipcia se fue desarrollando y haciendo más compleja también siguió la misma evolución su religión y, como parte de ella, la forma de venerar a los animales en general y al toro en particular. Cada animal sagrado fue asociado a un dios y se le adoró por ser una manifestación viviente del espíritu de su deidad. La importancia del culto al Toro en Egipto se acredita al saber que, mientras la veneración a otros animales fue en genérico, a la especie, en el caso del toro se fijó en ejemplares concretos de la especie y a que a estos, además, se les otorgó un nombre propio.
El toro “Apis”Estatua de tamaño natural: Apis, del Museo Grecorromano de AlejandríaEl
Apis no era un dios-toro, sino un toro sagrado, pues era un toro vivo, pero sólo uno elegido entre todos los de Egipto. Un toro que habría nacido, según la mitología egipcia, como fruto de un rayo solar que fecundó a la diosa
Isis en forma de vaca. Su centro de culto fue Menfis, la primera capital de Egipto.
Como toro que era y, por tanto, como símbolo de fertilidad, al toro
Apis se le veneró por ser una manifestación viviente de un dios creador y modelador del mundo: de
Ptah, la mayor divinidad de todo Egipto desde el 3050 al 2040 AC, aproximadamente; mientras Menfis fue capital del reino. No obstante, cuando fue sustituida por Tebas, el dios
Ptah siguió siendo un dios revelantes y se mantuvo la devoción al
Apis. Detalles que demuestran la importancia que tuvo su culto. Y más aún queda de manifiesto si tenemos en cuenta que, una vez que fallecía el animal terrenal, a la figura del
Apis se la asociaba con el dios
Osiris, venerado en todo Egipto por ser el dios de la resurrección y, por tanto, también de un poder creador de vida, en este caso tras la muerte.
Para seleccionar al
Apis se buscaba por todo Egipto un toro que reuniera una serie de características en su anatomía. Hasta 29 se llegan a enumerar. Entre las más reseñadas están que fuese un toro de capa negra con accidentales de pelo blanco: uno en la frente en forma de triángulo o diamante y, al menos, dos en el cuerpo que dibujasen las figuras de la luna en cuarto creciente y un buitre con las alas extendidas. Además, también debía tener bajo la lengua una protuberancia en forma de escarabajo.
Ya elegido, y tras unas ceremonias regladas, el
Apis era trasladado junto a su madre al templo de
Ptah, en Menfis, donde permanecería toda su vida en unas lujosas dependencias, recibiendo todo tipo de atenciones y con un harén de vacas a su disposición. Su misión era ejercer de puente de comunicación entre los fieles y el dios
Ptah, realizando predicciones a modo de oráculo.
Si no fallecía prematuramente, el
Apis era sacrificado a los veinticinco años, ahogándolo en una fuente sagrada ceremoniosamente. Ese límite de edad se fijaba, probablemente, para evitar la aparente contradicción de tener que venerar a un toro con su vigor sexual reducido por la edad cuando, en teoría, a quien se debía rendir culto era a un Toro como símbolo de fecundidad.
Una vez fallecido, se seguía un complejo ritual para garantizar la resurrección del
Apis, que quedase asociado eternamente al dios
Osiris y, ya reconvertido en toro
Osor-Apis, que cumpliese las funciones funerarias que dictaba la religión egipcia: llevar sobre su lomo a los difuntos momificados en busca de la vida después de la muerte, de la resurrección. Todo ese ritual que se seguía con el cuerpo del toro finalizaba, tras su momificación, con un entierro en medio del duelo nacional.
Sólo entonces comenzaba por los sacerdotes de
Ptah la búsqueda del nuevo toro
Apis.
El culto al toro
Apis sufrió una transformación en el último período de la civilización egipcia. Alejandro Magno conquistó Egipto en el 332 AC, pero fue aclamado por los egipcios y nombrado faraón porque les liberó de la opresión del Imperio Persa, que previamente había dominado el valle del Nilo. Es entonces cuando comienza el Período Helenístico, que abarca el gobierno de Alejandro Magno y sus sucesores, todos ellos bajo el nombre de Ptolomeo.
En un afán por no imponer sus costumbres y su religión, estos gobernantes llevaron a cabo una política de sincretismo y, con ella, reunieron en un único ideal religioso las doctrinas de ambas creencias y crearon un nuevo dios común que combinaba el culto al dios
Osiris y al toro
Apis tras su muerte, al
Osor-Apis. Así fue como Ptolomeo I introdujo el culto a
Serapis, que fue declarado patrón de la ciudad de Alejandría, así como dios oficial de Egipto, y su culto se extendió por todo el mundo helenístico y alcanzó a Roma, incluso, adquiriendo notoriedad por todo Occidente.
El “Serapeum”La necrópolis de la ciudad de Menfis se encontraba Saqqara, a muy pocos kilómetros. Y fue allí donde Ramses II (1279 al 1213 AC) ordenó realizar otra necrópolis específica para el toro
Apis. Como quiera que esta figura sagrada, ya transformada en
Osor-Apis, recibió posteriormente el nombre de
Serapis, el historiador griego Estrabón llamó a esa necrópolis
Serapeum.
En su día, el
Serapeum de Saqqara debió constar de varios templos, unidos por una avenida (
dromo), y bajo uno de ellos, a varios metros de profundidad, se extendían las catacumbas utilizadas para depositar los sarcófagos de los toros sagrados.
La Gran Galería del Serapeum. Autor: Faucher-Gudin, a partir de un grabado de Devèria. Aparece publicado en la web “gutemberg.org”La galería principal es de unos 5 metros de anchura por 8 de altura, y todo el conjunto tiene unos 200 metros de longitud. Los sarcófagos, que estaban depositados en salas abovedadas que se abrían a ambos lados de las galerías, son bloques tallados de una sola piedra que superan, ya huecos, las 70 toneladas de peso y vienen a medir 4 metros de largo por 2 de ancho y otros 2 de alto; todos ellos con una tapa del mismo material.
La inmensa mayoría de los sarcófagos hallados tenían corrida la tapa cuando Auguste Mariette descubrió el
Serapeum en el año 1851, y en ninguno había restos de los toros sagrados, por lo que todo apuntaba a una profanación. La única esperanza era un sarcófago que permanecía cerrado y sellado, pero tras ser volada la tapa tampoco aparecieron en su interior restos del
Apis que, supuestamente, allí debía estar embalsamado.
Aún hoy sigue siendo un misterio todo lo que rodea a la colosal obra del
Serapeum de Saqqara, la necrópolis del toro sagrado
Apis.
Otros toros sagrados
El
Apis no fue el único toro sagrado en Egipto; hubo, al menos, otros tres más, aunque no tuvieron tanta relevancia.
Mnevis fue el toro sagrado de la ciudad de Heliópolis y representaba al dios
Ra-Atum; es decir, al Sol, que cada día daba vida al valle. Se le llamaba “La Renovación de la Vida”, y quizás por ello mismo, en tanto en cuanto puede implicar un resurgir tras la muerte, también se relacionó al toro
Mnevis con el dios
Osiris.
La mayoría de los tratadistas mantienen que la capa del
Mnevis debía ser negra, pero también hay quien afirma que era blanca con manchas negras.
Bujis fue el toro sagrado de la ciudad de Hermontis, al sur de Tebas. Se le llamó “Toro de las Montañas” y se caracterizó por su fuerza, violencia y belicosidad. Se le asoció al dios
Montu, el dios de la guerra en Tebas.
Respecto al color de la capa del
Bujis también hay disparidad de opiniones, pues unos investigadores aseguran que debía ser negra, mientras que otros dicen que era blanca en todo el cuerpo y negra en su cabeza.
Además de estos tres toros sagrados, y al margen de otros posibles supuestos no aclarados, hubo un toro sagrado más:
el toro del dios Min.
Min era el dios de la lluvia y de la fertilidad, y le llamaban “Gran Toro” o “Toro de su Madre”, pues con la lluvia fecundaba a la “Tierra Madre”. Se le representaba con la figura de un dios itifálico (con el pene erecto) y se manifestaba terrenalmente en un toro: el toro de
Min. De este toro sagrado no contamos con datos sobre su nombre, su vida o la dependencia concreta donde residía; sólo se sabe que debía ser un toro de capa blanca y que fue adorado en las ciudades de Coptos y Jemnis.
Por otro lado, la diosa
Hathor también se manifestaba en una vaca sagrada, y cuando se le representaba artísticamente aparecía con forma de vaca o como mujer con orejas de vaca y unos cuernos entre los que lucía un disco solar. Su lugar de culto fue el templo de Dendera.
Dos obras expuestas en el Museo de Luxor: a la izquierda, Cabeza de Vaca Sagrada, que representaría a la diosa Hathor y fue hallada en el tumba de Tutankamon; a la derecha, un detalle correspondiente al rostro de la estatua de la diosa Hathor.El atributo del disco solar entre los cuernos era generalizado en las representaciones de los toros sagrados egipcios, pues representaban a fuerzas creadoras de vida y la más significativa de todas ellas era el Sol, el astro que cada día daba la vida al valle.
Paralelismos con MesopotamiaHay muchos paralelismos entre la religión egipcia y la mesopotámica en general y en el culto al Toro en particular (ver el texto “
El culto al toro en Mesopotamia”).
Como en Mesopotamia, en Egipto tuvieron una religión con unos principios básicos que provenían del Neolítico, era una religión agraria, principalmente. La fertilidad era la preocupación fundamental en el valle del Nilo, por lo que rindieron culto al Sol y eligieron al toro como su símbolo terrenal. También hay paralelismos en el ideal de recuperar la vida tras la muerte, pero si en Mesopotamia aparecía la resurrección sólo como un deseo, en Egipto era ya un logro alcanzable.
El dios
Osiris, a quien se le cita como “Toro del Occidente” en el Libro de los Muertos, representa a la vida (el Sol) que se pierde al morir (atardecer por el Poniente) y, tras recorrer las regiones de ultratumba (la noche), reaparece cada día para dar vida al valle.
Osiris es el dios que traspasa la muerte, y está muy próximo al dios-toro mesopotámico
Tammuz.
Cambiando de ámbito, los reyes de Mesopotamia y los faraones de Egipto se nombraron hijos o, incluso, encarnaciones terrenales de los dioses. Y también simbolizaban su poder confiriéndose el atributo de la fortaleza del toro, lo que les encumbraba a la divinidad. El rey mesopotámico Naram-Sin se hizo representar en un Estela con un casco dotado de cuernos, símbolo de divinidad, al tiempo que pisaba a los soldados enemigos vencidos. En Egipto, en la ciudad de Hieraconópolis, se halló una Paleta en la que el faraón Menes aparece como un poderoso toro luchando contra sus enemigos.
Además, entre sus títulos, los faraones se otorgaron los de “Toro Victorioso” o “Toro Potente”. Unos títulos a los que, no obstante, renunció la reina-faraón Hatshepsut (1479-1457 AC).
Fiestas, rituales y festejos taurinosSe tiene conocimiento de varias festividades egipcias en las que los toros sagrados tenían una participación estelar.
Ilustración: Procesión del toro sagrado Apis. El autor es Frederick Arthur Bridgman y aparece publicada en “frederickarthurbridgman.org”El toro
Apis salía de sus dependencias en el templo de
Ptah para participar en actos solemnes de días festivos, y en torno a su figura se constituía una ceremoniosa procesión de sacerdotes y coros de jóvenes que cantaban himnos en honor de su gloria. Una de esas participaciones tenía lugar con ocasión de la celebración del
Heb-Sed, una fiesta en la que el faraón renovaba su poder real y que tenía lugar cada treinta años, o cuando el faraón tuviera a bien.
Además de multitud de rituales, en el
Heb-Sed se realizaban dos actos que tenían carácter ceremonioso y, a la vez, atlético. Uno era el levantamiento del
Pilar Djed por parte del faraón, para demostrar su fortaleza, y otro acto estaba constituido por unas carreras que el faraón debía darse junto al toro
Apis, para demostrar su forma física y, alegóricamente, que ambos, el
Apis y el faraón, transmitieran su poder fecundador sobre la tierra que pisaban para garantizar la fertilidad en todo el territorio egipcio.
Bajorrelieve: Carrera del toro Apis y el faraón en la fiesta del Heb-Sed
Otro acto con intervención de un toro sagrado se producía en la fiesta de
Min. Era ésta una fiesta propiciatoria de la cosecha y en ella se hacía una solemne procesión, dirigida por el faraón, en la que participaba el toro sagrado del dios
Min. En un lugar elegido, el faraón cortaba una gavilla de trigo y se la ofrecía al toro blanco para que aportase su poder fecundador y garantizase una cosecha fértil. El ritual terminaba con el rey y la reina situados frente al toro y diciendo: “Salud a ti, ¡oh Min!, que has fecundado a tu madre. ¡Cuán misterioso es el rito que has realizado en la oscuridad!”
Al margen de las grandes festividades, era
costumbre en Egipto sacrificar toros en las ceremonias funerarias.
Por otro lado, resulta llamativo un bajorrelieve del templo de Seti I en Abidos, en el que dicho faraón (1294 a 1279 AC) es representado tratando de cazar o sujetar a un toro con una cuerda, al tiempo que colea al animal su hijo y sucesor, Ramses II.
Dibujo: El sacrificio del toro. El autor es Boudier, a partir de una fotografía realizada por Daniel M. Heron. Está publicado en la web “gutemberg.org”Quizás sólo sea una escena de la caza de un toro, pero no cabe duda que evoca una lance de la tauromaquia más popular. Deducción que tampoco debe tomarse por descabellada, pues en algunas tumbas egipcias aparecen representadas escenas de un festejo taurino: las peleas de toros.
Los toros empleados en estas peleas eran criados especialmente para ese fin. Eran llamados “ka”, ideograma que representa la virilidad, el poder de procreación y “el que merece aparearse”.
A modo de anécdota sobre peleas de toros, cuenta Eliano que el faraón Bakenrenef quiso acabar con el toro sagrado
Mnevis, para lo cual organizó una pelea con un toro salvaje que, finalmente, no vencería, pues sus cuernos se atoraron en la rama de un árbol y el toro sagrado
Mnevis lo corneó y lo mató.
NOTA: la fuente principal, aunque no la única, de la que me he servido para la elaboración de esta entrada ha sido un trabajo que es un extracto de la Tesis realizada por
doña Adriana Manrique Madrid para obtener la Licenciatura en Historia Universal por la Universidad Nacional Autónoma de México, habiendo recibido por diva tesis una Mención Honorífica.
Aunque dejo aviso de que esta semana no he logrado acceder a la web en la que está ubicado dicho trabajo, quiero dejar constancia de que lo localicé hace meses en "
La Tierra de los Faraones - Egiptología.org", y que se accedía al estudio mencionado a través del siguiente
enlace.