25/5/09

Filosofía de las corridas de toros


Francis Wolff es catedrático de Filosofía de la Universidad de París y autor de un libro: “Filosofía de las corridas de toros”, que es lectura obligada para todo aficionado a los toros, pues analiza las corridas desde un punto de vista filosófico.

Sin ningún tipo de tradición taurina familiar, pues sus padres eran una pareja de judíos que logró escapar del exterminio nazi, Wolff se hizo aficionado a los toros sin ningún tipo de prejuicios ni juicios morales externos tras ver por primera vez una corrida de toros a la edad de 18 años, durante un viaje a la región francesa de la Provenza.

Francis Wolff mantiene en su libro que el toro no es un animal doméstico ni salvaje, es un animal combativo, bravo; y, por ello, la ética de las corridas de toros reside en mostrar su bravura, su fuerza, en dejar que el toro se exprese. Y, efectivamente, según el autor de este libro, en las corridas se muestra al toro como un ser al que se honra combatiéndolo, no como a un animal al que el hombre envilece abatiéndolo.

Resulta muy clarificador oírle decir: “El mundo moderno ha perdido el verdadero contacto con la naturaleza en beneficio de una relación edulcorada. Vemos a los animales como criaturas de Disney. La relación con el toro no es de ternura, ni de compasión, sino de admiración y respeto. Y eso cuesta entenderlo a ciertas mentalidades urbanas, alejadas del campo”.

Y sentenciar: “Si un día llegaran a prohibirse las corridas de toros allí donde están autorizadas, sería no sólo una perdida cultural o estética sino también moral… prohibirlas sería no solo condenar a la extinción inmediata la especie animal que es su protagonista, sino también privar a los hombres de una relación insustituible con los animales, la que han tenido en todas las civilizaciones con los toros bravos”.

En el texto “Operación retorno desde Saint Sever” ya elogié la actitud de los políticos franceses por su apoyo expreso a la cultura taurina. Ahora, tras la lectura de “Filosofía de las corridas de toros”, debo hacer lo mismo con este catedrático francés de filosofía, ya que con su libro incita a que los aficionados no nos lastremos con complejos de culpabilidad y a que llevemos la cabeza alta.

Título: Filosofía de las corridas de toros
Autor: Francis Wolff
Edita: Bellaterra
Precio: 20,00 € (aprox.)


18/5/09

Casta Castellana o Morucha


Toro de casta Castellana o Morucha. Óleo sobre papel. Autor: Pablo Moreno Alcolado


Orígenes

En la Meseta Central de la Península Ibérica se fue asentando desde tiempos prehistóricos una gran agrupación de ganado bovino que, dadas las barreras geográficas que la separaban y, en cierta forma, la aislaban del ganado de otras regiones, tuvo que adquirir con el paso de los milenios una morfología singular, adaptada a las condiciones climáticas y geofísicas del territorio que ocupaba.

La evolución de la configuración natural de las reses salvajes del centro de la Península se debió alterar con la sucesiva domesticación de ejemplares por el hombre desde el neolítico y, por otro lado, al producirse inevitables cruces entre ese ganado domesticado que el hombre pastoreó en régimen extensivo y el que aún permanecía asilvestrado y libre en zonas aledañas.

Así, desde su origen primigenio y hasta que en el siglo XVIII comenzaron a fundarse las primeras ganaderías dedicadas a la selección y cría de ganado bravo, los toros de la Meseta Central reunieron una serie de características particulares tanto en su anatomía como en su carácter o comportamiento, lo que lleva a los tratadistas a hablar de una “raíz castellana” de toros de lidia.

Con reses de dicha raíz castellana se surtieron básicamente las primeras ganaderías que se crearon en el centro de la Península. No obstante, a la hora de enumerar y nominar las distintas castas fundacionales del toro de lidia se diferenció a las vacadas que surgieron en la submeseta sur de las que se fundaron en la submeseta norte, pues los ganaderos de bravo de cada una de esas dos regiones siguieron desde un inicio criterios de selección distintos; de tal forma que sólo en el caso de las ganaderías que se fundaron en la cuenca fluvial del Duero se dice que están formadas por toros de “casta Castellana”.

Mapa del asiento de las tres raíces del toro de lidia (trazo continuo) y de la posterior ubicación de las ganaderías de casta Castellana (trazo discontinuo de la submeseta norte)


Los tratadistas no se ponen de acuerdo a la hora de describir todas las características morfológicas de los toros de raíz castellana inmediatamente anteriores a la fundación de las primeras ganaderías en el valle del Duero; en lo que sí hay unanimidad es en achacarles unas hechuras bastas, así como una generalizada tendencia a la mansedumbre. De ahí que también se hable de “casta Morucha o Castellana”.

Esa tendencia a la mansedumbre del ganado de raíz castellana alimenta, a su vez, otra duda: si las ganaderías fundacionales de esta casta se nutrieron únicamente de reses de raíz castellana o si, por el contrario, se forjaron con vacas moruchas de raíz castellana cruzadas con toros bravos de origen navarro que se iban llevando a la Corte para ser corridos en las fiestas de la realeza por los caballeros; de tal forma que fue surgiendo un prototipo racial híbrido que se tuvo por autóctono con el devenir de los tiempos.


Casta fundacional Castellana o Morucha

En el término de La Pedraja de Portillo fue habitual la cría de ganado vacuno por su cercanía a Valladolid, que siempre fue importante plaza castellana y en tiempos sede de la Corte, y también porque dicho término poseía zonas pantanosas y salitrosas que favorecían el desarrollo del ganado.

Ese ganado se solía explotar en régimen de comunidad de bienes entre los distintos propietarios, y siempre con la finalidad fundamental de su cría para la venta de carne, aunque ocasionalmente se proporcionasen toros para ser corridos por reyes y nobles en los juegos caballerescos.

Dichos toros se conocían, o se anunciaban, como toros castellanos o de “El Raso de Portillo”, por ser ése el principal predio de cría y pasto, tenían el privilegio de abrir plaza en todos los festejos porque eran los más antiguos del reino de Castilla y se lidiaban con divisa blanca.

No fue hasta mediados del s. XVIII, una vez que surge el toreo a pie, cuando algunos ganaderos vieron la oportunidad de criar toros para destinarlos específicamente a la lidia y, por lo tanto, no fue hasta entonces cuando surgieron las primeras ganaderías de toros de lidia propiamente dichas.

Así, a nivel individual, el primer ganadero de toros de lidia de casta Castellana del que se tienen noticias es don Alonso Sanz, nacido en La Pedraja de Portillo en 1715, que continuó con la tradición de lidiar sus toros con divisa blanca. Tras ser transmitida por vía de herencia, de esta ganadería se irían abriendo diversas líneas por vía de compraventas, como las efectuadas con Trifinio Gamazo, Julián Presencio o Joaquín Mazpule.

Además de en La Pedraja de Portillo, también se venían criando reses en otros pueblos vecinos, como Boecillo, Aldeamayor de San Martín, Montemayor de Pelilla o Arrabal de Portillo. Y, del mismo modo, también se sabe de otros ganaderos de bravo, como los señores Prado, Manzano, Peña o Muñoz.

Al margen, también se criaron toros castellanos en otras comarcas de la submeseta norte. Así, don Agustín Díaz Castro formó una ganadería de toros de lidia en Pajares de los Oteros, provincia de León, partiendo de reses de raíz castellana criadas en la zona más septentrional de la submeseta norte. Continuadores de esta línea ganadera fueron el Marqués de Castrojanillos y don Francisco Roperuelos.

Y, aunque la falta de documentación limita las noticias al respecto, es lógico pensar en la existencia de otros muchos ganaderos de toros castellanos. Ganaderos de comarcas distintas y con unos toros que, aún siendo del mismo tronco de la “parte más vieja” de Castilla, seguro que tenían unas ramas diferentes como origen. Por ejemplo: en Peñaranda de Bracamonte, provincia de Salamanca, también hubo, cuando menos, una ganadería de toros castellanos, pues allí criaba sus reses D. José Gabriel Rodríguez (José Joaquín o Joaquín Rodríguez, según otros referencias); dato sobradamente conocido por todos los aficionados al ser de dicho ganadero el tristemente célebre Barbudo, el toro castellano que el 11 de mayo de 1801 mató en Madrid al diestro José Delgado, Pepe-Hillo.


Extinción

En su lidia, los toros castellanos solían saltar al ruedo con muchos pies y se mostraban duros y poderosos, por lo que fueron muy apreciados en las corridas caballerescas y en la primera época del toreo a pie, en la que era fundamental la suerte de varas; pero, según iba transcurriendo ese primer tercio, estos toros tendían normalmente a desarrollar mansedumbre y se solían aquerenciar en tablas, por lo que los toreros nunca fueron gustosos de anunciarse con ellos.

Un claro ejemplo de ese hecho lo protagonizaron dos de las máximas figuras del toreo de finales del siglo XVIII: Joaquín Rodríguez, Costillares, y José Delgado, Pepe-Hillo, que solicitaron la exclusión de los toros castellanos en los festejos anunciados en 1789 para celebrar la coronación del rey Carlos IV.

Fatídicamente, Pepe-Hillo resultaría corneado mortalmente en Madrid el 11 de mayo de 1801 por un toro castellano de nombre Barbudo que, tal y como dejábamos antes reflejado, pertenecía a la ganadería de D. José Gabriel Rodríguez, de Peñaranda de Bracamonte.

Goya: Cogida mortal de Pepe-Hillo en la Plaza de Madrid. Grabado que no apareció en la primera edición de La Tauromaquia, pero que sí fue incluido en otras posteriores, y en el que se representa la escena inmediatamente posterior a la del número 33 de aquélla.


Esa tendencia generalizada a la mansedumbre, la mala fama que, a base cornadas, atesoraron en el ánimo de los toreros y su “inadaptación” a la evolución que fue siguiendo el arte del toreo fueron las causas del progresivo desprestigio de los toros castellanos y de que en el último tercio del siglo XIX empezaran a desaparecer de los carteles.

A partir de entonces, todas las ganaderías de casta Castellana comenzaron a cruzar sus ejemplares con reses de otras castas, en busca de obtener una mayor bravura y un comportamiento más noble; o bien, directamente, se decidieron por eliminar todo lo que tenían y retomar su andadura con toros de otra procedencia.

Fue así como los toros castellanos fueron desapareciendo de nuestro campo bravo y que su sangre, su genética, después de más de un siglo de cruces, se tenga hoy por definitivamente absorbida y extinguida.


Prototipo racial

La pronta extinción de los toros castellanos conlleva que contemos con escasas fuentes de información para tratar de conocer su prototipo racial básico; además, esas pocas referencias sólo nos dan cuenta de descripciones particulares, por lo que, en modo alguno, pueden ser tenidas como válidas para obtener la información genérica que precisa este apartado.

Del mismo modo, pocas reproducciones artísticas han tenido como modelo al toro castellano. Goya fue el pintor contemporáneo más insigne, pero los toros que aparecen en sus obras no suelen ofrecernos los detalles descriptivos y definitorios de sus posibles procedencias.

Entre las obras que se le atribuyen al genio de Fuendetodos, sí que se cuenta con una en la que aparece retratada la cabeza de un toro castellano; pero sólo la cabeza, no así el cuerpo. Se trata, precisamente, de la “Cabeza del toro que mató a Pepe-Hillo”. El tan nombrado Barbudo.

Cabeza del toro que mató a Pepe-Hillo, obra atribuida a Francisco de Goya.
Colección privada del Marqués de Casa-Torres. Fuente: “
elpais.com


Es ésta una obra que, quizás por pertenecer a una colección privada, es poco conocida. Lo que sí se puede asegurar es que pertenece a la colección privada del Marqués de Casa-Torres o, al menos, que perteneció, pues un documento periodístico así lo acredita: el diario “El Imparcial” del lunes 15 de mayo de 1911, al que he podido tener acceso. En él aparece una noticia “De Sociedad” con la crónica de una fiesta dada en la casa del Marqués de Casa-Torres y en la que, antes de ofrecer la relación de los representantes de la alta sociedad que acudieron al evento, el cronista nos da cuenta de la famosa colección de cuadros que adornaba las paredes de los salones del Marqués, pudiéndose leer sobre uno de ellos que “... en la misma sala aparece la cabeza del toro que mató a Pepe-Hillo, pintada por el autor predilecto de Carlos IV...”, que era, precisamente, don Francisco de Goya.

Evidentemente, tampoco esta obra nos puede servir de base para hablar del prototipo racial básico del toro de casta Castellana, pues sólo estaríamos ante otra descripción particular más, por muy ilustre que sea ésta.

Así, lo que se puede decir a este respecto es que, en cuanto al tamaño, los investigadores no se ponen de acuerdo: el toro castellano era para unos de gran tamaño y para otros de volumen terciado. En lo que sí parece haber coincidencia es en que era, generalmente, de capa negra o castaña oscura y que sus proporciones eran poco armónicas, dando como resultado un toro feo y basto, con una de desarrollada encornadura, predominando los cornipasos y cornivueltos.


(NOTA: Sobre la primera FOTOGRAFÍA publicada, la que se ha tomado de un óleo sobre papel de Pablo Moreno Alcolado, aclaro que puede compartirse, pero citando su autoría y añadiendo un enlace a este blog.)

11/5/09

Tipos de encierros

Foto: “Jandillas al amanecer”, de José María Risquete. Segundo Premio del III Concurso de Fotografía de los encierros de San Sebastián de los Reyes 2003.
Fuente: “Asociación Cultural El Encierro



Sólo era cuestión de tiempo que publicara una entrada con una clasificación básica de los distintos tipos de festejos taurinos populares y, dentro de ellos, de los encierros que se celebran a lo largo y ancho de nuestra geografía. La singladura de esta bitácora ha querido que sea hoy, y para mí resulta un placer poder presentaros a un amigo que, desde hace unos seis años, ya tiene publicado en la red un sensacional artículo que versa sobre esa materia.

Damián Revuelta Viota, de Ampuero (Cantabria), es un gran aficionado al mundo del toro, en general; pero le atrae especialmente la vertiente taurina de índole popular. Su afición por los festejos taurinos populares le ha llevado a muchos rincones de nuestro país e, incluso, más allá de nuestras fronteras; pero donde se le manifiesta esa afición con más intensidad es en Ampuero, su pueblo. Por ello, sin duda, Damián Revuelta es miembro de la Asociación Cultural “La Encerrona” de Ampuero; en la que, además, ocupa el puesto de Secretario. Y, por si fuera poco, también dedica parte de su tiempo libre a mantener la web de dicha asociación: “laencerrona.net”.

Una página que, por cierto, recomiendo que sea visitada por todos aquellos corredores que no hayan participado aún en el encierro de Ampuero, con su peculiar carrera de ida y vuelta. Seguro que contemplando sus galerías de fotos no dudaréis en haceros un hueco en torno al día 8 de septiembre para visitar esa bonita ciudad cántabra, disfrutar de sus animadísimas fiestas y, por supuesto, correr en uno de los mejores encierros de nuestro país.

Y es, precisamente, en la sección “Artículos y Colaboraciones” de dicha web donde aparece publicado el artículo que hoy os presento.

Con el título TAUROMAQUIA POPULAR Y ENCIERROS DE TOROS. TIPOLOGÍA, Damián Revuelta Viota nos ofrece una documentada visión sobre el origen de la Tauromaquia Popular, enumera las distintas clases de festejos taurinos populares y, tras centrase en los encierros de toros, nos proporciona una clasificación de los encierros basada en algunas de sus posibles variantes.

Debo advertir que, respetando la práctica totalidad del texto original, se ha variado levemente la configuración del artículo para insertar en el texto las notas bibliográficas y de pie de página, de forma que os podamos ofrecer una lectura continuada de todo el contenido, apuntes incluidos.

Y así, sin más particulares previos que indicaros, os dejo ya con el artículo de Damián Revuelta Viota.


Tauromaquia Popular y Encierros de Toros – Tipología

Foto: “Grada improvisada”, de Rubén Albarrán (“Rudy”), tomada en Valfermoso de Tajuña. Primer Premio del III Concurso de Fotografía Taurina de ToroAlcarria.
Fuente: “FotosRudy



Toda la amplia gama de rituales taurinos a través de los cuales se ha expresado y se expresa la ancestral costumbre que el hombre peninsular tiene de jugar con el toro (de correr toros) desafiando la fuerza de éste y asumiendo un riesgo a cuerpo limpio, constituye indudablemente toda una Tauromaquia de carácter eminentemente popular, que nada tiene que ver en su origen con las funciones de toros medievales en las que los miembros de la nobleza, a modo de ejercicio caballeresco o de entrenamiento militar, corrían toros a caballo, y que posteriormente fueron evolucionando a medida que el hombre del pueblo fue ganando protagonismo en detrimento de la nobleza, dando lugar al nacimiento de la tauromaquia moderna cuya máxima expresión son las corridas de toros regladas o institucionalizadas.

Según explica Francisco J. Flores Arroyuelo en su libro Correr los toros en España - Del monte a la plaza, esa Tauromaquia Popular tiene su origen “en la caza que de este animal (el toro) se hacia en los montes aledaños a los pueblos y, como tal, nos lo supo mostrar en imagen el pintor Francisco de Goya en las láminas núms. 1, 2 y 3 de su Tauromaquia en la que vemos a hombres del pueblo y moros armados de lanzas y palos puntiagudos derribar a un toro asestándole golpes en sus flancos, o bien, si lo que se quería era cogerlos vivos, reduciéndolos con perros alanos que los aprehendían tras hacer presa en sus orejas con mordiscos, tendiéndoles trampas con redes, atrapándolos por los cuernos con lazos, para, a continuación, poder conducirlos hasta los lugares en que debían ser muertos para la alimentación o acondicionados, tras ser castrados, para el trabajo y, también, para que participasen en algún ritual festivo, lo que dio motivo a desplantes y requiebros, y hasta que se llegase a tocarlos con la mano por los lugareños que presenciaban su paso en medio de riesgos y sustos propiciados por los derrotes y testarazos dados por el animal...”


Tipos de festejos populares

Son múltiples y variadas las formas de exteriorización de esa costumbre popular de correr toros, las cuales nos vienen dadas en la mayoría de los casos de forma consuetudinaria, por los usos y costumbres locales, de tal forma que cada festejo y cada pueblo tiene sus propias raíces y sus propias peculiaridades que, en definitiva, constituyen sus señas de identidad que lo diferencian de otros y le otorgan su propia personalidad.

Así, por ejemplo, si bien la modalidad del “toro ensogado” tiene su origen, como hemos visto, en la ancestral caza de dicho animal con diversos fines, posteriormente esta práctica se cristianizó adquiriendo un carácter netamente religioso, como el Toro de San Marcos, que hoy en día todavía se celebra en algunas localidades como la de Beas de Segura, en la provincia de Jaén. En otras ocasiones mantuvo su origen pagano, como el rito del toro nupcial, costumbre muy extendida en Extremadura con motivo de esponsales; o incluso es posible que otras veces se entremezclaran elementos o motivos religiosos con otros relacionados con viejas creencias míticas sobre el toro, como puede ser el ritual de las caridades medievales. Otros festejos taurinos populares tienen su origen en las celebraciones de carnaval, como el Carnaval del Toro en Ciudad Rodrigo, con sus encierros, desencierros y capeas; o en privilegios reales otorgados por hechos de armas en los que una villa o pueblo había intervenido de forma destacada, como parece ser el origen del Toro de San Juan en Coria; o en rivalidades caballerescas o locales entre pueblos cercanos, que al parecer dieron lugar a los espantes que se celebran en muchos pueblos de Castilla y León, sobre todo los de la provincia de Zamora, como los de Fuentesaúco, Fuentelapeña o Guarrete.

Constituiría arduo trabajo, casi imposible, citar todas las variedades existentes y, más aún, intentar analizar cada una de ellas. Ahora bien, existen notas comunes que nos permiten establecer diferentes tipologías o clases de festejos populares de las que, a título meramente ilustrativo y no exhaustivo, citaremos las siguientes: encierros de toros, desencierros, sueltas de toros, sueltas de vaquillas, capeas, espantes, toro ensogado, toro del aguardiente, toro del alba, toro embolado o toro de fuego, recortadores, roscaderos, etc. Y también podemos citar fuera de nuestras fronteras la lidia de forcados portugueses o las corridas vasco-landesa y camarguesa en Francia.


Los encierros de toros

Pero, sin duda alguna, de todas esas formas de correr toros, el acto más importante, el más emblemático, el más popular, es el Encierro de Toros, que ha llegado a nuestros días evolucionando y pasando por diferentes etapas históricas, salvando siempre todas las vicisitudes que fueron surgiendo en contra de las fiestas de toros, dado el gran arraigo popular de esta antiquísima costumbre de correr toros por las calles de pueblos y ciudades, o “del monte a la plaza”, característica que, como nota común a todas ellas, ya destacan las primeras referencias o crónicas que sobre tales acontecimientos empiezan a aparecer a partir del bajo medioevo.


Según explica el profesor Flores Arroyuelo en su libro antes citado, “los toros corridos por las calles de los pueblos en los llamados encierros (...) tuvieron su origen, como el toro ensogado, en la traída de los toros de los montes y dehesas a los pueblos, aunque aquí, la presencia del toro libre nos está diciendo en buena parte que estamos ante un ritual de fiesta propia de una urbe y que viene a recordar cuando llegaban a ella los toros que habían sido conducidos por los vaqueros y pastores a través de campos y numerosas jornadas (...) Esta era la forma común de conducir las toradas, lo que obligaba a que en muchos pueblos existiesen corrales acondicionados en sus afueras para servir de guarda y amparo hasta que proseguían camino o, por último, eran conducidos a los mataderos, o a los toriles de la plaza para ser corridos en los días de fiesta en que quedaban enchiquerados en espera del momento de salir al coso”.

Foto del encierro de Portillo: “TradicionesTaurinas


Para el tratadista Sánchez de Neira el encierro es “el acto de traer los toros desde el campo a las plazas para encerrarlos en los corrales y no en los chiqueros”. En su origen acudía mucha gente a presenciarlos, especialmente a caballo, que venia formando un séquito hasta las mismas puertas de los corrales. Cerca de éstos, o en el camino, aprovechando la ventaja de una pequeña altura, se colocaban muchos aficionados deseosos de presenciar el rápido paso del ganado, al que siempre guiaba un mayoral muy práctico y a caballo, sin temor a ser atropellado, por la eficaz labor de los cabestros, lo que daba ocasión para que muchos jóvenes y no tan jóvenes “se acercaran a los toros con ánimo de tocarlos y hasta burlarlos”, o se sintiesen empujados por una fuerza atávica misteriosa “a correr junto a los toros en el último tramo del largo camino que los llevaba de la dehesa a la plaza”; tal y como nos vuelve a recrear Francisco J. Flores Arroyuelo.

Con la aparición de los medios de transporte modernos el encierro fue perdiendo ese carácter funcional o práctico para dejar paso a un festejo taurino popular convertido en todo un acontecimiento nacional que, hoy en día, tiene lugar en cientos de pueblos y ciudades a lo largo y ancho de esta vieja piel de toro que llamamos España.


Tipos de Encierros

Sin perjuicio de las muchas y varias peculiaridades locales existentes, tal y como hemos dicho antes al hablar de los diferentes tipos de festejos taurinos populares, los Encierros de Toros también se pueden clasificar, a su vez, de diversas formas en función de diferentes y múltiples variables, de las que nosotros aquí sólo vamos a considerar algunas de ellas:

A) En función del espacio en que se desarrolla, el encierro puede ser urbano, campero o mixto.

Los encierros de tipo urbano son los que se desarrollan únicamente por las calles de pueblos y ciudades. El encierro urbano más conocido en todo el mundo es el de Pamplona, que sirve un poco como de modelo a este tipo de encierros. Otros encierros de estas características muy conocidos son, por ejemplo, los de San Sebastián de los Reyes y Arganda del Rey, en la provincia de Madrid; los de Tafalla, (Navarra), Calasparra (Murcia), Rincón de Soto (La Rioja) o Ampuero (Cantabria), este ultimo con la rara peculiaridad de que es un encierro de ida y vuelta, que también se da en algún otro lugar, como Matapozuelos (Valladolid) o Benavente (Zamora).

Los de tipo campero, como su propia palabra indica, se desarrollan en campo abierto, aunque muchos de estos encierros finalizan en un tramo urbano; y en ellos, como regla general, tiene una importancia destacada el hombre a caballo. Por dichas características, son los que más se aproximan en su concepción a los orígenes del encierro, cuyo objeto último es encerrar la manada dentro del casco urbano. Encierros famosos que transcurren por el campo son, por ejemplo, los de Fuentesaúco (Zamora) o los de Ledesma (Salamanca). Una de las varias excepciones a la regla general sería el encierro de El Pilón, en Falces (Navarra), que podemos considerar campero, ya que la manada de vacas bravas desciende por una senda desde los corrales situados en pleno monte hasta el casco urbano del pueblo, pero en él sólo intervienen corredores a pie y no hombres a caballo.

Foto del encierro de Cuéllar: “TradicionesTaurinas


En aquellos casos en que el tramo urbano tiene tanta relevancia o más que el campero y en los que el jinete cede todo el protagonismo al hombre a pie podemos considerar dichos encierros como mixtos. Claro ejemplo de este tipo de encierros son los de Cuellar (Segovia), que pasan por ser los más antiguos de los que se tiene constancia documental en cuanto a su celebración. También se pueden citar los de Ciudad Rodrigo y Fuenteguinaldo, en la provincia de Salamanca, Medina del Campo y Olmedo, en la de Valladolid, Castrillo de Guareña (Zamora), Brihuega (Guadalajara), etc.

B) Según el número de toros que se sueltan, pueden ser encierros de un único toro, sólo o acompañado de cabestros (a veces también varios toros soltados individualmente uno tras otro), o encierros de una manada acompañada de punta de mansos o cabestros.

Teófilo Sanz Martínez, periodista taurino y directivo de la “Asociación Cultural El Encierro” de San Sebastián de los Reyes (Madrid), al hablar de “otros tipos de encierros” en su trabajo Manual del Corredor de Encierros, hace algunas consideraciones de orden técnico a tener en cuenta en relación al número de reses en los encierros que transcribimos a continuación:

“Encierros con toro a toro: éste es un encierro donde el corredor domina más la carrera, pues las precauciones son menos a tener en cuenta. Por lo general es un encierro lento, pues el toro al ir sólo se distrae continuamente y se para cuando tiene terreno blando, lo que aprovecha el corredor para tratar de frenarle y recortarle, métodos que jamás deberían producirse. Este tipo de encierro llega a ser pesado, pues si el toro se queda bastante tiempo en el recorrido el aburrimiento puede predominar entre los aficionados que no practican las carreras o el recorte y no digamos de los que están en la Plaza, amén de lo peligroso que resulta luego el toro para lidiarlo por un torero. El encierro con 2 ó 3 toros: estos encierros suelen partirse, pues nunca se podrá conseguir una manada compacta, ya que al saltar los toros de los cajones nunca coinciden en la salida y por lo tanto siempre habrá un toro por delante y otro por detrás. En el encierro completo con 4 ó 6 toros con los bueyes y en el mismo corral, con los pastores azuzándoles en la salida y apretándolos continuamente, las carreras suelen ser de tirón, pero intensas y emocionantes, y, sin la menor duda, mucho más peligrosas.”

C) Según el recorrido (itinerario) a seguir por el toro o manada, pueden ser lo que podríamos llamar encierros lineales, que se desarrollan por unas calles previamente establecidas en sentido lineal, sin alternativa posible a las mismas, hasta desembocar en la plaza de toros; y/o encierros libres o de circuito, que son aquellos en los que se acota el espacio urbano para la suelta, formando el mismo varias calles en torno a un eje constituido normalmente por una plaza principal, pudiendo el toro o manada desenvolverse libremente por todas las calles de dicho contorno.

Normalmente, en el primero de los casos, el encierro viene protagonizado por una manada, siendo la distancia más habitual del itinerario de entre 800 y 1000 metros; y en el segundo por un único toro, o varios, a los que se da suelta de forma individual. Forma ésta típica de la zona levantina, en lo que podríamos considerar como una tipología propia de la misma conocida como bous al carrer, de gran arraigo en esa región española.

Foto: Toro de la ganadería de Partido de Resina en la Pascua Taurina de Onda 2006. Autora: María José Navarro. Fuente: “FestesValencianes


D) Según el tiempo de duración del encierro, este puede ser de corta duración, o de larga (o ilimitada) duración. Son de corta duración aquellos en que la misma viene determinada por el tiempo en que tarda la manada (normalmente suele tratarse de una manada en estos encierros) en encerrarse en los corrales de la plaza de toros. Y llamamos de duración larga o ilimitada, a aquellos que no tienen una duración preestablecida de antemano, o si la tienen, esta es muy larga.

E) Según el tipo de ganado que se utilice, puede tratarse de encierros de lidia o de capea. Esta clasificación en función del tipo de ganado a utilizar, es fundamental en cuanto afecta a la esencia del encierro, ya que el utilizar ganado de lidia conlleva que éste está virgen en lo que a encierros se refiere, su comportamiento resulta más impredecible y, por lo tanto, resulta más difícil evaluar de antemano cual será el nivel de riesgo a que se enfrentará el corredor. Utilizar ganado de lidia, en lugar del de capea, más previsible, es para nosotros factor clave de autenticidad del encierro.

Foto: “Zubieta y Retegui”. Una de las imágenes más difundidas de todo el fondo documental de esta estirpe de fotógrafos que (hay que dejar constancia por el gesto) ha sido donado recientemente al Ayto. de Pamplona por la familia del fallecido Javier Retegui Zubieta.


Sobre la base de esta somera clasificación, podemos decir que hoy en día, un ENCIERRO DE TOROS moderno (dada la influencia mediática universal que en tal concepto ejercen los encierros de San Fermín en Pamplona) es un encierro urbano protagonizado por una manada compuesta de toros de lidia y cabestros, que discurre por un recorrido lineal de calles ni muy anchas ni muy estrechas, con una longitud de entre 800 y 1000 metros, y por tanto de corta duración.

En aquellos casos en los que el encierro urbano así definido, viene precedido en su desarrollo de una previa conducción de las reses a través del campo desde las afueras del pueblo o ciudad (encierro mixto) estaríamos sin duda alguna ante un encierro en estado puro.


........................................................................ Damián Revuelta Viota


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NOTAS: El ARTÍCULO con el texto original está publicado en la web “laencerrona.net
Respecto a las FOTOGRAFÍAS publicadas en esta entrada debo decir que la “Asociación Cultural El Encierro”, “FotosRudy”, “TradicionesTaurinas” y “FestesValencianes” han tenido la gentileza de aportar sus fotos sin insertar sus respectivos logos, detalle que les agradezco públicamente y que me lleva a la obligación de recordar y advertir que su publicación en otros espacios precisará de la previa autorización de los respectivos propietarios de los derechos de autor.

3/5/09

El culto al toro en Egipto


Cuando el Norte de África empezó a convertirse en una zona desértica sus habitantes tuvieron que emigrar en busca de agua. Uno de los destinos de ese éxodo fue el río Nilo, que en su curso alto y medio formaba un valle largo, pero estrecho, y en la parte final un delta, un extenso oasis en forma de abanico al dividirse en muchos brazos para desembocar en el Mediterráneo.

Hacia el 6000 AC comenzaron a surgir asentamientos que, primeramente, se fueron agrupando en feudos y con posterioridad quedaron estructurados en dos grandes reinos: el Bajo Egipto, que comprendía la fértil región del delta, y el Alto Egipto, que abarcaba el resto del valle, desde el delta hasta la primera catarata. Estos dos reinos fueron unificados hacia el 3050 AC por Menes, convirtiéndose en el primer faraón de Egipto.

La civilización egipcia progresó espectacularmente a partir de ese hito y, a lo largo de tres mil años, alcanzó tres épocas de esplendor (los llamados Imperio Antiguo, Imperio Medio e Imperio Nuevo), quedando extinta con la invasión romana en el año 30 AC.


La religión tuvo una importancia trascendental en la civilización egipcia. La prosperidad de Egipto dependía básicamente de la crecida anual del Nilo y de la reaparición diaria del Sol, por lo que éstas y otras fuerzas de la naturaleza propiciatorias de la fertilidad del valle fueron sacralizadas en los primitivos poblados que se formaron a lo largo del curso del río; de tal forma que cada ciudad y cada región (nomo) tenía sus dioses. Según se fueron formando unidades políticas de mayor rango, la relevancia que adquirió cada ciudad conllevó a su vez una mayor importancia de sus dioses.

Los primeros pobladores del valle del río Nilo también veneraron a aquellos animales que, para ellos, se distinguían por alguna cualidad concreta, como ocurrió con el halcón, el carnero, el ibis... y por encima de todos el toro, que fue exaltado por su poder fecundante, por ser una fuente creadora de vida.

Que en el valle del Nilo se adorara al toro desde épocas protohistóricas trae causa, sin duda, de un hecho anterior: que en el neolítico, cuando menos, ya se le veneraba en todo el Norte de África (ver el texto “El origen del culto al toro”). La duda que puede surgir es si este rasgo de la religión egipcia fue un fenómeno local desde tiempos prehistóricos, si fue un fenómeno importado de otras regiones del Norte de África al concentrarse en el Nilo la población o si se produjo una conjunción de ambos factores. Lo cierto es que del 4500 AC hay restos que ya acreditan una veneración al Toro en la cultura badariense, que tuvo su asiento en zonas del curso alto del Nilo.

Figura: El Rey adorando al Toro Apis, del British Museum

Conforme la civilización egipcia se fue desarrollando y haciendo más compleja también siguió la misma evolución su religión y, como parte de ella, la forma de venerar a los animales en general y al toro en particular. Cada animal sagrado fue asociado a un dios y se le adoró por ser una manifestación viviente del espíritu de su deidad. La importancia del culto al Toro en Egipto se acredita al saber que, mientras la veneración a otros animales fue en genérico, a la especie, en el caso del toro se fijó en ejemplares concretos de la especie y a que a estos, además, se les otorgó un nombre propio.


El toro “Apis”

Estatua de tamaño natural: Apis, del Museo Grecorromano de Alejandría

El Apis no era un dios-toro, sino un toro sagrado, pues era un toro vivo, pero sólo uno elegido entre todos los de Egipto. Un toro que habría nacido, según la mitología egipcia, como fruto de un rayo solar que fecundó a la diosa Isis en forma de vaca. Su centro de culto fue Menfis, la primera capital de Egipto.

Como toro que era y, por tanto, como símbolo de fertilidad, al toro Apis se le veneró por ser una manifestación viviente de un dios creador y modelador del mundo: de Ptah, la mayor divinidad de todo Egipto desde el 3050 al 2040 AC, aproximadamente; mientras Menfis fue capital del reino. No obstante, cuando fue sustituida por Tebas, el dios Ptah siguió siendo un dios revelantes y se mantuvo la devoción al Apis. Detalles que demuestran la importancia que tuvo su culto. Y más aún queda de manifiesto si tenemos en cuenta que, una vez que fallecía el animal terrenal, a la figura del Apis se la asociaba con el dios Osiris, venerado en todo Egipto por ser el dios de la resurrección y, por tanto, también de un poder creador de vida, en este caso tras la muerte.

Para seleccionar al Apis se buscaba por todo Egipto un toro que reuniera una serie de características en su anatomía. Hasta 29 se llegan a enumerar. Entre las más reseñadas están que fuese un toro de capa negra con accidentales de pelo blanco: uno en la frente en forma de triángulo o diamante y, al menos, dos en el cuerpo que dibujasen las figuras de la luna en cuarto creciente y un buitre con las alas extendidas. Además, también debía tener bajo la lengua una protuberancia en forma de escarabajo.

Ya elegido, y tras unas ceremonias regladas, el Apis era trasladado junto a su madre al templo de Ptah, en Menfis, donde permanecería toda su vida en unas lujosas dependencias, recibiendo todo tipo de atenciones y con un harén de vacas a su disposición. Su misión era ejercer de puente de comunicación entre los fieles y el dios Ptah, realizando predicciones a modo de oráculo.

Si no fallecía prematuramente, el Apis era sacrificado a los veinticinco años, ahogándolo en una fuente sagrada ceremoniosamente. Ese límite de edad se fijaba, probablemente, para evitar la aparente contradicción de tener que venerar a un toro con su vigor sexual reducido por la edad cuando, en teoría, a quien se debía rendir culto era a un Toro como símbolo de fecundidad.

Una vez fallecido, se seguía un complejo ritual para garantizar la resurrección del Apis, que quedase asociado eternamente al dios Osiris y, ya reconvertido en toro Osor-Apis, que cumpliese las funciones funerarias que dictaba la religión egipcia: llevar sobre su lomo a los difuntos momificados en busca de la vida después de la muerte, de la resurrección. Todo ese ritual que se seguía con el cuerpo del toro finalizaba, tras su momificación, con un entierro en medio del duelo nacional.

Sólo entonces comenzaba por los sacerdotes de Ptah la búsqueda del nuevo toro Apis.


El culto al toro Apis sufrió una transformación en el último período de la civilización egipcia. Alejandro Magno conquistó Egipto en el 332 AC, pero fue aclamado por los egipcios y nombrado faraón porque les liberó de la opresión del Imperio Persa, que previamente había dominado el valle del Nilo. Es entonces cuando comienza el Período Helenístico, que abarca el gobierno de Alejandro Magno y sus sucesores, todos ellos bajo el nombre de Ptolomeo.

En un afán por no imponer sus costumbres y su religión, estos gobernantes llevaron a cabo una política de sincretismo y, con ella, reunieron en un único ideal religioso las doctrinas de ambas creencias y crearon un nuevo dios común que combinaba el culto al dios Osiris y al toro Apis tras su muerte, al Osor-Apis. Así fue como Ptolomeo I introdujo el culto a Serapis, que fue declarado patrón de la ciudad de Alejandría, así como dios oficial de Egipto, y su culto se extendió por todo el mundo helenístico y alcanzó a Roma, incluso, adquiriendo notoriedad por todo Occidente.


El “Serapeum”

La necrópolis de la ciudad de Menfis se encontraba Saqqara, a muy pocos kilómetros. Y fue allí donde Ramses II (1279 al 1213 AC) ordenó realizar otra necrópolis específica para el toro Apis. Como quiera que esta figura sagrada, ya transformada en Osor-Apis, recibió posteriormente el nombre de Serapis, el historiador griego Estrabón llamó a esa necrópolis Serapeum.

En su día, el Serapeum de Saqqara debió constar de varios templos, unidos por una avenida (dromo), y bajo uno de ellos, a varios metros de profundidad, se extendían las catacumbas utilizadas para depositar los sarcófagos de los toros sagrados.

La Gran Galería del Serapeum. Autor: Faucher-Gudin, a partir de un grabado de Devèria. Aparece publicado en la web “gutemberg.org

La galería principal es de unos 5 metros de anchura por 8 de altura, y todo el conjunto tiene unos 200 metros de longitud. Los sarcófagos, que estaban depositados en salas abovedadas que se abrían a ambos lados de las galerías, son bloques tallados de una sola piedra que superan, ya huecos, las 70 toneladas de peso y vienen a medir 4 metros de largo por 2 de ancho y otros 2 de alto; todos ellos con una tapa del mismo material.

La inmensa mayoría de los sarcófagos hallados tenían corrida la tapa cuando Auguste Mariette descubrió el Serapeum en el año 1851, y en ninguno había restos de los toros sagrados, por lo que todo apuntaba a una profanación. La única esperanza era un sarcófago que permanecía cerrado y sellado, pero tras ser volada la tapa tampoco aparecieron en su interior restos del Apis que, supuestamente, allí debía estar embalsamado.

Aún hoy sigue siendo un misterio todo lo que rodea a la colosal obra del Serapeum de Saqqara, la necrópolis del toro sagrado Apis.


Otros toros sagrados

El Apis no fue el único toro sagrado en Egipto; hubo, al menos, otros tres más, aunque no tuvieron tanta relevancia.


Mnevis fue el toro sagrado de la ciudad de Heliópolis y representaba al dios Ra-Atum; es decir, al Sol, que cada día daba vida al valle. Se le llamaba “La Renovación de la Vida”, y quizás por ello mismo, en tanto en cuanto puede implicar un resurgir tras la muerte, también se relacionó al toro Mnevis con el dios Osiris.

La mayoría de los tratadistas mantienen que la capa del Mnevis debía ser negra, pero también hay quien afirma que era blanca con manchas negras.


Bujis fue el toro sagrado de la ciudad de Hermontis, al sur de Tebas. Se le llamó “Toro de las Montañas” y se caracterizó por su fuerza, violencia y belicosidad. Se le asoció al dios Montu, el dios de la guerra en Tebas.

Respecto al color de la capa del Bujis también hay disparidad de opiniones, pues unos investigadores aseguran que debía ser negra, mientras que otros dicen que era blanca en todo el cuerpo y negra en su cabeza.


Además de estos tres toros sagrados, y al margen de otros posibles supuestos no aclarados, hubo un toro sagrado más: el toro del dios Min.

Min era el dios de la lluvia y de la fertilidad, y le llamaban “Gran Toro” o “Toro de su Madre”, pues con la lluvia fecundaba a la “Tierra Madre”. Se le representaba con la figura de un dios itifálico (con el pene erecto) y se manifestaba terrenalmente en un toro: el toro de Min. De este toro sagrado no contamos con datos sobre su nombre, su vida o la dependencia concreta donde residía; sólo se sabe que debía ser un toro de capa blanca y que fue adorado en las ciudades de Coptos y Jemnis.


Por otro lado, la diosa Hathor también se manifestaba en una vaca sagrada, y cuando se le representaba artísticamente aparecía con forma de vaca o como mujer con orejas de vaca y unos cuernos entre los que lucía un disco solar. Su lugar de culto fue el templo de Dendera.

Dos obras expuestas en el Museo de Luxor: a la izquierda, Cabeza de Vaca Sagrada, que representaría a la diosa Hathor y fue hallada en el tumba de Tutankamon; a la derecha, un detalle correspondiente al rostro de la estatua de la diosa Hathor.

El atributo del disco solar entre los cuernos era generalizado en las representaciones de los toros sagrados egipcios, pues representaban a fuerzas creadoras de vida y la más significativa de todas ellas era el Sol, el astro que cada día daba la vida al valle.


Paralelismos con Mesopotamia

Hay muchos paralelismos entre la religión egipcia y la mesopotámica en general y en el culto al Toro en particular (ver el texto “El culto al toro en Mesopotamia”).

Como en Mesopotamia, en Egipto tuvieron una religión con unos principios básicos que provenían del Neolítico, era una religión agraria, principalmente. La fertilidad era la preocupación fundamental en el valle del Nilo, por lo que rindieron culto al Sol y eligieron al toro como su símbolo terrenal. También hay paralelismos en el ideal de recuperar la vida tras la muerte, pero si en Mesopotamia aparecía la resurrección sólo como un deseo, en Egipto era ya un logro alcanzable.

El dios Osiris, a quien se le cita como “Toro del Occidente” en el Libro de los Muertos, representa a la vida (el Sol) que se pierde al morir (atardecer por el Poniente) y, tras recorrer las regiones de ultratumba (la noche), reaparece cada día para dar vida al valle. Osiris es el dios que traspasa la muerte, y está muy próximo al dios-toro mesopotámico Tammuz.

Cambiando de ámbito, los reyes de Mesopotamia y los faraones de Egipto se nombraron hijos o, incluso, encarnaciones terrenales de los dioses. Y también simbolizaban su poder confiriéndose el atributo de la fortaleza del toro, lo que les encumbraba a la divinidad. El rey mesopotámico Naram-Sin se hizo representar en un Estela con un casco dotado de cuernos, símbolo de divinidad, al tiempo que pisaba a los soldados enemigos vencidos. En Egipto, en la ciudad de Hieraconópolis, se halló una Paleta en la que el faraón Menes aparece como un poderoso toro luchando contra sus enemigos.

Además, entre sus títulos, los faraones se otorgaron los de “Toro Victorioso” o “Toro Potente”. Unos títulos a los que, no obstante, renunció la reina-faraón Hatshepsut (1479-1457 AC).


Fiestas, rituales y festejos taurinos

Se tiene conocimiento de varias festividades egipcias en las que los toros sagrados tenían una participación estelar.

Ilustración: Procesión del toro sagrado Apis. El autor es Frederick Arthur Bridgman y aparece publicada en “frederickarthurbridgman.org

El toro Apis salía de sus dependencias en el templo de Ptah para participar en actos solemnes de días festivos, y en torno a su figura se constituía una ceremoniosa procesión de sacerdotes y coros de jóvenes que cantaban himnos en honor de su gloria. Una de esas participaciones tenía lugar con ocasión de la celebración del Heb-Sed, una fiesta en la que el faraón renovaba su poder real y que tenía lugar cada treinta años, o cuando el faraón tuviera a bien.

Además de multitud de rituales, en el Heb-Sed se realizaban dos actos que tenían carácter ceremonioso y, a la vez, atlético. Uno era el levantamiento del Pilar Djed por parte del faraón, para demostrar su fortaleza, y otro acto estaba constituido por unas carreras que el faraón debía darse junto al toro Apis, para demostrar su forma física y, alegóricamente, que ambos, el Apis y el faraón, transmitieran su poder fecundador sobre la tierra que pisaban para garantizar la fertilidad en todo el territorio egipcio.

Bajorrelieve: Carrera del toro Apis y el faraón en la fiesta del Heb-Sed

Otro acto con intervención de un toro sagrado se producía en la fiesta de Min. Era ésta una fiesta propiciatoria de la cosecha y en ella se hacía una solemne procesión, dirigida por el faraón, en la que participaba el toro sagrado del dios Min. En un lugar elegido, el faraón cortaba una gavilla de trigo y se la ofrecía al toro blanco para que aportase su poder fecundador y garantizase una cosecha fértil. El ritual terminaba con el rey y la reina situados frente al toro y diciendo: “Salud a ti, ¡oh Min!, que has fecundado a tu madre. ¡Cuán misterioso es el rito que has realizado en la oscuridad!”

Al margen de las grandes festividades, era costumbre en Egipto sacrificar toros en las ceremonias funerarias.

Por otro lado, resulta llamativo un bajorrelieve del templo de Seti I en Abidos, en el que dicho faraón (1294 a 1279 AC) es representado tratando de cazar o sujetar a un toro con una cuerda, al tiempo que colea al animal su hijo y sucesor, Ramses II.

Dibujo: El sacrificio del toro. El autor es Boudier, a partir de una fotografía realizada por Daniel M. Heron. Está publicado en la web “gutemberg.org

Quizás sólo sea una escena de la caza de un toro, pero no cabe duda que evoca una lance de la tauromaquia más popular. Deducción que tampoco debe tomarse por descabellada, pues en algunas tumbas egipcias aparecen representadas escenas de un festejo taurino: las peleas de toros.

Los toros empleados en estas peleas eran criados especialmente para ese fin. Eran llamados “ka”, ideograma que representa la virilidad, el poder de procreación y “el que merece aparearse”.

A modo de anécdota sobre peleas de toros, cuenta Eliano que el faraón Bakenrenef quiso acabar con el toro sagrado Mnevis, para lo cual organizó una pelea con un toro salvaje que, finalmente, no vencería, pues sus cuernos se atoraron en la rama de un árbol y el toro sagrado Mnevis lo corneó y lo mató.


NOTA: la fuente principal, aunque no la única, de la que me he servido para la elaboración de esta entrada ha sido un trabajo que es un extracto de la Tesis realizada por doña Adriana Manrique Madrid para obtener la Licenciatura en Historia Universal por la Universidad Nacional Autónoma de México, habiendo recibido por diva tesis una Mención Honorífica.

Aunque dejo aviso de que esta semana no he logrado acceder a la web en la que está ubicado dicho trabajo, quiero dejar constancia de que lo localicé hace meses en "La Tierra de los Faraones - Egiptología.org", y que se accedía al estudio mencionado a través del siguiente enlace.