Muchos corredores tenemos por costumbre reunirnos a almorzar tras correr en un encierro. Yo procuro hacerlo siempre que puedo. Me gusta; es más: creo que el almuerzo forma parte del festejo. Pero hace unos días fui a un encierro y, como no coincidí con ninguno de los miembros habituales de mi cuadrilla, tras la carrera me fui a visitar a un compañero que permanecía ingresado en un hospital a consecuencia de una cogida que había sufrido aquella semana.
Él, hospitalariamente hablando, ya estaba restablecido, le darían el alta en un par de días, y la familia se podía permitir el hecho de no tener que mantener una vigilia continuada en la habitación. Así, quien le acompañaba cuando yo llegué decidió ausentarse a los pocos minutos para realizar una gestión. Coincidió justo con la hora en que al compañero le trajeron la comida (ya se sabe como son los horarios en los hospitales), y se me ocurrió una idea: comprarme un sándwich y un refresco en la máquina expendedora que había en la planta y organizar con él una especie de almuerzo post-encierro en la habitación. No sería a base de codillo y cerveza, que es lo que más le gusta a él, o de un par de huevos fritos con “lo que sea” y vino, como prefiero yo; pero así podríamos hablar de encierros mientras que almorzábamos los dos.
-¡Joder, tío! -me dijo el compañero, mientras “saboreaba” las acelgas sin ningún tipo de aderezo que le habían servido-. ¡Como se pasan en la tele cada vez que muere alguien en un encierro!
En efecto, al margen de tocar el tema de la crisis en los toros y de servir de altavoz mediático a los colectivos antitaurinos, colocando en portada de los diarios de mayor audiencia sus manifestaciones con no más de un centenar de personas (el 0,0002 % de la población), de lo que más se ha hablado en televisión durante este verano en relación con los encierros ha sido de los fallecidos en los festejos taurinos populares. Y no a modo de homenaje, precisamente, o de simple recuerdo, sino utilizando los percances mortales que se han ido sucediendo como argumento para lanzar mensajes en contra de los encierros y los festejos taurinos populares.
La muerte de un corredor, de un mero participante o, incluso, de algún espectador resulta algo excepcional durante el transcurso de un festejo taurino popular; pero todos los años tenemos que lamentar algunas. Y en éste, si no me equivoco, la última noticia que se dio en los medios fue la de ocho fallecidos durante lo que va de la temporada.
Es muy doloroso, pero el Toro, efectivamente, se cobra un peaje de sangre cada año, y ése es (y deseo que se quede ahí) el balance provisional de corredores y aficionados muertos en el 2009 durante la celebración de festejos taurinos populares.
Pero siendo doloroso el fallecimiento de estos aficionados, lo que nos indigna al colectivo de los corredores es que los medios utilicen su muerte para, precisamente, atacar con saña a los encierros.
Alguien me podrá decir que todas las comparaciones son odiosas o que nada tienen que ver los encierros con, por ejemplo, los deportes de montaña o los distintos tipos de actividades que se practican en ella, pero no me resisto a utilizarlos para cotejar números y comparar el trato diferenciado que se da en los medios de comunicación cuando se produce un percance mortal en un caso o en los otros.
Según datos de la Subdelegación del Gobierno en Huesca, así como de la Guardia Civil de Montaña de esa misma provincia, durante el año 2008 murieron 25 personas en el Pirineo aragonés mientras practicaban algún tipo de deporte de montaña o de actividad relacionada con ella.
La información sólo se refiere a la provincia de Huesca, por lo que a ella habría que añadir los datos del resto del país. Dichos datos no he conseguido localizarlos, pero sí que he encontrado un dossier de la Guardia Civil que nos ofrece la siguiente información: en los servicios prestados por el Servicio de Montaña durante el año 2006 se rescataron 97 personas fallecidas.
Y repito: no son comparables la costumbre de correr encierros con actividades tan distintas como las que se practican en la montaña; ya sea la escalada, el senderismo, el parapente o el descenso de barrancos. Ni tampoco es éste un artículo contra ese tipo de actividades, pues soy un amante de la montaña. Pero esos son los datos.
-¿Tú recuerdas que algún telediario haya colocado en portada la noticia del fallecimiento de una persona mientras practicaba descenso de barrancos para postularse a favor de la prohibición de dicha práctica? –le pregunté a mi amigo.
-¡No! –me contestó.
-Y, haciendo una comparación con la trágica jornada del 2 de agosto de 2008 en el K2, en la que se calcula que fallecieron 18 montañeros, ¿qué ocurriría con los encierros si en Pamplona murieran en un solo día 18 corredores? –le volví a preguntar.
-¡Qué nos quedábamos sin encierros! –fue su respuesta.
Pero en ningún medio he escuchado que se pida la prohibición de la práctica del descenso de barrancos ni mucho menos del alpinismo cuando suceden percances mortales. Se acogen con preocupación, con duelo, y utilizando términos que, en la mayoría de los casos, sirven de homenaje a los fallecidos en estos tipos de actividades. ¡Como debe ser, vamos!
Con los nuestros, no. Con los fallecidos en festejos taurinos se ofrece la información y, al mismo tiempo, se abre el debate. Y de qué forma o con qué modos.
¿Cómo podemos olvidar los corredores de encierros las bochornosas jornadas televisivas vividas durante los pasados sanfermines?
Con mucho, y aunque no tuviera tanta repercusión mediática, el suceso que provocó un ataque más despiadado a nuestra tradición fue el de Cabanillas (Navarra), en el que el fallecido contaba con dieciséis años de edad.
A raíz de ese suceso, el portavoz de la Asociación Pro Derechos del Niño, José Luis Calvo, exigió a las administraciones públicas que no permita correr encierros a menores de 18 años y criticó que la protección del menor no se aborde en el ámbito de las tradiciones.
-¿Y yo que no recuerdo a este José Luis Calvo saliendo en los medios de comunicación cuando en el 2006 falleció una niña de doce años tras caerse de un castell de nueve pisos? –le dije al compañero, cuando ya había terminado mi sándwich.
-¡Hombre! Hace tres años de aquello. Puede que sí saliera en la tele pidiendo que se prohíba la participación en los castells a los menores de 18 años.
-Yo creo que va a ser que no.
En ese momento volvió a la habitación el familiar de mi amigo y como no nos pareció oportuno seguir hablando del tema, dadas las circunstancias, terminamos aquel peculiar almuerzo comentando un incidente entre un “jugador” del Betis y otro del Real Madrid. Poco después me marché para casa, deseando a mi compañero y amigo una total recuperación.
La conclusión que saco de este almuerzo es que en los medios de comunicación se utilizan distintas varas de medir dependiendo de las tradiciones, las culturas y las aficiones que sean protagonistas de noticias luctuosas. Y yo, como corredor de encierros que soy y a la vista del tratamiento mediático que se ha ofrecido este verano con los fallecidos en festejos taurinos populares, sólo pido a los medios de comunicación que, al menos, respeten a nuestros muertos.
...
NOTA: La autora de la acuarela con la que he encabezado esta entrada es Anna Nelubova, “Loky”, de Moscú, quien tiene abierto un blog donde nos muestra las obras que la evoca su afición por los toros. ¡Bendita locura, Loky! “LOCA UN POCO”.
.