La inmensa mayoría de nuestra cabaña brava actual procede del toro de lidia de raíz andaluza, representada en sus distintas castas fundacionales: Cabrera, Gallardo, Vázquez y, dominando mayoritariamente el porcentaje de vacadas, Vistahermosa.
Estas castas fundacionales andaluzas se forjaron en ganaderías que se crearon en distintos momentos del siglo XVIII; o, quizás sea más propio decir, en explotaciones agropecuarias que en esa centuria se especializaron en la cría y selección de toros de lidia. Pero lo que los investigadores no han podido acreditar aún es la concreta procedencia de las reses con las que inicialmente se conformaron esas ganaderías, si bien los tratadistas coinciden en señalar en que eran de la región, y se aventuran a señalar que, principalmente, eran reses procedentes de ganaderías regentadas por instituciones monásticas. De ahí que se haya forjado en los tratados de tauromaquia la teoría de atribuir el origen de las castas fundacionales andaluzas a los “toros fraileros”, que es como se viene denominando a los toros que las órdenes religiosas criaron en sus ganaderías.
Luis Uriarte trató en el año 1970 el tema de los frailes ganaderos en su libro “El toro de lidia español: ensayo de revisión histórica de las ganaderías en su origen”, y sus teorías han venido siendo base de partida para obras posteriores que han tratado esta materia.
Así, Uriarte afirma en el libro reseñado que “sería demasiado aventurar que fueron los frailes los iniciadores de la ganadería de lidia en Andalucía; pero no lo es tanto decir que deben figurar entre los primeros de quienes se tienen noticias concretas de que criaron toros y los enviaron a las plazas”.
Entre las órdenes de frailes que “tuvieron ganaderías bravas, o simplemente toros bravos, si se quiere”, Uriarte señala a los dominicos de los conventos de Santo Domingo, de Jerez de la Frontera, y San Jacinto, de Sevilla; los jesuitas del Colegio de San Hermenegildo, de Sevilla; los jerónimos del Convento de San Isidro, de Sevilla; los agustinos de la Santísima Trinidad, de Carmona, y del Convento de San Agustín, de Sevilla; y destaca de manera principal y muy significativa a los cartujos del Convento de Jerez de la Frontera, así como a sus hermanos de Sevilla.
Sobre todas estas ganaderías monásticas, el autor ofrece algunos datos respecto a plazas donde lidiaron, número de toros vendidos e, incluso, sus precios. Todo ello del siglo XVIII, cuando aún no se habían terminado de conformar todas las castas fundacionales del toro de lidia actual, y de ahí la importancia que hay que atribuir a esas ganaderías fraileras. Y hace especial hincapié en la de los PP. de La Cartuja de Jerez, considerando que deben figurar entre los primeros y mejores criadores de reses bravas que hubo en Andalucía.
Uriarte realiza un símil con los célebres caballos cartujanos que se criaron en ese convento de Jerez, y deja reseñado que sus toros también lograron un gran renombre en España, lo que llevó a que en el año 1792 fueran presentados en la plaza de Madrid. Dice el autor que la fama que alcanzó esta ganadería habría llevado a que otros criadores solicitasen sus toros como sementales.
A este respecto, llega a suponer que con toros cartujanos se formaron vacadas de otras órdenes religiosas, como las de los dominicos y los jerónimos; y dice que de esas fuentes de toros fraileros, aunque sin determinarlas concretamente, provinieron las reses primigenias de las vacadas de Cabrera, Gallardo y Vázquez. Hay que aclarar que Luis Uriarte tiene una forma muy peculiar de expresarse: cuando ofrece hechos transmitidos oralmente o no tiene datos documentados, se expresa con un tipo de presunciones que incitan al error de ser tenidas por verdades irrefutables.
Respecto a las características de las reses que se criaban en la vacada de La Cartuja de Jerez, así como las de los demás conventos y monasterios, Uriarte afirma que se nutrían del pago de los diezmos que realizaban los ganaderos por el nacimiento de sus crías; lo que conllevaría que los toros fraileros procedían de la región, pero que eran de muy distintas fuentes y, por tanto, de sangres diversas, lo que bastardearía el conjunto y haría que fuese imposible determinar unas características típicas de las reses.
Por último, y para dar idea de su antigüedad, Luis Uriarte da cuenta en su libro de un documento del primer cuarto del siglo XVII en el que consta que, por entonces, el convento de La Cartuja de Jerez ya “tenía cría de ganado vacuno y con ello toros para el aumento de dicho ganado, y... en queriendo la dicha ciudad hacer cualquier fiesta, lo que hacían era... escoger los toros que querían, y traellos y correllos en la plaza y matarlos”. También se dice en ese documento que en La Cartuja “procuraban criar toros de buena casta para las vacas”. Apreciación esta última que pudiera entrar en contradicción con lo significado en el párrafo anterior.
En fin, que todo lo relacionado por Luis Uriarte acreditaría que los cartujos ya criaban y seleccionaban toros que, al menos, servían para la lidia más de un siglo antes que lo hicieran las vacadas donde luego se conformarían las castas fundacionales del toro de lidia actual.
Estas nociones sobre los frailes ganaderos andaluces son las que básicamente han predominado durante el último cuarto del siglo XX en nuestros tratados de tauromaquia. Pero en el año 2002 apareció un libro en el que se nos ofrece una nueva perspectiva de la historia de las ganaderías de toros de lidia y, dentro de ella, de las ganaderías monásticas. Es una visión menos taurina, si se me permite la expresión, pues el autor se aleja de los tradicionales mitos de la historia de las ganaderías de toros de lidia y nos ofrece un enfoque más cercano a la realidad agropecuaria en tiempos del Antiguo Régimen. Este libro lleva por título “Ganaderías de lidia y Ganaderos. Historia y economía de los toros de lidia en España”, y su autor es Antonio Luis López Martínez, Doctor en Geografía e Historia por la Universidad de Sevilla.
En una sección del libro titulada “Las ganaderías monásticas”, Antonio Luis López Martínez afirma que es incorrecta la valoración que se había venido haciendo sobre esas ganaderías; que se las restaba valor al asegurar que eran vacadas formadas y mantenidas en base a los diezmos que cobraban las órdenes religiosas, pues ello equivale a decir que su ganado tenía una procedencia variada y, al mismo tiempo, se soslayaba el trabajo de los frailes en la cría y selección de las reses.
Dibujo de Facundo Clemente, miembro de la “Asociación El Toro de Madrid”, que fue publicado en el número 5 de la revista “Terralia”Por contra, Antonio Luis López Martínez nos muestra una realidad bien distinta:
En primer lugar, el autor afirma que “
las ganaderías monásticas no proceden del cobro de diezmos”, pues las instituciones del clero regular no eran las principales beneficiarias de los diezmos e, incluso, la mayoría ni los percibían. Y apunta que, sobre la fuente diezmera del ganado en las ganaderías monásticas, en sus investigaciones sólo ha encontrado referencias relativas a La Cartuja de Jerez, que ingresaba 30 becerros cada año, según el Catastro de Ensenada; pero, continúa diciendo, que hay que considerar limitado el valor de ese número de reses comparándolo con las crías que podían ofrecer las 488 vacas de vientre que tenía esta ganadería cartujana, según el mismo documento.
La verdadera fuente de la que se nutrieron las ganaderías monásticas serían las aportaciones realizadas voluntariamente por los fundadores de cada una de las instituciones y las donaciones que posteriormente se fueron realizando tanto por particulares como por entidades de diversa condición.
En segundo lugar, López Martínez asegura que las ganaderías monásticas eran fruto de una esmerada labor en la cría y selección de las reses, “
actividad que se llevaba bajo la dirección y cuidado de monjes y frailes dedicados específicamente a este menester”.
A este respecto, da cuenta de la existencia en una dehesa que perteneció a La Cartuja jerezana de una plaza circular con un azulejo en su portada que la data en 1798, lo que llevaría a considerarla “
una de las más antiguas plazas de tienta que han existido”, y situaría a los cartujos “
entre los primeros ganaderos que llevarían a cabo la tienta en plaza como medio de selección del ganado de lidia”.
Y en tercer lugar, y referido tanto a las ganaderías monásticas como a los particulares del sector, Antonio Luis López Martínez manifiesta que en la época del Antiguo Régimen se observa una estrecha relación entre producción ganadera y actividad agrícola, pues todos los grandes labradores precisaban de un gran número de cabezas de ganado de labor, y que esto les obligaba para asegurarse su reproducción “
a contar con grandes cabañas de ganado compuestas por animales reproductores y sus crías, que se conservaban hasta el momento en que estas alcanzaban la edad requerida para la finalidad a la que se destinaban”.
Dice el autor que esta relación se manifiesta en todas las grandes explotaciones por la existencia en ellas de un importante número de bueyes (además de otros animales de labor, como yeguas y asnos), y de un número mayor aún de cabezas de ganado vacuno de reproducción (junto a otros tipos de animales de granjería, como ganado lanar y porcino).
A modo de ejemplo, López Martínez ofrece en su libro un cuadro de cabañas ganaderas de algunos conventos con datos del período comprendido entre 1594 y 1767. Centrándonos en Jerez de la Frontera, La Cartuja contaría en el año 1755 con 453 bueyes y, además, 773 cabezas de ganado vacuno; por otro lado, el convento de Santo Domingo contaría con 100 bueyes y, aparte, 136 cabezas de ganado vacuno.
La conclusión que se deriva de esta apreciación del Dr. López Martínez es que, más que hablar de ganaderías de toros de lidia, hasta el siglo XVIII habría que referirse a explotaciones agropecuarias, en las que la finalidad principal del ganado vacuno, incluido el de los fraileros, sería la reproducción de crías para mantener el número de animales destinados a las labores agrícolas. Como prueba, también da cuenta en su libro de la información que consta en el mismo documento del primer cuarto del siglo XVII que recogía Luis Uriarte, donde se dice que los cartujos ya tenían por entonces ganado vacuno y, con ello, toros para el aumento de dicho ganado.
En esa misma dirección apunta otra información que ofrece López Martínez en relación a los datos de 1755 que constan en el Catastro de Ensenada sobre la tan mentada Cartuja de Jerez, que dispondría en ese año de “120 toros padres”. Ese dato, así trascrito, lo interpreta el autor como el número total de toros que tenía la ganadería cartujana; y, según su criterio, denotaría la ausencia de sementales seleccionados en la ganadería, pues se consideraba “
toro padre a cualquier macho que ha cumplido los tres años de edad, sin que al parecer se reservasen para este cometido determinadas reses escogidas al efecto”.
Ahora bien, lo que sí está contrastado es que cartujos, dominicos, jerónimos y jesuitas vendieron toros a distintas plazas, y ello hace suponer que los frailes también pudieron realizar en sus vacadas labores de selección y destinar parte de los toros para la lidia. Sobre este particular ya hemos hecho constar la existencia en una de las dehesas de la Cartuja de Jerez de una plaza de tientas fechada en 1798, lo que denotaría una indubitada labor de selección en su ganadería.
Resulta difícil dar sentido a esas dos informaciones de 1755 y 1798 sobre la realización o no de labores de selección, pues apuntan a significados contradictorios. Pero podría ocurrir que, como hay una diferencia de 43 años entre ambos datos, nos estén marcando un antes y un después en las labores que se practicaban con el ganado vacuno.
En ese sentido podríamos interpretar los datos que se observan en el informe elaborado por D. Pablo de Olavide a instancias del Conde de Aranda en 1768, que es una fecha intermedia a las dos que manejábamos anteriormente. Hay que aclarar que ese informe es muy cuestionado en cuanto a los números que en él aparecen, pero sobre lo que no cabe dudar es de los conceptos de los distintos apartados donde se incluyen esos números. Así, en dicho informe se aclara que el número de sementales del ganado vacuno se incluye dentro del apartado denominado “
vacadas”; y que, cuando se habla de “
toradas”, se está refiriendo a los toros que se crían por separado.
Al margen de la fiabilidad de los números, es evidente que en el informe se está reflejando un hecho que ya debía ocurrir hacia 1768: la selección de sementales para unirlos a las vacas, y la cría del resto de toros por separado.
Pues bien, los datos que constan para Jerez de la Frontera en el año 1768 son 118 “
vacadas” con un total de 1.291 cabezas, y 2 “
toradas” con 557 cabezas.
Vuelvo a repetir que la fiabilidad de los números de este informe están muy cuestionados. Pero independientemente de ello, de esos datos se pueden extraer algunas conclusiones.
En primer lugar que es muy llamativo el alto número de vacadas jerezanas, pero más lo es aún que ya se dé cuenta en el informe de la existencia en Jerez de dos toradas que se criaban por separado, aunque sea escaso su número. Prueba evidente de que en 1768 ya había algunos ganaderos jerezanos que seleccionaban parte de sus toros para destinarlos a sementales y que el resto los criaban en cercados distintos. Además, la proporción de números entre ambos conceptos nos alerta de que esa labor de selección no debía ser muy común por entonces, que se practicaba aún por muy pocos ganaderos; y que quizás fueran unos adelantados a su época.
Y, en segundo lugar, también resulta muy llamativa la desproporción en el numero de reses de las muchas vacadas jerezanas declaradas respecto del número de cabezas de tan pocas toradas: se declaran 1.291 cabezas para 118 vacadas y, en cambio, para tan solo dos toradas se declaran 557 cabezas, que son prácticamente la mitad de las otras.
De los datos declarados se deduce que esas dos toradas de Jerez eran, sin duda, importantes. O, al menos, una de ellas, pues constan 557 toros entre las dos. Y ese hecho evidente me induce a realizar, no ya a otra conclusión, sino una mera presunción:
El informe de Olavide para el Conde de Aranda se elaboró en base a números totales por localidades, sin indicaciones individualizadas por ganaderos y, además, sin tan siquiera incluir una relación de nombres. Pero es sabido que en la segunda mitad del siglo XVIII hubo importantes ganaderos en Jerez de la Frontera, y Antonio Luis López Martínez nos da cuenta en su libro del nombre de los más importantes, incluyendo en esa nómina a cinco particulares. Y lo que está contrastado es que, tan importantes como pudieran haber sido esos cinco ganaderos, también lo fueron los PP. de La Cartuja de Jerez.
De ahí que, auque sólo sea a modo de presunción, haya que pensar que una de las dos “toradas” jerezanas declaradas en el informe de Olavide bien pudiera ser la cartujana; y que ya en 1768 realizasen labores de selección de toros a campo abierto, pasando a realizarlo en 1798 en la plaza de tientas que construyeron en una de sus dehesas. Una labor de selección que, aunque pudiera ser con otros fines, no les resultaba extraña; pues debemos recordar nuevamente aquel documento del primer cuarto del siglo XVII en el que ya declaraban los cartujos que “
procuraban criar toros de buena casta para las vacas”.
En todo caso, y como ya lo hiciera Luis Uriarte en su libro, Antonio Luis López Martínez concluye en el suyo que “
no creo equivocarme cuando afirmo que el origen de la selección de los animales para ser lidiados debieron iniciarla los ganaderos monásticos, especialmente los cartujos, aunque sin olvidar tampoco a los jesuitas”.
Para concluir, algo que sí está totalmente contrastado: las ganaderías de las instituciones monásticas andaluzas redujeron considerablemente su actividad productiva a principios del siglo XIX, con la invasión francesa y la Guerra de la Independencia; pero su definitivo final llegó con las desamortizaciones españolas, especialmente con la de Mendizábal (1834-1854). Fue entonces cuando las instituciones eclesiásticas se vieron privadas de sus bienes, y los
toros fraileros pasaron a manos privadas.
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Lagun
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